26 mayo 2009

DISCOS

BILL CALLAHAN. Sometimes I Wish We Were an Eagle.

Todos los nombres.

Vale, ya ha quedado claro. Bill Callahan es lo mismo que Smog. Que a su vez es lo mismo que (smog). Que a su vez es lo mismo que un músico de su tiempo pero intemporal. Música hecha para sobrevivir. Y la filosofía de la supervivencia nunca es fácil ni barata, pero otorga una cosa grande y maravillosa, cuyo significado desconocen muchos, o conocen pero luego olvidan: esa cosa se llama dignidad. Bill Callahan es el número uno de los supervivientes, esto es, de los dignos. De los pocos autores de nuestra época (tampoco somos tan jóvenes, hay que aceptarlo) que provocan y a la vez sanan la herida. Un día decidió que por qué llamarse tal pudiendo llamarse cual, que qué diantre importa el quién si lo que trasciende es el qué. Y así, en sus peregrinaciones nominales, sigue haciendo lo que sabe: prestidigitación con los acordes y las palabras. El suyo es el cancionero de un clásico. De un músico ilustrado y aplicado. De un músico imprescindible. Este tío se merece un reportaje; veremos cuándo.

Por lo pronto toca abordar su última entrega, segunda firmada con nombre propio. Si “Woke on a Whaleheart” (2007) lanzaba un repóker sobre la mesa, este “Sometimes I Wish We Were an Eagle” (2009) se antoja continuista. En él Callahan vuelve a dar cancha a los arreglos y acompañamientos orquestales, que enfrían el aceite hirviendo vertido por sus angostas guitarras. Guitarras que se han desenchufado para tejer canciones amables en la superficie, de trasfondo misterioso, sesgadas y con el copyright de su autor impreso a hierro y fuego. Si el anterior álbum deslumbró por su frescura y optimismo, este contiene menos sorpresas. Eso no significa descender de los niveles en los que el tejano de adopción se ha movido desde siempre: la cumbre, el lugar desde el que todo lo demás se aprecia diminuto. Ni tampoco significa nadar y guardar la ropa: hay equilibrismo, agujeros negros y alguna osadía incómoda. Desde la cumbre nace “Jim Cain”, que vuelve a envolver el oído en una sábana de seda; también “Too Many Birds”, pareja idónea de baile para “Sycamore”, cuyo último verso crece y se reproduce en un ingenioso juego de construcción (“if-you-could-only-stop-your-heart-beat-for-one-heart-beat”). La negrura y la inquietud se ciernen hacia el final; el músculo añadido por la línea de bajo en “My Friend” y la batería en “All Thoughts Are Prey to Some Beast” (¿no huele a Joy Division?) las hace tentaculares y siniestras. El círculo asfixiante lo completa “Invocation of Ratiocination”, un experimento atmosférico novedoso que desemboca en la extensa “Faith/Void”. En ella el protagonista es capaz de afirmar con total serenidad y repetidas veces “es hora de apartar a Dios, este es el fin de la fe” y quedarse tan ancho.

No es la primera vez que Bill Callahan asombra con su lírica feroz. Frases como “el amor es el rey de las bestias (…), un león por las calles de la ciudad” (“Eid Ma Clack Shaw”) siguen consagrándolo como eminencia de los textos, caballero de la metáfora y la afilada verdad, del contrasentido y del doble sentido. Mientras en el caso de otros la música dicta el camino de las palabras, él elige la inversa: el trazado de la canción queda sometido al discurso de su voz, la gran voz, suya y de nadie más. La voz de todos los nombres.

www.myspace.com/toomuchtolove

25 mayo 2009

AGENDA

NOS VAMOS AL "PRIMA".

Un festival de bandera.

