15 febrero 2023

CONCIERTOS

MOGWAI (+Brainiac). Manchester. Albert Hall. 9 y 10 de febrero de 2023.


Existen muchas formas de terapia de autoayuda y alivio existencial. Los hay que se apuntan a yoga. Los hay que se van a la India o Nepal. Los hay que recorren el camino de Santiago. Y luego hay otros que hacen cosas más alternativas, como ponerse a escuchar a Mogwai. Salvavidas en los momentos cruciales de toda una vida, su apoyo moral sonoro en los últimos dos años, llenos de cataclismos varios, ha sido determinante para la que escribe. Si la montaña no va a Mahoma, pues Mahoma irá a la montaña. Traducido en términos prácticos: que si no hay manera de disfrutarlos en casa, habrá que irse a verlos al fin del mundo. Ellos lo valen, ya lo creo que sí. Y el fin del mundo ha sido Manchester por razones insondables. Quizá porque es la cuna de Joy Division, The Happy Mondays, New Order, The Fall, James, The Smiths, The Stone Roses y tantos otros, con su magia musical escondida en cada rincón. Quizá porque hay vuelos directos baratos a la ciudad. Quizá porque no era una fecha, sino dos, y en su caso, lo bueno no es dos veces bueno si es breve. Yo necesito mi dosis de Mogwai en vivo como mínimo cada tres años. La última vez fue en 2019. Ya tocaba la siguiente. 

Como apertura de cartel, los escoceses llamaron a sus amigos Brainiac (o 3RA1N1AC), naturales de Dayton, Ohio, desmembrados en 1997 por la trágica pérdida de su vocalista y reunidos en 2022 por la prodigalidad de sus valedores. Así lo reconocía John Schmersal, pidiendo aplausos para Mogwai en un gesto de gratitud infinito. No son fáciles estos tipos, con su art punk-rock lleno de aristas, muy a lo Pere Ubu, pero su directo no pasa desapercibido. ¿Es posible castigar más los tímpanos que sus compinches? Pues sí. A todo volumen, a tope de entrega y sin olvidar la corrosiva “Vincent Come on Down”. 

Sobre los de Glasgow, ¿qué se puede decir a estas alturas? Nacieron grandes. Cuando eran solo unas criaturas ya sabían hacer magia, desatar tormentas y desafiar el ritual de lo habitual. Ahora, con veinticinco años más, vestidos de experiencia y calma, sin perder su proverbial llanura y humildad, alcanzan cotas que rozan lo sublime. Son capaces de salir dos días seguidos a escena y dar dos conciertos completamente diferentes, tan imperiales y categóricos que es imposible discernir un favorito; solamente cuatro canciones se repiten, colocadas en lugares bien distintos e insospechados, convertidas en novedad pese a haberlas gozado solo veinticuatro horas antes (“Boltfor”, “Ritchie Sacramento”, “Summer” y “Ratts of the Capital”). Pueden (y quieren) sonar atronadores, y vaya que siempre lo consiguen. Pero no nos engañemos: lo suyo no es ruido, es volumen, tan brutalmente potentes como inmaculados. La arquitectura de una sala como el Albert Hall (antiguo lugar de culto religioso) también ayuda bastante a la generosa expansión de las vibraciones. Pero ya no es solo el sonido, la tradicional transición belleza-caos sónicos; es que ahora hay una elegante y cuidadísima envolvente visual que hace que cada tema alcance una temática sobrecogedora, con el escenario convertido a veces en galaxia, en cripta, en bandera arco iris, en bosque en llamas o en el mismísimo infierno de Dante. Y en medio de ese espectáculo total están ellos, plenamente concentrados en un coser y cantar (más coser que cantar) que clavan como autómatas. No, Mogwai no son una banda para divertirse y echarse unos bailes con los colegas. Son más bien una banda para la contemplación y el deleite, introspectiva, tú con ellos y ellos contigo. Y quizá por eso había tantos lobos solitarios en el Albert Hall, tanto jueves como viernes, especialmente en las primeras filas; porque más que un mero entretenimiento, su música puede ser una experiencia mística para románticos, marginados o incomprendidos. Hay quien dice que son aburridos porque no hablan, no gesticulan, no interactúan, no se prestan. El único que abre el pico es Stuart, para decir que son de Glasgow, Scotland (orgullo patrio), dar las gracias y preguntar si estamos bien. Gilipolleces las justas. Ellos trabajan, no tontean. La comedia en el tajo sobra. Sobre las tablas se ponen en modo obrero, sobrio y ceremonial, pero en las rutinas anteroposteriores son unos cachondos del copón. De aburridos nada. Simplemente se toman muy en serio su oficio, que es el de crear música y compartirla con los demás de la forma más honesta posible, pasando olímpicamente de fanfarrias y poses rocanroleras. 

