Alguien a quien quiero mucho me
planteaba hace poco la siguiente cuestión: ¿cuál es tu grupo favorito del
mundo, del que tienes todos los discos, que más veces has visto en concierto y
del que sabes casi todo? Uff, vaya pregunta. Días y días dando vueltas a la
cabeza para acabar con un selecto grupo de finalistas: Yo la Tengo, Nick Cave
and The Bad Seeds, Dominique A, Calexico, Tindersticks, Mercury Rev, Mogwai...
Que haya fair play: empiezo a otorgar puntos en función del número
de audiciones, lecturas, shows en vivo, visionados en Youtube, búsqueda de
rarezas y curiosidades, ranking de días seguidos escuchando a ese grupo y solo
a ese, capacidad de retentiva y reproducción en la memoria de mayor número de
canciones en su integridad. Y finalmente los ganadores son… MOGWAI. Y no por
los pelos, precisamente. Porque los escoceses nunca se van, a lo sumo se quedan
en stand-by y cada equis tiempo emergen, resucitan como un titán y vuelven a
azuzarme los oídos (ay, pobres oídos), las neuronas, las vísceras y,
permitiéndome un poco de cursilería, también el alma. No sé qué tiene su
música, quizá sea un ejemplo de eso que llaman música orgánica, lo que quiera
que esa etiqueta signifique. Desde luego post-rock ya está claro que no es
porque, como ellos mismos defienden, el término post-rock sugiere la muerte del
rock y el rock nunca morirá (ya sabemos eso de “hardcore will never die”).
Así que el poder del sonido de la banda de Glasgow puede que sea un misterio.
¿O puede que no? ¿O puede que de repente ese sonido se haya colado por las
peligrosas grietas que se han abierto recientemente en el mundo, en la
sociedad, en nuestras cabezas y haya logrado empezar a sellarlas? Quién sabe.
Lo cierto es que, después de 25 años de carrera y una pandemia del demonio,
Mogwai sacan a la luz su décimo álbum de estudio (siempre sin hablar de su
eminente colección de bandas sonoras) y se plantan en el número uno de las
listas de ventas del Reino Unido del infame Boris Johnson. ¿Qué rayos está
pasando? ¿Es que el mundo se ha vuelto loco? ¿O es que definitivamente nos
hemos dado cuenta de la diferencia entre el provecho y la basura, el trabajo y
la impostura, la presunción y la honestidad? Como no soy socióloga ni musicóloga
ni psicóloga ni antropóloga dejo de hacerme más preguntas al respecto y acepto
la noticia con asombro y alegría, ni más ni menos que como la aceptaron ellos.
Extraterrestres en un mundo de voraces humanos o seres humanos en un planeta
extraterrestre ridículo y extraño. Ellos se lo toman bien. Les da la risa. Son
agradecidos y humildes. Se plantan en la gala de los Premios Mercury 2021
felices y naturales, sin pizca de glamur, dispuestos a abrazar una experiencia
novedosa. Probablemente son los bichos raros pero les importa un comino. Y lo
más relevante es que después de todo el paripé siguen sabiendo muy bien quiénes
son, por dónde caminan y de qué pie cojean. Saben que a lo mejor ya no volverán
a alcanzar nunca más el top, pero les sigue importando un comino. Ese es el
secreto, el seguro de vida de esas grandes bandas que después de décadas siguen
funcionando y creando más y más leyenda.
Y no es extraño que “As the Love Continues” (2021)
recibiera una acogida tan fastuosa, no solo porque necesitábamos más Mogwai
tras cuatro años, un duro confinamiento y varias vacunas, sino porque es sin
duda su mejor disco en mucho tiempo. Y en su caso hablar de mejor es hablar de
excelencia, pues no tienen disco malo (solo alguno un poco fragmentario). Los
escoces han vivido y padecido la crisis del coronavirus (y un Brexit, para más
inri) como cualquier hijo de vecino, entre el miedo, la frustración y el
desaliento, y en ese penoso periplo han conseguido hacer lo que tantos y tantos
se propusieron llenos de arrogancia y jamás consiguieron: sacar algo positivo
del desastre, crear algo grande con las cenizas del incendio. Ellos suelen
concebir sus creaciones desde la distancia, enviándose ideas que vuelan, van y
vienen por los circuitos de la telecomunicación. Esta vez esa distancia se ha
impuesto como norma, y he aquí un disco trabajado, modelado e incluso producido
(por Dave Fridmann, nuevamente) haciendo encaje de bolillos virtual. Sorprende
escuchar el resultado: una colección de canciones sin fractura, un ente sónico
en el que nada falta y nada sobra. Algo más clásicos y eléctricos, pero sin
renunciar a ese sintetizador que pone la nota cinematográfica, ese voccoder que
añade la anécdota robótica o ese reverb que desata el aura
psicodélica. Desde el crescendo épico de “To The Bin My Friend, Tonight We
Vacate Earth” hasta el emotivo cuadro emo que representa “It´s
What I Want to Do, Mum”, este disco logra algo muy difícil de conseguir:
desatar una hermosa y caótica tormenta de vibraciones que no se resiente hasta
el último acorde, y la necesidad vital, animal, casi instintiva de volver a
empezar desde el principio una y otra vez.