Suscribo el dicho últimamente tan popular: al Primavera Sound no le afecta la crisis. Para esta edición de 2009, la novena de su historia y quinta en el Fórum, la casa ha volado por la ventana. Un cartel espectacular, coronado con una guinda de nombre y curriculum propios: Neil Young. El canadiense es sin duda el reclamo número uno de un festival que sigue encabezando la resistencia, absolutamente fiel a sus principios. Estará en el escenario Estrella Damm el sábado, brindando dos horas y media de fervor, posiblemente paralizando el Fórum y Barcelona entera. Sin embargo, la oferta de buena música no se detiene ahí; sumando nombres, el Primavera Sound se convierte otro año más en el más acertado, excitante y arriesgado acontecimiento del año. Pocos competidores se le arriman a los talones a nivel nacional e internacional, excepción para el mítico All Tomorrow Parties, aliado inevitable desde hace tres temporadas. Siempre ha sido de agradecer; pero dados los tiempos que corren, la gratitud se multiplica y la proximidad del evento se vive como si fuera el último y único festival de una vida. La receta de este año vuelve a unir nombres ilustres y veteranos, perpetuos o recientemente reunidos, con un amplio abanico de nuevas bandas que dan un sabor menos amargo al futuro. En cuanto a géneros musicales, la variedad queda nuevamente salvaguardada: revoluciones, pop sofisticado, clásicos, electrónica de magistratura, country-rock y un pellizco de hip-hop, amén de engendros inclasificables y sin límites de creatividad. Este es un amplio resumen de lo que se avecina los días 28, 29 y 30 de mayo.

EN LOS ALTARES: De los muchos grandes nombres del cartel (mención aparte para su gran cabeza), Sonic Youth, Yo la Tengo y My Bloody Valentine son los indiscutibles. Esos a los que no hay que perderse so pena de arrepentimiento. En los dos primeros casos, la experiencia contrasta su efectividad en directo, y pese a no tener material reciente conocido, siempre es un placer retomar sus gloriosos históricos, leyenda viva del rock independiente en ambos casos. Con My Bloody Valentine más vale pájaro en mano: habrá que disfrutarlos el jueves al aire libre, aunque su show exclusivo del viernes en el Auditorio prometa seismos y tímpanos destrozados.

INMORTALES SPACEMEN 3: Jason Pierce no es el único que mantiene caliente el legado de los hombres del espacio. Peter Kember hace lo propio desde su proyecto personal, Spectrum. Ambos estarán presentes en esta edición, y las canciones de Spacemen 3 seguro que coparán algunos de sus minutos más apoteósicos. ¿Sonarán “Revolution” o “Take Me to the Other Side”?. Casi se da por hecho. ¿Serán capaces de asistirse y aparecer juntos en escena?. Harto improbable, pero podría ser la bomba del festival.

LUCHANDO CONTRA LA BESTIA: Oneida no se lo merecen. El diseño horario ha determinado su pugna desigual contra el invencible. Su concierto en el escenario Vice coincidirá de lleno con el de Neil Young, para indiferencia de muchos y pena de algunos. La discografía de los de Brooklyn es tan sublime, misteriosa y variante, augura un directo tan epatante que los convierte, sin duda, en una renuncia dolorosísima.

VOLVER: el Primavera Sound vuelve a erigirse en padrino de reuniones emotivas, grupos que volaron por los aires, recompuestos para la ocasión. Tal es el caso de The Jayhawks, que regresan con todas sus piezas: teloneros de lujo para Neil Young. Igualmente ocurre con Throwing Muses, icono de la escena bostoniana en los noventa, en barbecho intermitente y regenerados para debutar en nuestro país, parece ser que con Tanya Donelly. A Certain Ratio se subieron hace poco al autobús del revival, sin ánimo de vivir de las rentas y con nuevo trabajo (“Mind Made Up”); si abarcarán toda su historia o solo una parte es un misterio que convierte a su concierto en sorpresa. Y en el caso de The Vaselines y Th´Faith Healers, nunca se consiguió tanto con tan poco: sus materiales ochenteros son reliquias mínimas, pero tan excitantes que bien valen una misa.

