Recuerdo aquellos tiempos en que éramos asiduos a los
festivales, controlando, gobernando, aceptando intrínsecamente la situación,
sin cuestionar filosofías, modas o actitudes. Aquellos tiempos han pasado. Todo
está ya muy visto. Nada es lo que era. El SOS 4.8. es uno de los festivales pop
por excelencia y eso se nota en el tipo de público. Nosotros somos los bichos
raros, los observadores, los cronistas silenciosos, perfectamente camuflados
entre la ultramoderna multitud. Reclamos para acabar en Murcia: Luna, Temples y, sobre todo, los amigos a los que hace tiempo que no ves.
El resto, pura improvisación.
LUNA: No es
bueno ver a un grupo en un festival tras haberlos degustado recientemente en un
teatro. La cosa no luce y sabe a poco. Dean, Britta, Sean y Lee fletaron
nuevamente su infinita clase pese a la fatal hostilidad del medio. Ruido de
fondo, público despistado o desentendido, molesta caída de sol, embarazos
sonoros. Sin embargo fue un placer darse otro paseo por Chinatown, Malibu y
Bruselas, y también fue un regalo gozar de temas que faltaron en su primera
fecha madrileña, como “Slide”, “Slash Your Tires” e “Indian Summer”. La sentida y reverencial
despedida de Mr. Wareham sugirió más un adiós que un hasta pronto. Dios, qué
bonito fue mientras duró.
BIGOTT: Recuerdo
un viejo encuentro con el maño Bigott
en Barcelona hace mucho tiempo. Recuerdo americana, folk añejo y guitarras
acústicas. Recuerdo ecos de Bob Dylan
y Neil Young, un sombrero y esas
barbas que todavía perduran. ¿Era Bigott
en realidad? Aquello no era lo que es ahora, pero lo de ahora también tiene su
punto. Pop-rock exquisito en deliciosas dosis de escasos tres minutos. Como si
el espíritu de Luna todavía
anduviera pululando por el escenario.
MORRISSEY: No voy a
esconder ahora mi inquina hacia este individuo. Hacia él, no hacia su música.
Porque cuando la música es tan buena y suena tan bien, la aversión se matiza.
Así que las cosas como son: su divismo roza la ridiculez, pero qué grandes son
sus canciones, con o sin Smiths, qué gran voz y qué ojo para elegir a sus
músicos. Prohibir cocinar carne durante el concierto fue solo la enésima excentricidad
contractual, o quizá un elemento más del espeluznante panfleto audiovisual en
que se convirtió “Meat Is Murder”. La
increíble “Suedehead” abrió a todo
bombo un show impecable en su ejecución, pero para alguien que dejó de seguir
los pasos de Morrissey hace
demasiado tiempo siempre habrá altibajos. Aunque los altos son tan altos (“Suedehead”,
“Stop Me If You Think You´ve Heard This
One Before”, “First of The Gang To
Die”, “Everyday Is Like Sunday”,
“What She Said”) que luego de los
bajos ni te acuerdas.
THE
VACCINES: Vistos pero no vistos. Un trámite solo soportado en alarde de
buena educación. ¿Es necesario ese exceso de decibelios, de bajos
sobresaturados? Estos tímpanos no sufrían tanto desde My Bloody Valentine. Y todo ¿para qué? Quizá para enmascarar la
cojera de unas canciones que hacen enloquecer a algunos mientras masacran de
puro aburrimiento a otros. Un poco ramonianos, sí, pero absolutamente
irrelevantes.
TEMPLES:
Posiblemente, la revelación del festival. Tan jóvenes pero tan duchos, tan
retro pero tan frescos. Había dudas sobre cómo sonarían en vivo, pero qué
manera de tocar y qué manera de sonar. Qué insultante forma de expulsar “A Question Isn´t Answered”, “Keep In the Dark”, “Colours to Life” o “Mesmerise”,
como dragones vomitando fuego. Por no hablar de “Ankh”, apoteosis escondida en cara B, imaginario y glorioso viaje acid test a golpe de tecla. También son
guerreros; intentaron desafiar las normas colando “Shelter Song” fuera de hora, pero la mano que mece la cuna es
implacable: vatios y voltios fuera. No hubiera costado nada dejarlos terminar y
retirarse como auténticos héroes. Aun así lo fueron, no cabe duda.
I´M FROM
BARCELONA: También recuerdo un breve y viejo encuentro con estos suecos
en Barcelona hace mucho tiempo. Recuerdo a un montón de gente en el escenario y
un buenrollismo desaforado. Pues bien, la numerosa tropa escandinava sigue en
las mismas: alegría, melodía y sana desorganización. Si lo que pretendían era
hacer feliz al personal lo consiguieron, aunque el sonido fuera penoso, con
coros y metales pasando desapercibidos (al loro con los tronchantes personajes
militantes de la coral). Con canciones tan simpáticas (“Violins”, “Always Spring”,
“Benjamin”, “Treehouse”, “We´re from Barcelona”), tanto cachondeo
en escena y ese atrezzo de globitos y
confetti a lo Flaming Lips, garantizaron
la juerga en su décimo aniversario y se metieron al público en el bolsillo.
Divertidísimos.
THE
NATIONAL: Misterios indie: los años pasan y The National se convierten en un grupo de masas al tiempo que se
van transformando (como diría el sabio Rust Cohle) en un jodido círculo plano.
Círculo que algún día acabará mutando en agujero negro, engullendo la irritante
pose semi-atormentada de Matt Berninger,
y con ella a toda su banda. Sí, una vistosa escenografía, pero estos temas no
dan para más. Solo “Afraid of Everyone”
y “Pink Rabbits” se salvan de la
quema. El resto son manchas difusas sobre un lóbrego fondo. Incluso algunas,
decentes en origen, acaban desmembradas por sus propias ansias de épica (“Squalor Victoria”, “Mr. November”). El triste número de lanzarse a las masas cual
Mesías al final fue la gota que colmó el vaso, ese vaso lleno de un líquido
tremendamente insípido, ese vaso del que me niego a beber más.
A los fotógrafos: gracias por las fotos.
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