29 abril 2012

DISCOS

ANDREW BIRD. Break It Yourself.

Sonidos artesanales.

Andrew Bird es un tío bastante entrañable. Bastó verlo en aquel Primavera Sound de hace algunos años, solo ante el peligro, llenando un escenario semi-vacío de pequeñas limaduras virtuosistas. Y quizá por eso, disco tras disco, aunque de manera más o menos discontinua, es preciso arrimar la oreja a ver qué cosas nuevas tiene que decir. Su formación en la escuela clásica es toda una ventaja, aunque el multiinstrumentista silbador haya decidido que su camino es el de la música popular, ese universo indie-pop productor de una morralla exagerada, en medio del cual aparece de vez en cuando algún brote verde.

Y Bird puede congratularse de haber sido uno de esos brotes, ya casi un arbusto. “Break It Yourself” (2012) posee el intríngulis innato de todos sus trabajos: largo, copioso y en ocasiones rapsódico. Sesenta minutos de auténticas piezas artesanales, con lugar de honor para los pizzicatos, que tejen sus marañas barrocas en “Desperation Breeds” o “Give It Away”, y también para los inevitables silbidos, nítidos y magistrales en “Lazy Projector” y “Lusitania” (esta última a dúo con Annie Clark de St. Vincent).

Y es que los artesanos también pueden ser a veces un poco magos. Nuestro amigo de Chicago lo es, logrando reunir en una misma composición (“Danse Caribe”) folk popular, músicas tribales y aires andinos, como si Bob Dylan, Paul Simon y David Byrne se aliaran en un pacto tripartito; o también hermanar ritmos celtas y orientales (“Orpheo Looks Back”) como si todas las músicas del mundo fueran la misma cosa. A lo mejor es que lo son.

26 abril 2012

DISCOS

JUSTIN TOWNES EARLE. Nothing´s Gonna Change The Way You Feel About Me Now.

Grandísimo hijo de su padre.

La actualidad dice que hay que hablar del último disco de este tipo. Pero yo es que quiero hablar de este y de otros. Por ejemplo, del colosal “Midnight At The Movies” (2009) y sus indescriptibles “What I Mean”, “The Killed John Henry”, “Can´t Hardly Wait”, “Poor Fool”, “Halfway to Jackson” y “Walk Out”. También de “Harlem River Blues” (2010) y su enloquecedor himno principal, come on everybody, cantemos todos: “Lord I´m going uptown to the Harlem River to drawn, dirty water gonna cover me over and I´m not gonna make a sound”. Discos magníficos que, por ser descubiertos a deshoras, se quedaron en el limbo de las cosas que no son novedad ni antigualla. Discos que dejaron bien clara la valía de un Justin Townes redimido por el poder de la música. Todos sus pecados serán perdonados mientras se dedique a hacer discos como estos, cazando de forma magistral el espíritu del sur, el mojo, el duende del Mississippi, la magia del soul y el aroma vintage.

Pero vale, hablemos del último, aunque la portada sea lo más espantoso visto en años. En él el hijo del venerable Steve decide plegar velas, huir del contraste extremo y concentrarse en su vena más soul. En “Nothing´s Gonna Change The Way You Feel About Me Now” (2012) abundan las melodías suaves y el eco de trompetas lejanas. Claro que siempre hay hueco para alguna que otra alegría, un buen lingotazo de R&B (“Baby´s Got A Bad Idea”, “Memphis In The Rain”, “Movin´ On”) o un sorbito de jazz con sordina (“Down On The Lower East Side”, otra para la lista Best NYC Songs). Sin embargo, este trabajo queda un pelín lejos de sus antecesores. Aquellos se apoyaban en los cimientos de la cultura popular americana, visitando las moradas de los más grandes de los géneros que marcaron el principio de todo lo que hoy conocemos. Este simplemente agrada, pero poco más, aunque su primer verso sea de lo más tierno y significativo: “I hear my father on the radio singing”. No es un paso en falso, solo un pequeño paso de puntillas después de varias zancadas dejando una huella suprema.