GRANDES CABALLEROS: Es obvio que las damas pierden en número en esta edición del Primavera Sound, aunque algunas son de armas tomar: Natasha Khan, Marnie Stern, Alela Diane, Elisa Ambrogio o las Vivian Girls. Entre los caballeros, Andrew Bird, Jarvis Cocker, Joe Henry y Jeremy Jay anuncian el despliegue de sus variopintos encantos y talentos sobre los escenarios. También llaman la atención el regreso de Jason Lytle en solitario (alguna de Grandaddy se aceptaría de buenísimo grado), la refrescante extravagancia de Chad VanGaalen, la letanía folk de The Tallest Man on Earth (el Dylan sueco, según las lenguas) y la sinceridad a flor de piel del veterano y solvente Damien Jurado.

MADE IN SPAIN: La oferta de grupos nacionales en el cartel cada vez es más modesta, pero altamente selectiva. Tokyo Sex Destruction, Los Punsetes, Extraperlo, Rosvita, La Bien Querida, Veracruz, The Secret Society, Cuzo, Klaus & Kinski o Joe Crepúsculo y los Destructores compondrán una muestra de la música intramuros. Algo pírrica, sí, pero digna.

RAROS, RAROS, RAROS: Liars, Deerhunter o Gang Gang Dance ya son duchos en la materia de horrorizar o encantar con propuestas muy personales y nada fáciles. A su vera se desarrollan nuevas bandas que darán que hablar, cuyos discos perfilan formatos imposibles de adaptar al directo: habrá que ver qué son capaces de hacer Women (el todo vale), Wavves (la melodía enterrada en ruido), Wooden Shijps (la psicodelia elevada al cubo) o Mahjongg (puro surrealismo, sin más).

BAILAD, MALDITOS: La electrónica tampoco podía faltar en esta edición. A los consagrados nombres de Aphex Twin, Squarepusher o Simian Mobile Disco, se unen interesantes propuestas como las de Ebony Bones, Lemonade, The Bug, Skatebärd o el pirado Dan Deacon. Eso sí, habrá que ver cómo están los cuerpos a ciertas horas.

EL PUNTO DEL AÑO: En casi todas las ediciones, el festival programa algún grupo y/o artista que despista, difiere o simplemente globaliza. Ya ocurrió en el pasado con Lluis Llach, Enrique Morente o Motörhead. Este año la figura disonante es Michael Nyman, que junto a la Michael Nyman Band convertirá el Auditori en un escenario de otra galaxia, en otra dimensión y para todos los públicos. Ojo al dato: el señor Nyman es mucho más que el hombre que compuso la banda sonora de “El Piano”.

EL FUTURO EN POTENCIA: El Primavera Sound (con ayuda de Pitchfork.com, cómo no) se ha llevado este año al bote algunas de las bandas noveles más prometedoras de la escena actual. Recomendaciones: el noise descarado de los chinos Carsick Cars, las bocanadas de ruido de Crystal Antlers, el pop grandilocuente de Shearwater, el rock oscurantista de Crystal Stilts, la psicodelia viajera de Sleepy Sun y el folk amigable de Plants & Animals y Bowerbirds. Los cuatro últimos estarán también actuando en el Parque Joan Miró, al abrigo de los árboles, el sábado y el domingo.

Esto es lo que hay. Demasiado para tan poco tiempo. Por supuesto, habrá que seleccionar, alimentarse bien y dejarse la piel en tres días de música non stop. Esto no va a ser como el SOS.

www.primaverasound.com


11 mayo 2009

DISCOS

ROBYN HITCHCOCK & THE VENUS 3. Goodnight Oslo.

Viviendo con lo puesto.

Podría ser un disco de los actuales REM sin Michael Stipe ni Mike Mills; los tres venusinos no son otros que Peter Buck, Scott McCaughey y Bill Rieflin. Pero su rol como acompañantes del gran Robyn Hitchcock está perfectamente encuadrado. Y aunque en muchos casos las guitarras de Buck se manifiesten inequívocamente reconocibles, quedan por contrato al servicio del compositor. Un compositor de pluma fina, bebedor de influencias remotas, amigo de antiguallas sónicas. Este “Goodnight Oslo” (2009) parece perpetrado por una alianza judeo-masónica con los mitos del pop, el soul y el country de los 50 y los 60; o si no, escúchense “What You Is”, “Saturday Groovers”, “Up to Our Necks” o “TLC”. También hay símiles más cercanos en el tiempo; “Your Head Here” recuerda a los mejores The Go-Betweens, “I´m Falling” a los peores James. Pero ante todo, hay destellos de gran lucidez plasmada en modestas joyas contemporáneas, como “Hurry for the Sky”, “16 Years”, “Intricate Things” o la temporizada “Goodnight Oslo”, radiante cierre para un decálogo que no inventa nada, pero que vuelve a revelar la autenticidad y buen gusto de su autor y la experta audacia de sus colaterales. Como hizo “Olé Tarántula!” (2006) en su día.

