BESOS DE ALAMBRE DE ESPINO
La
historia de The Jesus and Mary Chain
“Some
said I was a freak, I am a freak
They
said I was weak, I am a freak
They
said I was incomplete, I am a freak, I am a freak”
Estos son los versos iniciales de “Cracking Up”, tema que The Jesus and Mary Chain incluyeron en su LP “Munki” de 1998. Y es una estrofa que lleva en nuestras cabezas años, podría decirse retóricamente que siglos, echando mano de ella siempre que nos entra la vena revolucionaria. Porque en efecto, somos raros. No porque lo seamos en realidad, sino porque es un sambenito que nos han colgado los ignorantes, los planos mentales, los que se dejan llevar por la corriente de las masas. Si escuchas cierta música, eres raro. Si lees literatura europea del siglo XIX y XX, eres raro. Si te gusta el cine sin efectos especiales, eres raro. Si no vas a las fiestas de carnaval ni a la verbena del pueblo, eres raro. En fin, yo soy rara. “I am a freak”. A mucha honra.
Y los hermanos Reid tampoco puede decirse que sean (o hayan sido) de lo más normalito. Ellos pusieron una pica en Flandes casi sin pretenderlo, entendiendo por pica su contundente sonido miasmático post-post-punk y por Flandes el panorama del rock británico en los ochenta. Eran raros porque no salían de su habitación, porque mientras todo el mundo hablaba de ellos, ellos se pasaban las horas muertas viendo la tele o inventando collages visuales caseros. Eran raros porque no se relacionaban normalmente con la gente, porque eran un pozo oscuro al que había que asomarse con tiento, porque la liaban parda a la mínima de cambio, y no porque fueran unos camorristas profesionales (solo bebedores profesionales), sino porque su espíritu introvertido y rotundamente freak los llevaba a esos extremos provocativos. Se subían al escenario y se transformaban en un volcán. Se ponían tan beodos que no controlaban el volumen, ni el efecto, ni la estrofa, ni el tempo ni el ambiente, de ahí que sus shows fueran al principio pequeñas reyertas de escasa media hora con gresca y daños colaterales. Ya lo contaba Bobby Gillespie en sus propias memorias; él, que asumió las baquetas del combo entre el 84 y el 86, narraba con humor aquellas batallas en las que había que esquivar botellas y puños volantes. Pensándolo ahora, da miedo. Pero aquellos eran otros tiempos y lugares. Era la época de la Thatcher, las crisis culturales, la desindustrialización y el paro, y de la búsqueda de nuevas formas de canalizar el descontento. Así los “Jesus Mari”, como siempre los hemos mentado cariñosamente, se encargaron de echar madera a la lumbre con unos primeros singles y un “Psychocandy” (85) que eran un puro desafío al recato sonoro y las buenas formas. Y el fuego prendió.
Este libro narra la historia de la banda desde su génesis en East Kilbride a través de la exquisita pluma de la artista todoterreno y fanática musical Zöe Howe, apoyándose en las voces de sus protagonistas (excepto la de William Reid, que optó por tocar los huevos, como siempre). Y lo que a priori podría antojarse un relato oscuro y deprimente, a tenor de los hechos y el carácter marginal del grupo, deviene en una composición divertidísima, llena de citas clave, hilarantes confesiones y una luminosidad inédita. He aquí a los auténticos The Jesus and Mary Chain, que no son exactamente el cuadro gótico de tristeza, rictus mustios y pelos cardados que siempre los precedió. Evidentemente, el tiempo ha transcurrido, las adicciones se controlaron, las vidas se encarrilaron, y la madurez nuevamente aporta la calidad de visión retrospectiva y entonación del mea culpa eterno. Pero hay una cosa que nos choca y siempre nos chocará de esta banda, y ahí va la gran pregunta: ¿cómo es posible que haya logrado sobrevivir? De sobra es conocida (y más si lees este libro) la relación de amor-odio de Jim y William Reid, sus disputas, a veces ebrias, a veces estúpidas, sus choques de carrocería impulsivos y reiterados. Peleas constantes sobre las tablas, en los estudios, en los camerinos, en los bares. Quisieron matarse mutuamente en múltiples ocasiones, hablaron pestes el uno del otro en otras tantas, montando ese circo insoportable que gente como Douglas Hart, John Moore, Ben Lurie, Steve Monti o el propio Bobby Gillespie tuvieron que tragarse apretando los dientes. Se alejaron en ocasiones para respirar, y cuando parecía que nada ni nadie podría reflotar la nave, la fuerza magnética volvía a acercarlos para dar otro paso en forma de disco, homenaje o gira. Y ahí siguen: acaban de publicar un nuevo álbum, “Glasgow Eyes”, grabado en el Castle of Doom de Mogwai, y vuelven a lanzarse a la carretera. El sábado tocaron en el Tomavistas y los testigos cuentan que fue un show magnífico, potente, lapidario (la menda está coja y se lo perdió, ay), en el que no faltaron hitos como “Happy When It Rains”, “Head On”, “Sidewalking”, “Blues from a Gun” o “Reverence”. El flamante álbum tampoco defrauda. Sin perder su esencia, se trata del disco perfecto para contentar a los de siempre y ganar nuevos socios. Canciones como “Venal Joy”, “Mediterranean X Film”, “Discotheque” o “Chemical Animal” los muestran en un dulce momento creativo. Hasta se atreven a hacer un homenaje a las grandes bandas de los sesenta y setenta en “The Eagles and The Beatles”, o a The Velvet Underground en “Hey Lou Reid”.
