Not only rock´n´roll. La música es universal en sus formas y medidas. La música te
atrapa cuando menos te lo esperas. Músicas que no buscas te secuestran en el
momento más inesperado. Oyes una melodía que te eriza los pelos, al rato la
olvidas, un buen día vuelve a aparecer, y a desaparecer, y pasan los años y la
melodía está en tu subconsciente aunque no logres recordarla. Y cuando al fin
descubres quién es el autor y la encuadras en un contexto, esa música se
convierte en parte de tu organismo. Ya la tienes en tus células, en tu cabeza,
en tu corazón, apta para ser usada en cualquier momento. No sé en cuántos
lugares y momentos habré escuchado esta pieza de Satie. Cafés alternativos, museos,
ondas radiofónicas, escenas cinematográficas, consultas de teraupeutas o
dentistas. Ahora que la he cazado, ahora que ya es mía, es el soundtrack que suena en mi cabeza cada
vez que estoy triste. Hoy no estoy triste, pero no puedo negarme el placer
infinito de escucharla una vez más.
Erik Satie compuso tres gymnopédies
para piano, inspirándose en las danzas de la Antigua Grecia y tratando de
desafiar las convenciones de la música clásica. Esta primera fue publicada en
1888 y ha sido recreada por artistas
tan dispares como John Cage, Gary Numan o Daniel Varsano. También ha sido incluida como banda sonora de
numerosos videojuegos, films y documentales, como el extraordinario “Man on
Wire” (2008) de James Marsh.
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