Escribía hace un tiempo que Mogwai era en sus comienzos el
grupo que te ponías a escuchar cuando estabas deprimido o cabreado, aquellos
tétricos riffs de guitarra, esas explosiones de ira que te dejaban medio sordo.
“Young Team” (97) y “Come On Die Young” (99) fueron la banda
sonora de nuestras penas a finales de los 90. Más tarde llegó “Rock Action”
(2001) y en él ya pudimos empezar a ver un poco de luz, sobre todo en canciones
como “Take Me Somewhere Nice” o “2 Rights Make 1 Wrong”. Y luego
titularon su cuarto álbum “Happy Songs for Happy People” (2003) y ya nos
rompieron los esquemas, los muy canallas, certificando ese sentido del
humor typical scottish que no es tan diferente del nuestro.
Por eso, y en comparativa, es curioso escuchar ahora temas como “Here We,
Here We, Here We Go Forever” o “Supposedly, We Were Nightmares”, que
destilan tanto optimismo, tan bailables, luminosas y expansivas. O comprobar
que pueden sacarse de la manga hits de digestión inmediata, como ocurrió en su
anterior trabajo con “Party in The Dark” o como ocurre en este con “Ritchie
Sacramento”. También es sorprendente acreditar cómo pueden llegar al máximo
cénit sinfónico (gracias a la aportación de Atticus Ross, por cierto) en la
inclasificable “Midnight Flit”, o su increíble estado de forma como
arquitectos del sonido, construyendo muros colosales de ruido ladrillo a
ladrillo, como ocurre en la implacable “Drive The Nail”. También siguen
mostrando su destreza creando envolventes melódicas a través de la voz
encriptada de Barry Burns y dibujando repeticiones heroicas y emocionalmente
devastadoras, logrando sonar como una auténtica orquesta a base de
sintetizador, redoble y pedal; todas estas cosas ocurren en “Fuck Off Money”,
quizá una de las mayores epopeyas de su carrera. Desde luego en un disco de
Mogwai no podían faltar las bofetadas en la cara, los nudos y miasmas de
guitarras a toda potencia que raspan y dejan sin aliento, faceta que aquí queda
representada en dos piezas como “Ceiling Granny” y “Pat Stains”.
Y quedaría hablar de ese delicioso arquetipo ambient que es “Dry
Fantasy”, de cómo hacer pura magia con un sol y un do de teclado.
La edición
que cayó en mis manos por arte de magia hace unos días incluye además las demo
originales de “To The Bin My Friend, Tonight We Vacate Earth”, “Here
We, Here We, Here We Go Forever”, “Supposedly, We Were Nightmares”,
“Drive The Nail” y “It´s What I Want to Do, Mum”. Y
qué interesante resulta escucharlas, asistir al embrión, a la idea inicial, al
esqueleto de la bestia, al ensayo y la intuición. Es como meterse en la cabeza
y en el estudio de Stuart, o de Barry o de Dominic e imaginarse cómo trabajan,
cómo inventan, qué fuerza divina los guía para lograr ser tan colosales.
Y después de toda esta vorágine de reconocimiento y
suerte, cuesta imaginar cuál será el siguiente paso. Para nosotros, esperar con
ilusión un nuevo capítulo y poder volver a verlos en vivo otra vez, quién sabe
cuándo. Para ellos, seguramente seguir trabajando. Y no para amasar fortuna,
pues no hay banda más anticapitalista en el mundo del rock (por ahí deben de ir
los tiros del título “Fuck Off Money”). Tampoco para ganar finalmente el
Mercury que, por cierto, en 2021 fue a parar a Arlo Parks. Seguirán trabajando
para dar a la gente lo que la gente merece y espera, un quid pro quo entre
banda y fans, la más bonita relación de amor que pueda existir en el mundo. No
lo digo yo, lo dicen ellos. Dicen cosas muy interesantes, y no solo a través de
su música y sus surrealistas títulos, sino en las numerosas entrevistas que
regalan sin reparo, siempre con una sonrisa pese al jet lag y la resaca. Que
nuestros músicos idolatrados resulten ser personas de calle, gente normal, nos
dice algo muy importante: que no hemos perdido ni un solo minuto del tiempo que
les hemos dedicado. De momento a estos les he dedicado 26 añitos, más de la
mitad de mi vida llevando a Mogwai en el walkman, en el discman, en el mp3, en
el coche, en los bolsillos, en la cabeza. Y seguro que nos quedan unos
cuantos años más, pues para ellos no parece haber ni techo ni fondo. “No
tenemos ningún secreto. Sólo somos unos tíos que se aprecian, dedicándonos a
hacer lo que más nos gusta”. Eso lo han repetido ya muchas veces ante la
contumaz pregunta de cómo funciona Mogwai y por qué funciona tan bien. Pues
nada, felicidades y adelante. Que el amor continúe otro poquito más.
Gracias, Stuart, Dominic, Barry y Martin, por haberme
devuelto la inspiración y las ganas de escribir.
Gracias, Manolo, por haberme devuelto las ganas de
publicar.
1 comentario:
Ni siquiera he leído la reseña. Ni me he fijado de qué va. Eso lo haré, gustoso, en las próximas horas. Ahora, simplemente, brindo por tu regreso. Gracias!!
Publicar un comentario