RETROSPECTIVAS
LOW. Long Division.
El credo del minimalismo.
Soberbios. Solemnes. Sepulcrales. Low hielan la sangre. “Long Division” (95) emerge de las criptas del corazón, con el fulgor de un alma ataviada con una insignificante hoja de parra. Su entero curriculum es un profundo escalofrío; he aquí una de sus páginas más intensas y leídas. Un álbum donde la desnudez del grupo se exhibe, impúdica y orgullosa, haciendo honor a la máxima de “menos es más”. Los veo, los oigo y pienso: “Yo también puedo ser músico”. Si me aprendo tres acordes, si me compro un tambor… Pero no; la magia a cámara lenta que brota de ellos no es obrera, sino espiritual. No son personajes, sino personas. Y está más que comprobado que la música que estremece de verdad es la que hacen las personas.
Este “Long Division” es el credo fundamental de una banda no apta para materialistas. En él, la guitarra y la percusión desfilan juntas, muy despacio, vestidas de luto, con velas encendidas contra la puesta de sol. No hay prisa; entre nota y nota hay tiempos eternos, rendijas por las que se cuelan las emociones inducidas, los valores vueltos del revés, las sensaciones de desatino cotidiano. Canciones que a veces son canciones, a veces plegarias, a veces escupitajos a la cara, impeliendo a la reflexión y a la reacción. Cuando canta él (“Swingin´”, “Turn”) hay escozor, ignominia e inquietud. Cuando canta ella (“Below & Above”, “Shame”, “See Through”) hay sosiego, calor maternal y esperanza. Cuando cantan los dos (“Violence”, “Throw Out the Line”, “Caroline”) hay equilibrio: el yin y el yang. Que estas dos fascinantes voces se hayan encontrado es un milagro. Que un disco tan humilde pueda sugestionar con esa fuerza es un misterio. Y “You May Need a Murderer” sigue en espera…
www.chairkickers.com
El credo del minimalismo.
Soberbios. Solemnes. Sepulcrales. Low hielan la sangre. “Long Division” (95) emerge de las criptas del corazón, con el fulgor de un alma ataviada con una insignificante hoja de parra. Su entero curriculum es un profundo escalofrío; he aquí una de sus páginas más intensas y leídas. Un álbum donde la desnudez del grupo se exhibe, impúdica y orgullosa, haciendo honor a la máxima de “menos es más”. Los veo, los oigo y pienso: “Yo también puedo ser músico”. Si me aprendo tres acordes, si me compro un tambor… Pero no; la magia a cámara lenta que brota de ellos no es obrera, sino espiritual. No son personajes, sino personas. Y está más que comprobado que la música que estremece de verdad es la que hacen las personas.
Este “Long Division” es el credo fundamental de una banda no apta para materialistas. En él, la guitarra y la percusión desfilan juntas, muy despacio, vestidas de luto, con velas encendidas contra la puesta de sol. No hay prisa; entre nota y nota hay tiempos eternos, rendijas por las que se cuelan las emociones inducidas, los valores vueltos del revés, las sensaciones de desatino cotidiano. Canciones que a veces son canciones, a veces plegarias, a veces escupitajos a la cara, impeliendo a la reflexión y a la reacción. Cuando canta él (“Swingin´”, “Turn”) hay escozor, ignominia e inquietud. Cuando canta ella (“Below & Above”, “Shame”, “See Through”) hay sosiego, calor maternal y esperanza. Cuando cantan los dos (“Violence”, “Throw Out the Line”, “Caroline”) hay equilibrio: el yin y el yang. Que estas dos fascinantes voces se hayan encontrado es un milagro. Que un disco tan humilde pueda sugestionar con esa fuerza es un misterio. Y “You May Need a Murderer” sigue en espera…
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