24 abril 2012

DESCUBRIENDO A...

PSYCHIC ILLS

Vamos con otra buena dosis de eso que tanto nos gusta: psicodelia. En esta ocasión nos la traen unos neoyorquinos de largas melenas: Tres Warren (guitarra, voz), Dan Wise (guitarra), Elizabeth Hart (bajo), Brandon Davis (teclados) y Chris Millstein (batería). Llevan circulando por el panorama musical desde 2006, han publicado ya tres álbumes y en su año de debú fueron nombrados Mejor Banda de Rock Psicodélico en la Gran Manzana por la prestigiosa revista The Village Voice. Su música no aporta nada nuevo, lo que ya todos conocemos, pero tiene un efecto contagioso de lo más agudo. El descubrimiento se produce a través de su último largo, “Hazed Dream” (2011), una colección soñadora e hipnótica que somete el cerebro al mínimo descuido. Lo típico: patrones continuos de guitarras niquelando espectaculares melodías y órganos sumisamente acompañantes. Aquí encontrarás canciones que te llevarán de paseo de la mano, que te harán volar por encima de las nubes, que te ayudarán a dejar la mente en blanco. Es el caso de “Mind Daze”, “Incense Head”, “Ring Finger”, “Sungaze” o la espectacular “Mexican Wedding”, con esa armónica sorpresa para chuparse los dedos. Te acordarás de la Velvet, de los Doors, de Spacemen 3, de Primal Scream, de The Jesus & Mary Chains o de Stone Roses. Garantizado.

20 abril 2012

DISCOS

DIRTY THREE. Toward The Low Sun.

El caos es bello.

Por fin. Warren Ellis ha podido liberarse, al menos temporalmente, del yugo imponente del todopoderoso amo Cave, y los tres sucios nos regalan nuevo disco siete años después. En “Toward The Low Sun” (2012) vuelven a la estrategia de antaño (poca cantidad pero muy intensa), aquella que se saltaron con un “Cinder” (2005) que no escatimaba en canciones, amplitud de sonidos y colaboraciones vocales. Aquí vuelve a reinar el trío instrumental (guitarra, batería y violín eléctrico), con algún inquilino adicional, como ese Hammond que se cuela en plan okupa en la cuasi-psicodélica “Furnace Skies” o ese piano que eleva al cielo “Sometimes I Forget You´ve Gone” (una canción de Dirty Three sin violín o viola, esto es noticia) o la encantadora “Ashen Snow”. Y por supuesto, aquí vuelve a palparse el caos, ese desmadre que los convierte en únicos, que hace de sus complicadas composiciones un peligroso precipicio. Porque hace falta entrenamiento para poder sumergir la cabeza en ese caos y lograr recomponerlo, rastrearlo y sentirlo. Puedes intentar seguir las travesuras rítmicas de baterista jazzy extremo de Jim White, pero entonces la guitarra de Mick Turner traza otro camino, mientras el arco inmisericorde de Warren se empeña en borrar las muescas del terreno. Incluso en los temas más ordenaditos, como las estupendas “Moon On The Land”, “Rising Below” o “Rain Song”, existe siempre un pequeño conato de subversión. Es un misterio cómo lo hacen, pero lo hacen: crear una belleza transportadora a partir de patrones que no existen, de piezas de rompecabezas diferentes que curiosamente encajan. Unos auténticos maestros del folk, post-rock, jazz core o como demonios se llame esta jodida y maravillosa música.

18 abril 2012

DISCOS

THE PINES. Dark So Gold.

La canción del espantapájaros.

