27 noviembre 2011

CONCIERTOS

FLEET FOXES + VETIVER. Madrid. La Riviera. 25-11-2011.

Que a una banda de una pureza tan angelical como Fleet Foxes se la utilice como mera mercadería es algo de muy mal gusto. Sí, sin duda eran lo más atractivo dentro del cartel del Primavera Club de este año, pero lo de tener que pagar una entrada aparte para su concierto se convierte en la enésima cicatería de sus inventores, usura de guante blanco. ¿Es que no nos roban, sangran y humillan ya bastante los que mandan?. El problema es que parte de la culpa también es nuestra: nos dejamos engañar como inocentes, saben que la música es nuestro escape y de ello se aprovechan. Pero yo solo me dejo engañar a medias y decido que únicamente voy a darles una parte. Por algo se empieza.

Y al final no importa lo que das, siempre es más lo que recibes. Se confirma la teoría de hace seis meses: Fleet Foxes son el último enigma sin resolver del siglo XXI. Si escuchas a Simon & Garfunkel y Crosby, Stills & Nash es que eres un carca y un rancio. Pero si oyes a Fleet Foxes eres superguay. Ni Iker Jiménez podría explicar que La Riviera se llene hasta la bandera de gente a la última para ver a unos antihéroes peludos y anacrónicos que no hacen música hedonista sino reflexiva. Muy turbador resulta que las veinteañeras se vuelvan locas y griten al verlos como si fueran los Backstreet Boys. El mundo se ha descolocado, los goznes se han roto y esto es un sin Dios. Pero ahí estamos, los unos y los otros, con motivaciones diferentes, viendo a estos benditos muchachos que saben lo que se traen entre manos. Saben hacer música, vestirla, transmitirla, y lo más importante: saben llegar a lo más hondo del corazón, al menos del mío. Canciones como “The Plains/Bitter Dancer” (menuda apertura, mamma mia), “Sim Sala Bim”, “Grown Ocean” o “Blue Ridge Mountains” son capaces de lograr algo inédito desde hace años: reblandecer el callo, exhumar sentimientos, liberar lágrimas silenciosas. Porque la música de estos tipos es algo conmovedor, sencillo pero trascendente. Es música regeneradora, mágica, es un cuento de hadas, es un viaje entre amigos, es el agua cuando tienes sed y el pan cuando tienes hambre, un fuego cuando tienes frío y un abrazo cuando estás solo. Es la mejor compañía para las orejas allá donde estés o a dondequiera que vayas.

Las armonías cristalinas de Pecknold, Wargo y Tillman te mecen solas, llevándote de la mano por el camino de los archiescuchados y requetesabidos “Fleet Foxes” (2008), “Sun Giant EP” (2008) y “Helplessness Blues” (2011). Impagable el duro trabajo en la sombra de Skjelset y Wescott. Y el ducho arte del adorno del exótico, extraño y con pinta de vagabundo Henderson. Y hablando de Pecknold, qué forma de puntear y arpegiar, de crear deliciosas miniaturas sonoras. Y hablando de Tillman (que no es un zorro sin más, pronto tendrá su lugar propio detrás de las cortinas), queda nombrado baterista más elegante del mundo con permiso de John Convertino. Si añadimos la luz justa y unas proyecciones humildes, tenemos el pastel completo. Hincarle el diente, saborearlo y deshacerse de gusto es todo uno.

Si algo puede achacarse a los de Seattle es que no se desvíen un milímetro del guión; aunque con un repertorio tan colosal quizá tampoco lo necesiten. Es la filosofía del buen hacer, del trabajo artesanal, sin poses, charlatanería, tracas ni películas. Un breve conato de improvisación free jazz para introducir “Blue Ridge Mountains” y al final de “The Shrine/An Argument”, y nada más. Se echa de menos "Montezuma" y también la calurosa y siempre olvidada "Quiet Houses", pero “Mykonos”, “English House”, “Battery Kinzie”, “Bedouin Dress”, “Your Protector”, “White Winter Hymnal”, “Ragged Wood”, “He Doesn´t Know Why”, "Lorelai", "Blue Spotted Tail", "Sun Rises" y “Helplessness Blues” vuelan alto con alas prefabricadas; unas alas tan fuertes y seguras que despeinan con su batir hasta al más calvo.

¿Y de Vetiver qué?. Borrados por los zorros de un plumazo. El proyecto de Andy Cabic ha mutado sutilmente de aderezo musical para merienda campestre hacia un clon de Yo La Tengo bastante descafeinado. Venían con un nuevo y decente “The Errant Charm” (2011) bajo el brazo, pero no se les esperaba tan metidos en sus nuevos movimientos pop. Conectaron en muy, muy pocos momentos, aunque dejaron al aire su gustosa querencia por las versiones, clavando una “Streets of Your Town” merecedora del OK de Robert Forster y el difunto Grant McLennan. Pero claro, contra unos compañeros de cartel tan beautiful hasta el más hacendoso pierde.



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