07 julio 2009

REPORTAJES

DANIEL JOHNSTON: ARTE Y DEMONIOS.

La vida más triste jamás contada.

Fin de semana aburrido. No hay nada que hacer. Salvo echar mano del histórico de música-video y vegetar encima del sofá. A veces solo es un pasatiempo más; a veces el documento elegido te parten en dos. La oportunidad trae de nuevo al presente a Daniel Johnston, a través del documental que en 2005 retrató su zozobrante existencia, su impronosticada influencia y la pulsión de una lucha colectiva en pos de su integridad artística y mental: “The Devil and Daniel Johnston”. No es un largometraje musical sin más; es un drama en imágenes, algunas reales y otras muchas recreadas, el drama de un hombre condenado a la enfermedad. Pero también es el retrato de un artista genial y compulsivo, y en definitiva, una romántica visión sobre el desequilibrio y la creatividad, el sufrimiento y el autocastigo.

La película, dirigida por Jeff Feuerzeig, aborda la vida de Johnston desde el principio, desde la génesis misma de sus diferencias con el mundo políticamente correcto y superfluo que lo rodeaba. Usando como material narrativo sus canciones, las declaraciones de sus allegados y el contenido de sus centenares de cassettes grabadas, cuenta su aislamiento tempranero en el sótano de su casa y cómo las cintas, los cómics y una Super 8 llegaron a ser sus únicos y mejores amigos. Narra sus ansias creativas imparables desde la adolescencia, y sus diferencias con un entorno familiar que, en última instancia, ha sido su auténtico salvavidas. Describe el comienzo del deterioro, sus constantes entradas y salidas de hospitales psiquiátricos, y el voluntarioso aguante de muchos (sus entrañables progenitores, Kathy McCarthy, Steve Shelley, Jad Fair o su manager repudiado Jeff Tartakov) para cuidarlo y reconducirlo. Porque Daniel Johnston ha sido el ejemplo del artista que, tras crearse a sí mismo con delirante tozudez e imaginación, se ve abocado a una autodestrucción clínica e insostenible. Y ahí es donde empieza el trabajo de los demás, de sus amigos, su manager, su familia, de sus fans y de las legiones de músicos que han embellecido su obra a base de tomarla prestada y exponerla con tacto y con cariño.

El éxito de Daniel Johnston es el enésimo misterio del éxito. Anti-académico, lo-fi, bizarro y extremo, su conexión con la audiencia procedía de dentro, del pozo del corazón humano. Su forma primitiva de tocar y su grotesca forma de cantar eran el salvoconducto de unos textos tan geniales y profundos como los de los mejores poetas musicales del siglo XX, llámense Cohen o Dylan. Un artista que, en su bipolaridad lamentable e irreversible, ha expulsado toda la verdad que lleva dentro, dando luz a una leyenda que hace que escuchar una de sus canciones no sea un ejercicio común, sino una experiencia trágica y dolorosa. A partir de ahora “Story of an Artist”, “Casper The Friendly Ghost”, “Funeral Home”, “Running Water”, “Speeding Motorcycle” o “True Love Will Find You in the End” ya no provocarán exasperación o risas, sino reflexión y lágrimas.

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