The Pines son un regalo de la tierra. De esa tierra que evocas cuando los escuchas, esos paisajes llenos de heno, de granjas espartanas, de espantapájaros que esperan cabizbajos otra solitaria puesta de sol. “Dark So Gold” (2012) es ya su cuarto álbum, y aunque para muchos todavía sean unos desconocidos, puede que este sea el momento de la verdad. Porque Benson Ramsey y David Huckfelt no tienen nada que envidiar a otros compañeros de género; a Lambchop, Richmond Fontaine, Dolorean, The Magnolia Electric Co. o Will Oldham en sus diferentes transfiguraciones, incluso a unos Calexico a los que casi llegan a empatar en las evanescentes texturas de sus pasajes instrumentales (qué delicia “Moonrise, Iowa”, “Grace Hill” y “Losing The Stars”). Este es un gran disco logrado desde la modestia. Su comienzo con la espectral “Cry, Cry, Crow” es ya anunciador, y escuchar las voces descoloridas de los dos protagonistas vuelve a convertirse en una experiencia casi mística. Son las voces perfectas para hablar de la desolación, para susurrar sobre la tristeza. Son las voces que necesitan canciones como “Rise Up and Be Lonely”, “Be There In Bells” o “Chimes” para convertirse en auténticos himnos del mejor country-rock o la americana de pedigrí, superando el escollo del aburrimiento, reflexivas y profundas, con un buen pedal steel si es necesario. De verdad que dan ganas de calarse un sombrero de paja en la cabeza, coger una botella de bourbon y sentarse en el porche a hablar con el pobre espantapájaros. Sí, ese que aparece en esa magnífica portada que anuncia a las mil maravillas todo lo que puedes encontrar dentro.

16 abril 2012

CANCIONERO

THE WATERBOYS. The Whole of The Moon.

Mike Scott y sus compinches se encuentran estos días de gira por nuestro país. Y como una no puede estar en todas partes, ni siquiera en su ciudad natal, en la que debieron tocar el pasado sábado por un nada módico precio, se quedará con las ganas de verlos en esta ocasión. Para contrarrestar la pena me enchufo una de sus mejores canciones, y así hallo consuelo de tontos. “The Whole of The Moon” es uno de esos temas que siempre están en la cabeza, de los que siempre aparecen cuando se trata de hacer una selección de favoritos, una canción de la que es muy fácil enamorarse y sentir un cosquilleo especial en el estómago cada vez que suena. Es esa canción que siempre quieres tocar con la guitarra, la que querrías que sonara en tu boda si la hubiera, la que te gustaría cantar con tus amigos a pulmón partido. Es un bellísimo poema musical. Estaba dentro de aquel excelente álbum llamado “This Is The Sea” (85), compitiendo con otros míticos himnos de la banda como “Don´t Bang The Drum”, “The Pan Within” u “Old England”. Menos da una piedra. Cantemos y brindemos por los chicos del agua.

THE WHOLE OF THE MOON

I pictured a rainbow, you held it in your hands
I had flashes but you saw then plan
I wandered out in the world for years while you just stayed in your room
I saw the crescent, you saw the whole of the moon
The whole of the moon

You were there in the turnstiles with the wind at your heels
You stretched for the starts and you know how it feels
To reach too high, too far, too soon
You saw the whole of the moon

I was grounded while you filled the skies
I was dumbfounded by truth, you cut through lies
I saw the rain dirty valley, you saw Brigadoon
I saw the crescent, you saw the whole of the moon

I spoke about wings, you just flew
I wondered I guessed and I tried, you just knew
I sighed and you swooned
I saw the crescent, you saw the whole of the moon
The whole of the moon

With a torch in your pocket and the wind at your heels
You climbed on the ladder and you know how it feels
To get too high, too far, too soon
You saw the whole of the moon, the whole of the moon, hey yeah

Unicorns and cannonballs, palaces and piers
Trumpets, towers and tenements, wide oceans full of tears
Flags, rags, ferryboats, scimitars and scarves
Every precious dream and vision underneath the stars

Yes, you climbed on the ladder with the wind in your sails
You came like a comet, blazing your trail
Too high, too far, too soon
You saw the whole of the moon

14 abril 2012

REPORTAJES

PEARL JAM. Twenty.

