RETROSPECTIVAS
SILVER APPLES. Contact.
Joyas de los sesenta (4ª parte).
Tras un breve paréntesis, vuelve la serie de homenaje a los años 60, que no había culminado con Crosby, Stills & Nash ni mucho menos. Y en este caso cabe hablar de uno de los nombres más singulares de la década, surgido a finales de la misma, pioneros de lo que se viene a entender como los nuevos sonidos electrónicos al servicio del rock. Silver Apples cortaron la cinta inaugural de muchas de las cosas que sucederían a continuación: el estallido del rock progresivo (King Crimson, Soft Machine, Yes, Van der Graaf Generator), el imperio de las máquinas (Kraftwerk, Cabaret Voltaire) y el krautrock (Can, Neu!, Faust, Cluster). Influjo que no se ha detenido nunca, alcanzando con su onda expansiva a artistas de la actualidad como Portishead, Tortoise, Tarwater, Stereolab o Spectrum, entre otros muchos ejemplos. Simeon y Danny Taylor parieron un curioso engendro de sonidos espaciales, basado en el caos organizado, a través de dos herramientas: la percusión metronómica y los ruidos exprimidos en ese extraño aparato oscilador creado por el propio Simeon en un alarde de ingeniería gamberra. Sorprendentemente de todo ello brotaron canciones. No tanto en su debú, “Silver Apples” (68), que fue un ensayo bruto de lo que podría dar de sí el invento, como en este espectacular “Contact” (69), en el que ya se saborean melodías. Además, el dúo incorporó el banjo como tercer elemento, dotando a “Ruby” y “Confusion” de genuinos aires blue grass.
Encuadrar este disco en una corriente o estilo determinado es como sembrar en barbecho. El oído sucumbe a multitud de experiencias, atrapando símiles sobre ideas que se expanden en todas direcciones: rock psicodélico, electrónica, bebop y topetazos funky, así como un misterioso y diabólico sabor a blues, alimentado por una voz de negrura manifiesta. En él el movimiento queda atrapado, introducido en una probeta para experimentos y arrojado en pequeñas dosis invertebradas, que abocan al trance inactivo (“Water”, “Gypsy Love”) o al baile (“A Pox on You”) y que en determinados casos promueven el ejercicio reflexivo (“You and I”, “I Have Known Love”). Porque no solo de industria vive el hombre: algunas de las letras contienen profundos mensajes sobre la existencia y el amor fallido. Un espacio común para la ciencia y el sentimiento, para el frío y el calor, para marcianos y terrícolas.
www.silverapples.com
Joyas de los sesenta (4ª parte).
Tras un breve paréntesis, vuelve la serie de homenaje a los años 60, que no había culminado con Crosby, Stills & Nash ni mucho menos. Y en este caso cabe hablar de uno de los nombres más singulares de la década, surgido a finales de la misma, pioneros de lo que se viene a entender como los nuevos sonidos electrónicos al servicio del rock. Silver Apples cortaron la cinta inaugural de muchas de las cosas que sucederían a continuación: el estallido del rock progresivo (King Crimson, Soft Machine, Yes, Van der Graaf Generator), el imperio de las máquinas (Kraftwerk, Cabaret Voltaire) y el krautrock (Can, Neu!, Faust, Cluster). Influjo que no se ha detenido nunca, alcanzando con su onda expansiva a artistas de la actualidad como Portishead, Tortoise, Tarwater, Stereolab o Spectrum, entre otros muchos ejemplos. Simeon y Danny Taylor parieron un curioso engendro de sonidos espaciales, basado en el caos organizado, a través de dos herramientas: la percusión metronómica y los ruidos exprimidos en ese extraño aparato oscilador creado por el propio Simeon en un alarde de ingeniería gamberra. Sorprendentemente de todo ello brotaron canciones. No tanto en su debú, “Silver Apples” (68), que fue un ensayo bruto de lo que podría dar de sí el invento, como en este espectacular “Contact” (69), en el que ya se saborean melodías. Además, el dúo incorporó el banjo como tercer elemento, dotando a “Ruby” y “Confusion” de genuinos aires blue grass.
Encuadrar este disco en una corriente o estilo determinado es como sembrar en barbecho. El oído sucumbe a multitud de experiencias, atrapando símiles sobre ideas que se expanden en todas direcciones: rock psicodélico, electrónica, bebop y topetazos funky, así como un misterioso y diabólico sabor a blues, alimentado por una voz de negrura manifiesta. En él el movimiento queda atrapado, introducido en una probeta para experimentos y arrojado en pequeñas dosis invertebradas, que abocan al trance inactivo (“Water”, “Gypsy Love”) o al baile (“A Pox on You”) y que en determinados casos promueven el ejercicio reflexivo (“You and I”, “I Have Known Love”). Porque no solo de industria vive el hombre: algunas de las letras contienen profundos mensajes sobre la existencia y el amor fallido. Un espacio común para la ciencia y el sentimiento, para el frío y el calor, para marcianos y terrícolas.
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