Se habla mucho de Stuart Braithwaite, quizá por su temperamento todoterreno, por su visibilidad como primer portavoz y ocasional vocalista. También se habla bastante de Barry Burns, por ser el segundo portavoz, el jefe de Rock Action Records y el chico para todo que tan pronto plancha un huevo como fríe una camisa (instrumentalmente hablando). Pero qué poco se habla del gran Dominic Aitchison, grande en talla, grande en parsimonia y autocontrol (pachorra, que dirían otros), grandísimo tejiendo con sus dedazos las robustas redes de la línea melódica grave, el rudo somier donde descansan los colchones de electricidad y distorsión de sus compañeros. Imperturbable y regio todo él, como si tocar el bajo fuera la cosa más sencilla del mundo. Y poco se habla también de Martin Bulloch, de las velocidades que es capaz de alcanzar en su refinado azote (sideral en “Mogwai Fear Satan”), de su exquisita precisión dictando el camino a los demás en su propio código Morse, porque sin Martin no hay Dominic, y sin Martin ni Dominic no hay ritmo y la procesión se diluye. Pero sobre todo, se habla muy, muy poco del joven Alex McKay, el quinto elemento, que ya lleva girando con la banda desde 2017, habiéndose convertido en eslabón fundamental, ingeniero de segundas y terceras capas, refuerzo de los solismos de Barry (y su guitarra de Playmobil que ruge como el diablo) o Stuart (con su pedalada sin fin). Este chico es una joya. 

Aunque faltaran algunas debilidades personales (como “Rano Pano” y “Friend of the Night”), a los repertorios de ambas noches no les cabe ni una pega. Si andan celebrando un aniversario dejado a medias por culpa de los coletazos pandémicos, lo están haciendo a lo grande. Solo “Mr. Beast” (2006) se quedó sin representación. Sus otros nueve elepés, con la añadidura de la embriagadora “Boltfor”, la imperativa “New Paths to Helicon Pt. 1” y una “My Father My King” que merece párrafo aparte, estuvieron presentes. Es curioso: muchos temas son como el vino (o el whisky de malta escocés), ganan cuerpo y sabor con el tiempo. Ocurre con “Summer”, “2 Rights Make 1 Wrong” o “How to Be a Werewolf”. De sobra es sabido que no les gusta enseñar fotos de las canciones que han grabado, sino componerlas nuevamente para su muestra en vivo, y eso marca la diferencia en temas como “Midnight Flit”, evocadora y potentísima pese a la ausencia de orquestación, o en “Don´t Believe the Fife”, que en disco dice poco y en directo lo dice todo. También estuvieron las que no podían faltar: “I´m Jim Morrison, I´m Dead”, con su extenuante solemnidad; “Killing All the Flies” y “Hunted by a Freak”, sesiones de hipnosis y levitación a orden de vocoder; “Ritchie Sacramento”, que no es su mejor creación pero engancha; “Remurdered”, el momento rave esperado, con el mano a mano de Barry y Dominic a las teclas en plan mecanógrafos de oficina; “Like Herod”, siniestra e inmisericorde; “To the Bin My Friend, Tonight We Vacate Earth”, abriendo la segunda velada con una majestuosidad de libro; “Ceiling Granny” y “Dry Fantasy”, dos habituales de su último (y maravilloso, insisto) álbum, tan diferentes, la una un cachete en los morros, la otra una suave caricia. Y por supuesto, tampoco podía faltar “Mogwai Fear Satan”, el santo y seña rebautizado por muchos como “Satan Fear Mogwai”; se la saltaron en el primer round, pero no la olvidaron en el segundo. ¿Cuántas veces la habrán tocado en vivo ya? Veamos, así a ojo: veinticinco años por una media de cincuenta conciertos al año... ¿1.250 veces? 

Igualmente hay algunos que llaman a Mogwai previsibles, lo cual tampoco es cierto. Siempre hacen algo que sorprende (como abrir con “Satan” en Oporto, se me ocurre ahora). Esta vez dieron la campanada con la melancólica “Cody” en los inicios del primer set, y Stuart la cantó como nunca. También se permitieron el glorioso rescate de “Ratts of the Capital” (por partida doble), la mágica canción en la que Barry empieza besando (al piano) y acaba matando (a la guitarra). Incluso regalaron dos temas con la palabra “party” en su título (¿ironía?): la inesperada fiesta en George Square y la celebrada fiesta en la oscuridad. Pero para mayúsculo e inenarrable, el epílogo del viernes: una blizkrieg total con “Drive the Nail” y “My Father My King”, salvaje operación de artillería pesada tras las ráfagas lanzadas con “Satan” y “Old Poisons”. Si querían dejar perturbado al personal, lo consiguieron. Como he dicho, sobre “My Father My King” (ese himno hebreo que remueve las entrañas) podría escribirse todo un reportaje: veinte minutos de repetición, distorsión y delay en dos actos, pieza de rock monumental con cabida en todos los museos. Si en vez de veinte durara sesenta, ¿acaso importaría? El colmo de la suerte después de tal impacto es que Martin se levante exhausto y agonizante (ese marcapasos debe de ser el reactor de un Boing), se atreva a caminar hasta el borde del escenario para regalar sus baquetas y te caiga una de recuerdo. The Scottish National Treasure. La puñetera guinda para dos noches que serán imposibles de olvidar. 

Set Día 1: “Boltfor”, “I´m Jim Morrison, I´m Dead”, “Cody”, “Ritchie Sacramento”, “Killing All the Flies”, “Midnight Flit”, “Don´t Believe the Fife”, “New Paths to Helicon Pt. 1”, “Ceiling Granny”, “George Square Thatcher Death Party”, “Remurdered”, “Ratts of the Capital”// “Summer”, “Like Herod”. 

Set Día 2: “To the Bin My Friend, Tonight We Vacate Earth”, “Hunted by a Freak”, “Dry Fantasy”, “Summer”, “Ritchie Sacramento”, “2 Rights Make 1 Wrong”, “How to Be a Werewolf”, “Boltfor”, “Party in the Dark”, “Ratts of the Capital”, “Mogwai Fear Satan”, “Old Poisons”// “Drive the Nail”, “My Father My King”.