Todavía estoy vivo (I´m still alive)

No sé si alguna vez lo he dicho, pero hay tres canciones que cambiaron por completo mi vida. “Creep” de Radiohead fue una. “Smells Like Teen Spirit” de Nirvana fue otra. Y la tercera fue “Alive” de Pearl Jam. Si no hubiera sido por esas tres canciones y esos tres grupos, yo ahora no sería lo que soy, no sería una minoría orgullosa sino parte de la insípida mayoría. Los discos de Pearl Jam sonaron una y otra vez entre las cuatro paredes que delimitaban el santuario en el que yo intentaba ser grunge a mi manera. Y “Alive” puede que fuera la canción que más sonó. Cien, mil, millones de veces.

Pues bien, Pearl Jam han cumplido 20 años, y había que celebrarlo. Por eso Cameron Crowe (no podía ser otro) echa mano de hemeroteca y compone “Twenty” (2011), un documental en el que se recorre toda la historia de la banda, con imágenes y testimonios de todos los tiempos, una retrospectiva enormemente tierna de una carrera llena de éxito y de lucha para digerir ese éxito. Y entonces descubro cosas que no sabía, que me demuestran que no fui tan fan de Pearl Jam como creía. Por ejemplo, descubro que el gérmen estaba en otra banda de la que había oido hablar solo de refilón, Mother Love Bone, patriarcado de Stone Gossard y Jeff Ament junto al vocalista Andy Wood. La muerte trágica de Wood acabaría con un sueño juvenil de supervivencia y marcaría para siempre las vidas de sus compañeros y amigos. Amigos entre los que estaba, por supuesto, Chris Cornell. Había oido hablar también de la empatía entre Pearl Jam y Soundgarden, pero en “Twenty” esa relación profunda y sincera se toca con los dedos. También me entero de cómo llegó Eddie Vedder a Seattle, ese chico tímido de provincias tocado por el estigma del padre desconocido, que se transformaba en una fiera en el escenario, que trepaba y se columpiaba por las torres de sonido en plan temerario haciendo que sus colegas de banda se cagaran de miedo. Y me entero que antes de Pearl Jam la banda se hacía llamar Mookie Blaylock, como el jugador de baloncesto, y que “Ten” se llamó así porque era el número que el bueno (o malo) de Mookie lucía en sus espaldas.


Por supuesto, el documental recoge datos y momentos que me son más familiares. Por ejemplo, el caso Ticketmaster, las protestas de la banda contra el monopolio de la empresa. Una causa noble con un final infeliz, como el de tantas y tantas causas nobles que se dan de morros contra el feroz poder del capitalismo. Otro ejemplo: la avalancha y consiguiente tragedia de Roskilde en 2000, y su efecto devastador en todos los miembros del grupo. Tampoco se pasa de largo sobre la cruzada para encontrar un baterista de continuidad, después de los infructuosos papeles de Dave Krusen, Matt Chamberlain, Dave Abbruzzese y Jack Irons. And the winner is… Matt Cameron. Y por supuesto, en este homenaje no podían faltar dos personajes importantes en el devenir del grupo: Neil Young, el padrino deseado, esa llama a la que se arrimaron en un momento en el que necesitaban luz para ver el futuro; y Kurt Cobain, que con sus poco amables palabras no solo no consiguió herirlos sino hacerles mejorar (si no puedes con el enemigo, únete a él; y así fue como sucedió).