Pero lo que hay que agradecer a los Mary Chain, aparte de su empecinamiento musical, es la integridad que han mostrado a lo largo de toda su carrera. Nacieron en los márgenes de una industria que detestaban, y se han mantenido en ellos hasta la fecha, sin vender su alma al diablo dólar (o euro, o libra). Es cierto que pasaron por algunos aros evitables, como aquel Lollapalloza de 1992, pero ¿por qué cuando uno piensa en una banda estrictamente independiente siempre se acuerda de ellos? A artistas así, con su autenticidad y su obstinación, hay que amarlos sí o sí. En eso consiste ser un verdadero freak.
Algunas citas interesantes:
“Queremos triunfar, pero queremos hacerlo a nuestra manera” Jim Reid a Picture Disc, 1985
“La reacción a nuestra forma de ser era instantánea. La gente quería matarnos o echarnos del escenario. Eso sí: no había hipocresía” Douglas Hart
“Eran auténticos frikis, sin mucha vida social. Bichos raros, como yo. Eran chavales de rock´n´roll, básicamente” Bobby Gillespie sobre The Jesus and Mary Chain
“Jim es la estrella del rock. Yo soy más de batín y zapatillas” William Reid a Adam Sweeting para la revista Q
“<Estrella del pop> no es más que un sinónimo de <montón de mierda>” Jim Reid
“En un par de ocasiones de gira, sentí que mi verdadero papel era impedir que los Reid se mataran entre ellos” Steve Monti
“¿Mis tres deseos? Que viniesen unos estraterrestres
a gobernar el planeta y lograsen que todo el mundo fuera amable con los demás.
Que trajeran muchas drogas sin efectos nocivos. Y que me diesen licencia para
matar” Jim Reid a Kitty Empire en NME, 1998
2 comentarios:
Las rarezas echan raíces, sobre todo, en gente auténtica, personas que enarbolan una bandera, la que sea, porque su forma de pensar sintoniza con su forma de actuar, lo más alejado de la aborrecida hipocresía. No entro en analizar los acertado o no de determinados comportamientos, nadie es perfecto aunque también hay una llamada a enmendar lo que no está bien; me quedo, sobre todo, con la lección de autenticidad que tanto necesitamos hoy en un mundo que sugiere/vende/impone toda clase de clichés en función de intereses determinados y normalmente oscuros. Y creo, sobre todo, que hay un distintivo para distinguir si esas rarezas tienen una base sana: ¿te gusta compartirlo? ¿Sientes la necesidad de dar a conocer a otros lo bueno y bello de tal o cual cosa, aunque no sea universalmente aplaudida? ¿Percibes la belleza que hay detrás y al mismo tiempo la contrapones con tanta mediocridad como nos rodea…? Entonces no estamos tan locos. ¡A por todas!
Fuerte abrazo Mary.
Hola, amigo Manolo. Qué gran comentario/reflexión. Me gusta compartir mis " bellas rarezas", aunque cierto es que en el día a día no tengo demasiadas oportunidades en el entorno que me rodea. Quizá por eso este blog sigue funcionando, aunque intermitentemente. Es bonito poder compartir lo que nos hace diferentes y nos permite alejarnos de, como tú bien dices, la hipocresía y los clichés.
Como siempre, gracias por estar ahí.
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