www.robynhitchcock.com

10 mayo 2009

DISCOS

PJ HARVEY & JOHN PARISH. A Woman A Man Walked By.

La sinergia positiva.

Después del accidentado episodio vivido en el SOS 4.8 murciano, es hora de hacer justicia a un gran disco y a una de las parejas más fieles y mejor avenidas del rock. También es justo que John Parish aparezca con letras grandes en los créditos, pues desde tiempos remotos ha sido un puntal intachable en la carrera de su gran amiga Polly. Juntos vuelven a marcarse un fifty-fifty: Parish compuso los temas, Harvey los adorna con letras que se columpian entre lo tierno y lo visceral, lo poético y lo trágico. El resultado es un baño de gloria para ambos y retrotrae a la PJ de hace algunos años, a las inferencias eléctricas de, por ejemplo, “Stories from the City, Stories from the Sea” (2000). La canción que abre el disco no deja dudas: “Black Hearted Love” es toda intensidad y pulcritud, con un desenlace monstruoso (“I´d like to take you to a place I know, my black hearted” dice ella con convencimiento). A partir de ahí, el espíritu está predispuesto y preparado para lo que venga. Canciones para todos los gustos: asimétricas, sísmicas y profundas. Polly Jean muestra todas y cada una de sus caras en ellas: la de rockera sexy en la propia “Black Hearted Love”, la de esquizofrénica en “Sixteen, Fifteen, Fourteen”, la de perruna punky en “Pig Will Not”, la de criatura celestial en “Leaving California” o la de gran dama victoriana en “Passionless, Pointless”. Los experimentos también son bienvenidos, evidenciando la amplitud de recursos de la pareja artística. “The Chair” abre una sima cerca de la mitad del disco, con disonancias y atrezzo digital a lo Radiohead. La curiosa “A Woman A Man Walked By/The Crow Knows Where All the Little Children Go” se desarrolla en dos actos, viajando de una turbulencia pro-Nick Cave a un agradable facilismo lounge. Y qué decir de la garganta de nuestra protagonista: aquí se marca un catálogo vocal de aúpa, con todo tipo de falsetes, timbres nasales, pláticas, susurros y alaridos.

Trece años después de aquel “Dance Hall at Louse Point” (96), he aquí un nuevo testimonio de la sinergia positiva: uno más uno no es dos, sino mucho más.

www.pjharvey.net


07 mayo 2009

CONCIERTOS


ESTRELLA LEVANTE SOS 4.8

Diario del tropecentésimo festival.

Jueves 30 de abril: Uff, qué pereza, mañana de festival. Sí, es la primera vez que me apunto a un festival por inercia, sin dedicación ni estudio previo. Pero no está la cosa ahora mismo para hacer ascos a nada. Y si la cuestión es pasar un buen rato con los amigos, poco importa que el cartel sea de lo más discretillo. Y de paso echaremos unas oraciones a Santa Polly, San Jason y San Matthew. Aunque la incertidumbre me corroe: ¿podremos acceder a los conciertos del auditorio?. Si de lo poco poquísimo que me interesa no puedo ver ni la mitad, ¿habré invertido bien el tiempo y el dinero?. El dinero puede que sí: 35 euros por un festival de dos días es un precio mucho más que justo y ejemplar. Pero se supone que ese precio debería servir para acceder a un evento en su conjunto; lo de organizar sesiones de aforo restringido ya empieza a cabrearme (y no soy la única). Sí, muy bonito lo de los auditorios, un marco incomparable, sonido inmaculado, bla, bla, bla… pero que me informen antes de sacar la entrada de cuales son mis derechos y obligaciones. Puede que los artistas exijan más de la cuenta o que los organizadores consideren de lo más cool este tipo de inventos, pero el que paga es el que manda, y el que manda dice MÚSICA PARA TODOS.