Y luego está la música, su música, esas canciones que tanto han significado para tantos. El éxito inmediato de “Ten” (91), con esas eternas “Even Flow”, “Alive”, “Black” o una “Jeremy” que les llevó a grabar su primer video como tal, muy a pesar de un incómodo Vedder. La continuación mediática con “Vs.” (93) donde campaba esa memorable “Daughter” que en un principio iba a ser “Brother”. Después “Vitalogy” (94), del que Stone Gossard confiesa no haberse sentido muy orgulloso, con aquellos pelotazos como “Spin The Black Circle” y “Not for You” o aquella emocionante “Better Man”. “No Code” (96) traería un cambio, una evolución como idea de revolución, las puras ganas de librarse del yugo mediático; aquellos que lo califican de álbum menor lo escucharon con un kilo de cera de los oídos. “Yield” (98) también estaba lleno de  canciones que nunca nos cansamos de escuchar, como “Faithful”, “Given To Fly” o “Do The Evolution”. ¿Y “Binaural” (2000)?. Pues efectivamente, como Mike McCready sentencia en el documental, “Binaural” supone el fin del boom y una nueva vida para Pearl Jam. La vida de banda ya consolidada pero alejada de las portadas, la banda que a partir de ahora puede hacer lo que le de la gana sin tener que rendir cuentas. Y así lo han hecho, desde luego. Álbumes que desde “Riot Act” (2002) hasta “Backspacer” (2009) han pasado de puntillas por un mundo discográfico más preocupado por encontrar esa gallina de los huevos de oro que lo salve de la quema. Y ellos son felices. Total, ya lo han conseguido todo. De hecho, mucho más de lo que necesitaban. Hasta algún que otro Grammy que, por cierto, Stone Gossard guarda sin pudor en el sótano de su casa.

Han sido 20 fructíferos y ejemplares años. Y podemos congratularnos de haber vivido todos con ellos, íntegramente, aquí no hay revival o viaje al pasado que valga. Además, la música de Pearl Jam nunca deja de estar de moda, tiene algo que la hace madura y consolidable, no pierde entidad ni huele a rancio, y no todos sus compañeros de generación noventera pueden decir lo mismo. Así que muchas, muchas felicidades y que la rueda siga girando.

12 abril 2012

DISCOS

SHEARWATER. Animal Joy.

Viaje al lado oscuro.

Pues sí, Shearwater empezaron siendo esa banda épica que bien podría haberle mojado la oreja a Radiohead, salvando las distancias y con todos los respetos a Yorke y compañía. Desde sus comienzos ya muy lejanos, la banda de Jonathan Meiburg ha ido dando bandazos, quizá palos de ciego, sin poner el huevo en un estilo u horizonte concreto. “Rook” (2008) y “The Golden Archipielago” (2010) era buenos discos con momentos festejables, pero no eran el fin del principio ni mucho menos. En este “Animal Joy” (2012) se visten de negro y se contonean hacia territorios oscuros que hasta ahora eran propiedad exclusiva de gentes como Depeche Mode, Then Jerico o The Mission. Que sí, hombre, que Shearwater se ponen ahora ochenteros. Y en ocasiones la jugada les sale fetén, como en “Breaking The Yearlings”, “Dread Sovereign”, “Open Your Houses (Basilisk)” o “Believing Makes It Easy”, donde consiguen meterse en el disfraz y lograr una imitación perfecta. Aunque no todo es cliché, ¿o sí?. El caso es que hay temas que no dejan indiferente, que te capturan en una estratégica red de araña y te obligan a cosas inexplicables y maquinales, como escribir una reseña de un disco que, en principio, ni fú ni fá. Me refiero a “Insolence”, “Run The Banner Down”, “Pushing The River” y “Star of The Age”. ¿Qué tendrán estas canciones?. Casi todas están al final, lo que viene a explicar que este es un trabajo en crecimiento, de menos a más. Así que paciencia, y a oírlo entero.

09 abril 2012

DESCUBRIENDO A...

