“The King will walk on
Tupelo!”. Por fin. Ya estaba bien. Ya era hora de que el Rey caminara por
la capital como Dios manda. Que nos secuestrara y bailara sobre nuestras manos.
Sí, el príncipe de la oscuridad dejó de existir hace mucho tiempo, ahora es el
Rey. Un ciclón. Inenarrable, explosivo, épico y bestial. Hipnotizando, avasallando,
doblegando con su chulería de gángster, su aullido feroz, su turbia mirada, su
dedo implacable, su red right hand. Nick Cave es un artista
sublime ya sea solo, con un saco entero de semillas o con la mitad del saco. No
estoy contando nada nuevo pero conviene recordarlo periódicamente. Sí, sus
discos son soberbios pero hay que vivirlos en vivo, sentirlos en carne, dejar
que el gurú nos los tatúe con su hierro incandescente en la piel. Leí hace poco
en alguna parte que este tipo en directo es capaz de volarte la cabeza. Así es,
ni más ni menos. Hoy aún estamos sin cabeza. Una transfusión, por favor.
No fue lo que nos vendieron: inmaculado decorado para un espectáculo
acogedor y especial. De eso nada, monada. Pensábamos que el gran momento de
nuestras vidas había llegado, que íbamos a gozar del tío Nick lejos de
barbaries, jaleos y marabuntas, con el culo cómodo y los pinreles relajados.
Qué inocentes. Bastaron cuatro temas (“Higgs Boson Blues” desató las
llamas) para que el concierto espiritual de auditorio se transformara en otro bullicioso
concierto de festival. Un gesto, un solo gesto, y la montaña fue a Mahoma. Sí, a
él le encanta darse esos baños de locura, poner a prueba la longitud del cable del
micro, sentirse profeta, santo, sanador y ejecutor. Pero valiente gracia para
los de las primeras filas, que vieron levantarse un muro humano delante de sus
narices después de haber pagado un pastizal. Eso no está bien. Por suerte el
caos acabó siendo un caos organizado, pacífico y amistoso en honor y por amor a
un genio tan genial. Aunque se oyeron peticiones de la audiencia hasta aburrir
y casi cabrear, algunas tan disparatadas como “No More Shall We Part”, “Foi
Na Cruz”, “Henry Lee” o “Saint Huck”. Pues puestos a pedir, yo hubiera pedido “The Hammer
Song” (“and then the hammer came down, Lord, the hammer came down”).
Las dos horas largas de repertorio dieron para mucho: para la
pluma y el látigo, agua y vinagre, perfume y resina, en un abanico de canciones
que abarcaron casi todas sus épocas. Prometieron veinte y fueron veinte. Obviedades
y sorpresas. Fidelidad y recreación. Explosiones de todos a una, frente a solos
al piano con el resto de la banda oculto bajo un velo de tiniebla. Hermosos momentos de intimidad con “The Ship Song”,
“Mermaids”, “Love Letter”, “Into My Arms” y “People
Ain´t No Good”. Batallas atroces y descomunales con “Red Right Hand”,
“From Her to Eternity”, “Tupelo” y “Jubilee Street”. Cambios
de vestimenta y peinado sonoro para “The Weeping Song”, “Stranger
Than Kindness”, “West Country Girl”, “Jack The Ripper” o una
“The Mercy Seat” que, únicamente con voz y piano, suena igual de
ardiente y todopoderosa. También hubo gratas ofrendas en forma de episodios inesperados,
como “Black Hair” (qué memorable duelo piano-acordeón) y “Up Jump The
Devil” (qué memorable sin más).
No eran Nick Cave and
The Bad Seeds; eran Nick Cave and ½ The Bad Seeds. Pero da lo
mismo. El caballo es un pura sangre y puede cabalgar años sin abrevar. Porque
el Rey lleva las riendas, y el Rey dice lo que hay que hacer, y se hace lo que
él dice y punto, y lo sigues a él y dices amén y no puedes seguir a nadie más.
Pero sería una injusticia no hacer una reverencia a Thomas Wydler
(reincorporado felizmente tras su ausencia por indisposición en la anterior
gira), a Martyn Casey (siempre elegante e incombustible) y al
entrañabilísimo y polivalente Warren Ellis (te queremos, Barrabás). Y,
señoras y señores, tenemos una nueva mala semilla: se llama Larry Mullins
y ha tocado con los Stooges y Silver Apples, otro fichaje de
abrigo. De Barry Adamson, por cierto, ni rastro. Este formato, menos profuso
y más intimista, tiene un gran pro y un pequeño contra. El contra: desluce el
papel de un Warren demasiado encorsetado en su imaginario teepee
instrumental. El pro: ½ The Bad Seeds son suficientes para hacer tanta o más
pupa que todos juntos. Moraleja: ¿la culpa la tiene el Rey? Pues larga vida al
Rey.
EL SETLIST: “We No Who U
R”, “The Weeping Song”, “Red Right Hand”, “Higgs Boson
Blues”, “Mermaids”, “The Ship Song”, “From Her To Eternity”,
“Stranger Than Kindness”, “Love Letter”, “Into My Arms”, “West
Country Girl”, “Tupelo”, “Black Hair”, “The Mercy Seat”,
“Jubilee Street”// “Up Jumped The Devil”, “People Ain´t No
Good”, “Breathless”, “Jack The Ripper”, “Push The Sky Away”.
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