Viernes 1 de mayo: Un viajecito a Murcia de lo más placentero. Primera parada, la sede del festival. A hacer cola y rezar, porque PJ Harvey y John Parish lo valen. Poco antes de las 2 de la tarde, aguacero descomunal. Gente empapada hasta los huesos y la taquilla que no abre. Y cuando abre la fila no avanza. Porque (primer y grave defecto organizativo) solo hay una ventanilla para repartir pases y canjear pulseras. Y así, nos dan las uvas. Y nos dieron, qué duda cabe, pero al menos tenemos la puta entrada del auditorio. Misión cumplida (o eso creímos). A casita a comer.

De regreso al recinto de La Fica con la hora un poco justa, por culpa de contingencias varias. Y en la entrada al festival, caos. Información nula, accesos no señalizados, a chupar otro desastre de cola y el concierto del día a punto de empezar. Por fin dentro y con todo en regla, la puerta del auditorio se cierra ante nuestras narices. “Aforo completo” dice un segurata. ¿¿Cómo??. La gente se enciende. “No, con el concierto ya empezado no se puede entrar” apunta otro. La gente se sigue encendiendo. Empieza a sonar “Black Hearted Love”, la pantalla gigante habilitada en el SOS Club ya arroja imágenes del show. Minutos de incredulidad, crispación y protesta, lo nunca visto. Las penalidades que hemos pasado para esto… Al final accedemos, pero con un mosqueo supino y la mitad del concierto en la basura. Y aunque Polly Jean lo está dando todo (“Taut”, “Leaving California”, “Pig Will Not”, “A Woman A Man Walked By/The Crow Knows Where All the Little Children Go”, “April”, “Cracks in the Canvas”), exhibiendo sus superdotados recursos vocales al amparo de una increíble banda comandada por el elegante Parish, el sabor es agridulce. La sensación es de “vaya mierda de festival”.

Salimos del auditorio, intentemos arreglar la cosa. Demos una vuelta, busquemos música en directo, metámonos en el ambiente y relajémonos. Optamos por las suecas Those Dancing Days: espesas como el alquitrán. Nos vamos a ver qué hace Duffy: fláccida y gelatinosa. Esto no hay quien lo arregle. ¿Quizá The Prodigy?. Porque está claro que Pete Doherty no va a ser. Incomprensiblemente, Babyshambles gustan más cuantos más son los cargos penales y peor son las canciones. Enhorabuena, Pete: has clavado dos punteos difíciles y parece que esta vez te sabes la letra. En tu estado comatoso, poco más se te puede pedir.

The Prodigy son el segundo plato fuerte del (flojo) día. Pero tampoco arreglan nada. Tras diez años sin dedicarles ni un minuto, “Breathe”, “Firestarter” y “Smack My Bitch Up” (la mejor, sin duda) intentan volver a florecer, pero se chuchurren en un conjunto saturado, lineal, exento de sorpresas, donde las luces siempre son rojas y azules y todo suena igual. Otros para los que su momento ya pasó. Vámonos a dormir, que por hoy ya está bien de penar.

Sábado, 2 de mayo: Hoy es un día extraño. Mientras todos tienen en su cabeza el Madrid-Barça, yo solo tengo en la mía al hombre del espacio. A la porra The Matthew Herbert Big Band, hemos convenido por consenso después de la odisea de ayer. Pero lo que son las cosas, entramos al recinto y comprobamos que las puertas del auditorio están abiertas y desiertas, y que un colega reparte tickets y nos invita a entrar. Pues, p´adentro se ha dicho. Ahí está el loco Herbert, haciendo sus típicas y encantadoras locuras; pasando por la batidora los sonidos de la Big Band (la banda de jazz más gamberra y locuela de la historia), creando un magma que lo cubre todo, entre lo retro y lo vanguardista, con enorme imaginación y sentido del humor. Espectáculo bizarro e impagable. Antes de que acabe (y con gran dolor de corazón) hay que abandonar; pre-calentamiento para flotar en el espacio.