THE LOOM

Ahí va el último gran, grandísimo descubrimiento de la temporada (gracias, Música Cuántica). The Loom es una espléndida banda de Brooklyn (¿de dónde si no?), que lleva desde 2006 pululando por los circuitos mayormente estadounidenses. Una de esas bandas que debería estar en primera fila, en portada de espacios especializados, en boca de unos y de otros. ¿Y por qué no lo está?. Vete tú a saber. Quizá porque son buenos. A los buenos les cuesta mucho más lograr reconocimiento que a los malos. Es duro decirlo, pero es verdad. En 2008 publicaban un EP llamado “At Last Night”, aunque su punta de lanza ha sido “Teeth” (2011), su primer largo, un disco espeluznante, apasionante, con trompetas hermosísimas, banjos sabrosísimos, percusiones titánicas, jugosos duelos vocales, y canciones tan colosales como “With Legs”, “The Middle Distance”, “Helen”, “The Curtain Calls”, “For The Hooves That Gallop And The Heels That March” o “Give Up The Ghost”.

Describir la música de The Loom es complicado, pues beben de muchas fuentes como el folk, los sonidos dixieland, el pop, el punk y veinte cosas más. Lo mejor para lanzar una idea es superponer a dos de los grupos descubiertos el año pasado: A Jigsaw y Cult of Youth. Sí, serían como una deliciosa mezcla entre ambos. ¿Y quiénes son estos chicos tan geniales y bien dotados?. Pues suelen ser seis: John Fanning (voz, guitarra, piano, ukelele), Sarah Renfro (teclados, percusiones y voz), Lis Rubard (trompeta, trompa), Jon Alvarez (batería), Dan Desloover (bajo) y Alex Greiner (guitarra). Todo un combo al que habrá que seguir la pista de ahora en adelante con insistencia de perro sabueso.  

06 abril 2012

DISCOS

PLANTS AND ANIMALS. The End of That.

Entre dos tierras.

A los canadienses Plants and Animals es imposible etiquetarlos. Se mueven entre dos tierras, entre lo clásico y lo modernísimo, entre las raíces y el rock indie. Y si quieres una prueba evidente, ahí va “The End of That” (2012). “Before”, sutil joya de folk clásico, abre su tercer álbum con cantos preciosistas de sirena. Después no hay nada parecido, pues las guitarras eléctricas toman el mando, guitarras recias y poderosas que presiden la mayoría de las canciones haciendo que pesen a veces más de la cuenta. “The End of That” sigue con la vista puesta en un sonido muy roots, con saludos a Springsteen y The Band entre otros, mientras “No Idea” se dedica a lanzar besos a Dylan. También hay coqueteos con el legendario hard rock de los 70, lo que hace que “2010” y “Runaways” huelan un poquito a Led Zeppelin. La explosiva “Crisis!” vota por el glam, especialmente en sus minutos finales. Y luego están esas cosas que vienen del universo indie, modernamente aburridas y ocasionalmente intrascendentes, canciones que o bien se quedan a mitad de camino (como “Song for Love”, un quiero y no puedo ser Wilco, a la que hay que agradecer su agradable riff final) o bien ni siquiera logran arrancar (como “Why & Why” o la infumable “Control Me”). En fin, un batiburrillo libertino, intemporal y extravagante que, por lo menos, resulta entretenido.

05 abril 2012

DESCUBRIENDO A...

FINK

Fink es el nombre artístico de un tipo nacido en Cornwall, criado en Bristol y afincado en Brighton llamado Fin Greenall. Músico, DJ y productor para nada nuevo, entrenado en los campos del trip-hop y el techno allá por finales de los 90 y abonado al sello Ninja Tune, que ahora traza un nuevo camino mucho más sosegado e intimista, con parada en el motel folk. Su primer álbum “Fresh Produce” (2000) solo es un espejismo, una obra a camino entre el trip-hop, el dub y el ambient, tras la que se dibuja un punto y aparte evidente. A partir de “Biscuits for Breakfast” (2006) la cosa cambia y fructifica. Varios álbumes nada triviales en los que prima la acústica de cantautor sensible, dejando algún pequeño hueco para que se cuele ese loop o base electrónica cuya misión es aportar volumen a la composición.

