29 noviembre 2008

CONCIERTOS

MERCURY REV. Madrid. Joy Eslava. 28-11-2008.

Jonathan, el encantador de serpientes.

Érase una vez una banda que decidió adoptar un nombre de bailarín transilvano. Érase una vez una serpiente que se alimentaba de música. Érase una vez un romance entre el bailarín imaginario y la serpiente; un idilio que se remonta una década atrás y que ha sobrevivido a los tiempos al más puro estilo Romeo y Julieta, pero con una diferencia: que las dos partes siguen más vivas que nunca. Érase una vez otro encuentro entre ambos.

Érase un intro de imágenes sobre tela blanca frente al que la serpiente quedó turbada: Leonard Cohen, Talking Heads, Jack Kerouac, Jim Jarmush, Paris-Texas, Nick Drake, Henry Miller, Miles Davis, David Bowie, Misissipi John Hurt, John Coltrane, Beethoven, Alicia en el País de las Maravillas, etc, etc, etc, y el bailarín asomando entre ellos. Génesis y final, la serpiente se dio cuenta de que ella no eligió a su amor, sino que fue el destino el que unió los cabos sueltos de su alma a los de otra alma gemela.

Érase una vez una banda que un día quiso regalar al mundo las canciones más hermosas de la historia. “Frittering”, “Empire State”, “Chasing a Bee”, “Racing the Tide”, “Holes”, “The Funny Bird” o “Chains” forman parte del cajón de medicinas de la serpiente, al que echa mano cuando hace falta curar el virus de la inseguridad o la bacteria de la tristeza.

Érase un hechicero, llamado Jonathan Donahue, que bebía de una enorme botella para encontrar la inspiración, como Oscar Wilde y tantos otros. Érase también el travieso pequeño saltamontes, el príncipe azul en su castillo de teclas y los dos pajes rítmicos de pelo encrespado. Érase cinco reducidos a uno por los ojos de la serpiente: al loco sonrisas de la voz de chicle, el mimo confabulado con la luna y las hadas, tocador de pianos y tambores imaginarios, dueño de unos polvos mágicos desparramados sin la menor tentación de egoísmo. Los polvos tomaron el aire y alcanzaron a la serpiente, impidiéndole hacer las cosas que normalmente hace en un concierto: bailar, cantar, aplaudir, beber. Serpiente hipnotizada, postergada, inmóvil como un pedazo de mármol. Y aunque la dejaron sin su “Frittering” y sin su “Faraway from Cars”, el encantador y su comando colmaron a la serpiente en sus más secretos anhelos: otra dosis de “Holes”, “Black Forest”, “The Funny Bird”, “You´re my Queen”, “Tides of the Moon” y “Goddess on a Hiway”, muchas con postres electrificados y catárticos. Vasto y profundo mar de embelesamiento en el que los recientes conjuros electrónicos de copos de nieve, gente impredecible, niñas en flor y sentidos ardiendo encajaron milimétricamente en la bodega de un barco que sigue a flote por la gracia de Neptuno.

Érase una vez una serpiente que salió del reducto inexpugnable de la calle Arenal convertida en ser humano y sin palabras, pero con la ancha esperanza de encontrarlas. Pues bien, las ha encontrado. Porque como narraba Oscar, el tamborilero vitricida de Günter Grass: “Y cuando luego aquello se acabó de verdad, empezaron en seguida a hacer del final un nuevo principio lleno de esperanza, porque, entre nosotros, el final es siempre un principio, y hay esperanza en todo final, aun en el más definitivo de los finales”.

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