Spiritualized son la razón de que yo esté aquí, así que hay que entregarse en cuerpo y alma. Gracias, obsesión futbolera: escenario Estrella Levante semi-desierto y Jason entero para mí. Su música (sobre todo en directo) me hace levitar; esta vez no podía ser menos. Solo hay que dejarse llevar por las olas, ese tempo contenido que desemboca en furiosa marea sin inflexión notable, con continuidad. Ejemplo claro de lo dicho son las grandiosas “Shine a Light” o “Take Your Time”. Un repertorio de chuparse los dedos, con las habituales de Spacemen 3 (“Walking with Jesus” y “Take Me to the Other Side”), con cera eléctrica (“You Lie You Cheat” y “Cheapster”), con la emotiva “Soul on Fire” (mucho mejor en vivo y en bruto), con un impactante sorpresón añejo (“Lay Back in the Sun”, comienzo de la levitación) y con los dos inmensos himnos de la navegación galáctica (“I Think I´m in Love” y “Come Together”). Y de postre, cinco minutos de mutilación sónica, ruido y furia, desbarajuste y llamaradas, J Spaceman estrellando el mástil de la guitarra contra el micrófono, los pies a varios centímetros ya del suelo… El jodido está vivito y coleando.

Tras el aterrizaje, dos reflexiones consecutivas: 1) Obligatorios en el Primavera Sound. 2) Hay que recuperarse del trance. La segunda reflexión me lleva a pasar de Russian Red, de Keane, de Second y de todo lo sonable, a apoltronarme en un puf en la currada zona chill-out del SOS Club, y a ver pasar la vida festivalera por delante. Y de repente me doy cuenta de que es el primer festival (y llevo tropecientos) en el que no voy corriendo de un escenario a otro con el ansia, en el que ni siquiera miro el planning del día, en el que me importa un bledo quien esté tocando acá y allá. Un festival desde el otro lado. El espacio SOS Club se convierte en un paraíso singular, con su coqueto mobiliario, la música de los DJs griegos y el efecto narcoléptico del agua en movimiento. Y entre ganduleo, fotos y risas, llega la hora de Underworld.

Con permiso de los hermanos químicos, Underworld son a la música electrónica lo que Plácido Domingo a la ópera. Todavía arrastro las secuelas del impacto sufrido en Benicasim hace cuatro años. Pero qué cracks, vuelven a superarse. Los tubos aerostáticos se inflan y comienza el desenfreno. Karl Hyde se ha dejado pelo, se ha engalanado con una chaqueta de lentejuelas que echa chispas, se vuelve del revés bailando en una hiperactividad más contagiosa que el virus de la gripe A. Esto sí que es una pandemia de alerta 5; cuerpos que botan, brazos que se elevan, pies que se pisan. Y no faltan las buenísimas: “Cowgirl”, “King of Snake”, “Born Slippy”, “Two Months Off”... Requetetemazos. Y los tubos desaparecen, y aparecen luces mutantes, y las luces viran en imágenes, y de no se sabe donde surgen globos gigantescos que vuelan sobre nuestras cabezas. Y todas las fiestas vividas, habidas y por haber se quedan en mantillas: ésta es la madre de todas las fiestas. Así que es normal que después nadie quiera irse a dormir, hay que seguir. Con los 2 Many DJs o con Matthew Herbert DJ, lo mismo da. Al final, por cortesía, hay que abrazar la sesión de Herbert, que en su afán de pinchadiscos airea las mismas maneras tecnócratas que en su faceta de músico. Un gran alquimista del sonido, que tampoco hace ascos al tribalismo, a la música disco petarda o al propio James Brown (gran fin de sesión).

Adiós a otro festival. Un festival inaugurado con desastre y finiquitado con buen sabor de boca. Aunque me quedo con la duda de qué pinta la idea de sostenibilidad en un mundo de organismos hasta el culo, comida basura, despilfarro energético, contaminación acústica y montañas de residuos en el suelo.

Crónica dedicada a toda la ONG.

A Carmen: gracias por las fotos.