Pues bien, con su último trabajo “Perfect Darkness” (2011) Fink parece haber llegado a la cúspide de su carrera. Un sensacional disco en el que las canciones cobran una dimensión especial. Desde el comienzo triphopero de “Perfect Darkness” a los desenlaces épicos de “Honesty” o la maravillosa “Who Says”, pasando por ese pacto diabólico con el delta blues en las abrasadoras “Wheels” o “Warm Shadow”. Un álbum que muestra en todo su esplendor la aptitud creativa de este hombre, el valor de su prodigiosa voz y su habilidad innata para el fingerpicking. Muy recomendable.

02 abril 2012

CONCIERTOS

LOW + RAUELSSON. Toledo. Círculo del Arte. 31-3-2012.

Por fin, hombre, ya era hora de ver a Low en condiciones. Siempre al raso y en festivales, con la magia escapándose hacia el cielo abierto, con el bocazas de turno rompiendo el buen karma. Mucho mejor así, en la intimidad. La intimidad de un aforo triste pero agradecidamente escaso. La intimidad de un marco incomparable, lleno de bóvedas, arcos y huellas sacras, hecho a su medida. La intimidad de tenerlos al lado mismo de casa. Aunque suene a tópico cansino, sentir a Low es lo más parecido a una experiencia religiosa. Al menos dentro de un mundillo este, el musical, en el que las emociones se venden cada vez más caras.

La noche comenzaba con la música de Rauelsson, pseudónimo bajo el que se parapeta el castellonense Raúl Pastor. Un tipo con la suerte de haberse echado un gran amigo: un amigo que se llama nada más y nada menos que Peter Broderick. Interesante mano a mano, un dúo perfecto creando atmósfera y confusión. Un proyecto que refleja un mundo interior complejo (esas letras tan particulares), en el que Raúl pone voz (a ratos algo escasa) y guitarra acústica, y Broderick piano, violín, sierra arqueada y coros. En efecto, para que esto funcione hace falta mucho, muchísimo silencio; el que no encontraron en Madrid (qué poco me extraña, Raúl) y el que les cayó como agua bendita en Toledo.

Sobre Low estaría bien decir algo nuevo, algo que no se haya dicho nunca, buscar la palabra perdida, ésa que fuimos incapaces de encontrar para expresar tantas sensaciones, sumergidos hasta la cabeza en su hechizante slow tempo. La palabra que no hallábamos mientras sonaban “From Your Place on Sunset”, “Monkey”, “Silver Rider”, “Sunflower”, “Amazing Grace”, “Shame”, “Little Argument of Myself”, “Murderer”, la cada vez más absoluta “Pissing”, la inconmensurable y mántrica “Nothing But Heart”. Espléndidos como es habitual, el sábado tuvieron un detalle a su favor: el magnífico sonido, el mejor escuchado nunca en esta sala y el mejor quizá jamás escuchado. Un sonido límpido que permitió saborear cada nota de esa guitarra imprevisible, la de Alan, con sus altibajos prodigiosos, con sus dulces susurros y sus nudos esquizoides; que permitió tocar el delicioso jugo de sus increíbles voces, recogerlo entre las manos y guardarlo para siempre; y que permitió sentir el bajo de Steve Garrington trazando espirales en el estómago. Por cierto, hablando de Steve, es un hecho consumado: Mimi y Alan por fin han encontrado al bajista de su vida. Si añadimos la presencia de Peter Broderick al violín, el cuadro se convierte en una fabulosa obra de arte, y “Especially Me” y “Sunflower” logran valor añadido pasando de grandes a grandiosas.

En el Círculo del Arte los de Duluth volvieron a dar una lección, esa que deberíamos grabarnos a sangre y fuego: no es mejor el que más tiene sino el que menos necesita. Y ellos necesitan bien poco. El simple poder de sus voces, esas exquisitas y sobrenaturales voces hermanas, basta para bendecir su característico y solemne mondo sonoro y para hacernos llegar su humano, bellísimo y reconfortante mensaje. Amén.