03 mayo 2024

REPORTAJES

MAÑANAS NEGRAS COMO EL CARBÓN Y TARDES DE PERSIANAS BAJADAS 

Brett Anderson confiesa 

Es curioso lo de moda que se ha puesto que los músicos escriban sus memorias. Antes sudábamos para encontrar una biografía o autobiografía en condiciones, más allá de los llamados “clásicos malditos”, pero ahora hay historias por doquier (en la estantería tengo unas cuantas preparadas, amén de las ya leídas y pendientes de revisión). Aunque claro, cualquier músico no vale. Es decir, que sí, que hay músicos con excelente ingenio y capacidades sobradas, pero lo que de verdad parece importar es lo que dicen esos músicos que llevan años y años bregando contra la luz y las sombras, los contratos y las carreteras, los excesos y los remedios. Es el caso de Brett Anderson; más de treinta años al frente de Suede, con una década de hiato en la que no se estuvo quieto (The Tears, cuatro trabajos en solitario, colaboraciones). Y resulta curioso poder conocer a este tipo más allá de lo que siempre nos sugirió: un ser etéreo, una pose, un medio ciborg, con esa aura de androginia, misterio y fatalidad, muy a lo Bowie. Fuimos fans modestos de Suede en los 90; teníamos sus discos (grabados, no originales), tarareábamos sus canciones y las arpegiábamos como podíamos, asistimos a un par de conciertos. Pero eran un grupo más dentro de la vorágine del dichoso brit pop, aunque nacieran antes de que el globo estallase y nada tuvieran que ver con los otros agentes de la movida. 

Ha sido el presente el que nos ha reconciliado con esta banda. Sus últimas actuaciones hicieron que reverenciáramos su perseverancia, su rabia y generosidad sobre las tablas. Tras tantos años de idas y venidas siguen estando ahí, con la última de las formaciones (Brett Anderson, Mat Osman, Simon Gilbert, Richard Oakes y Neil Codling), con mejores o peores temas, pero dándolo todo a todos: a sus antiguos y obstinados seguidores (hola, Edu), a los hijos o sobrinos de estos, a la new generation con curiosidad por el pasado. Y quizá por eso, porque hemos visto a Brett en su mejor forma y con las mayores ganas, que nos entró el gusanillo de saber de qué es capaz de hablar más allá de su figura de popstar, aún a riesgo de encontrarnos con una biografía como tantas. 

No un libro, sino dos, ambos con títulos románticos y evocadores de tristes nostalgias. “Mañanas negras como el carbón”, publicado en 2018, nos acerca a su infancia en los suburbios londinenses y nos muestra algo que no imaginábamos: sus orígenes pobretones y marginales. Nos va llevando de la mano por una adolescencia y juventud llena de dubitación familiar, profesional y habitacional, en la búsqueda del yo y su lugar en el orbe. En estas páginas se gesta la pasión heredada por la música, el nacimiento de Suede, la importancia de Justine Frischmann en los albores existenciales del narrador y de la banda, así como los gérmenes de esa mítica alianza Anderson-Butler que tanto recuerda a la de Morrissey y Johnny Marr (quizá hable de ellos un día de estos). La historia de esta parte abarca hasta la firma del primer contrato discográfico con Nude Records, y deja la puerta abierta a una continuación necesaria. 

Y esa continuación llega, en efecto. A la mañana sigue la tarde. “Tardes de persianas bajadas” sale en 2019 para seguir con el relato, navegando por cada uno de los discos grabados hasta “A New Morning” (2002). Destacan sobre todo esas explicaciones sobre el nacimiento de muchas canciones, cómo brotaron y de qué estímulos surgieron, y cómo las ve su creador tras pasarlas por la depuradora de tres décadas. Por supuesto, el tiempo las ha convertido en laberintos y galimatías indescifrables, o libremente descifrables. Ahora ya no nos paramos a profundizar, a pensar qué quiere decir ese verso retorcido. Nos limitamos a canturrearlas: “High on diesel and gasoline”, “We are the pigs, we are the swine”, “Animal, he was an animal”, “We´re so young and so gone”, “I was born as a pantomime horse”, etc. Los años llevan estas melodías y sus codas al estatus de clásico, más allá de sus significados o trascendencia intelectual o filosófica. 

Pero lo que da un valor agregado a las memorias de este tipo es su capacidad para la narrativa implacable, resultando absolutamente aplastante y adictivo. Su desahogo es un ejercicio brutal de autocrítica, vertiendo opiniones, confesiones y teorías sobre sí mismo sin filtro. De manera elegante, poética y sincera, Brett nos demuestra su carácter leído y vivido, haciendo un análisis de la evolución musical y personal del grupo y de sí mismo. También de su relación tortuosa con los medios, que los vendieron como moderna caricatura de la decadencia más chic. Hay palabras amables para todos los actores secundarios que tuvieron un papel importante en la vida y en la banda, e ignorancia hacia los seres irrelevantes o los capítulos escabrosos. Hay mucha sabiduría en sus palabras, descubriéndonos a un gran escritor rezagado. Y curiosamente, ese escritor insiste en dejar claro que, como músico e instrumentista, siempre ha sido pésimo. Bueno, quizá no tanto. Lo que está claro es que a través de sus memorias hemos conocido que no estamos ante un extraterrestre, sino ante un ser humano razonado y sereno, de vuelta de los engaños de la industria y el mundo en general. Y es bueno acercarte a los iconos o ídolos de una era y comprender que están hechos de la misma pasta que tú. O quizá es que cerca o más allá de los cincuenta a todos nos da por lo mismo: ponernos melancólicos y hacer balance de lo que fuimos y en qué nos hemos convertido. Quizá Brett Anderson no sea una excepción. Quizá, definitivamente, él sea igual que todos, igual que nosotros.  

No hay comentarios: