07 diciembre 2008

REPORTAJES

I´M NOT THERE + NO DIRECTION HOME: RETRATOS DEL MITO INSURRECTO.

Todos somos Dylan.

¿Quién no ha querido en algún momento de su vida cambiar el mundo?. ¿Quién no se ha sentido antisistema y ha buscado cualquier arma al alcance de la mano para expresarse y escapar?. ¿Quién no ha escrito o simplemente pensado alguna frase o palabra de protesta?. ¿Quién no ha querido tener una guitarra entre sus manos?. Bob Dylan es el autor del credo antisistema, protestón y poético más recitado en los últimos cincuenta años. Bob Dylan, aparte de escritor y músico, es un personaje esparcido en miles de personajes, que inspira e irrita, transciende y contradice, admira y asusta. Bob Dylan es una leyenda de otra dimensión. Así, Bob Dylan es niño y mujer; es blanco y negro a la vez; es Woody Guthrie, es un yanqui abandonado, una víctima del papel cuché, un pelele, un sensible empedernido, un absoluto imbécil. Nadie sabe quién es Dylan, pero todo somos él. Aunque lo odiemos, en el fondo del corazón también hay algo de amor.

I´m Not There” (2007) es la idea surrealista de Todd Haynes sobre las mil caras del mito sin nombrarlo ni una sola vez. Mil caras que son la de Christian Bale, Cate Blanchett o Richard Gere, pero que podrían ser las de cualquier hijo de vecino. Su música y sus textos son el guión para un hilo argumental inexistente, que mucho tiene que ver con el existencialismo, la soledad, el dolor y el desastre. Hay guiños ocasionales que aluden momentos míticos: el gran anatema de Newport 65, el encuentro con Allen Ginsberg, el famoso grito de “¡Judas!” en la controvertida gira europea del 66. Hay presencias dispersas y confortables más propias de documento musical que de producción hollywoodiense (Kim Gordon, Joey Burns y John Convertino, un ancianísimo y entrañable Richie Havens). Pero la historia es una historia sin historia, sin conclusión ni moraleja, cebada de interrogante y contradicción, que deja a la luz las miserias más palpables de la insurrección del mito, poniéndolo en evidencia tragicómica.

Hay que hallar algo más de verdad, si es que acaso la hay. Veamos qué contaba “No Direction Home” (2005), el documental de Martin Scorsese. Esto es otra cosa, otro Dylan, quizá el auténtico Dylan, sin caricatura ni interpretación. Es el Dylan que nació en Minnesota, que emigró al Greenwitch Village neoyorquino convertido a la religión de Woody Guthrie, que abrazó el éxito hasta que el éxito lo engulló de un bocado. Es el Dylan que tomó el relevo a Peter Seeger como trovador de esperanza en un mundo de controversia, de revuelta política, de miedo y expectación. Es el Dylan que cantaba sobre la realidad, impactando en las conciencias dormidas de una sociedad joven que hasta entonces no había encontrado la palabra ni el medio de mostrar su indignación. Fue el Dylan que estuvo allá y acá, en todos los lugares clave de los convulsos sesenta, en la marcha de Washington, en el caldo de la reivindicación civil. Un Dylan cuyas únicas armas eran una guitarra y una armónica (¿armas antifascistas?), extrañamente sujeta al cuello con un artilugio de lo más innovador. Un Dylan que hizo sombra a todos los de su anterior generación, e incluso a los de la propia; Joan Báez no pudo más que unirse a él, quizá con el ansia de una fuerza conjunta, quizá sabiendo que era el único avión al que darían pista en el aeropuerto de la nueva conciencia.

Sí, “No Direction Home” muestra al Dylan incipiente y creativo, a la vez inseguro y convencido. Muestra al Dylan que rehuyó todas las normas para aferrarse a una única ideología: su música, su mundo. Despreció todas las etiquetas y las marcas, las afiliaciones y los partidos, igual que hoy, con casi toda su vida por detrás, desprecia cuanto se le cruza en el camino, ya sean premios, personas o músicos que darían un brazo por él. Su afán de despreciador nato puede que le venga de la cuna, o puede que no. Puede quizá que venga de ese agujero negro en el que se encontró de repente, descubriendo el absurdo de una fama al principio deseada, después repudiada. Y a sabiendas de que no podía cambiar el mundo, como tantos y tantos le exigían, decidió cambiarse a sí mismo, enchufarse a un amplificador y gritar con todas las fuerzas: “Soy músico, no soy Dios”.

En efecto, Bob Dylan es música. Música que ha sonado desde siempre, eterna como el tiempo. Es su música lo que perdura y lo exime de todos sus pecados, como a tantos y tantos músicos. “Blowin´in the Wind”, “Like a Rolling Stone”, “Mr. Tambourine Man”, “Maggie´s Farm”, “Subterranean Homesick Blues”, “Masters of War”, “Hard Rain´s A-Gonna Fall”, “Chimes of Freedom”, “Tombstone Blues”, “Highway 61 Revisited”… Una banda sonora absolutamente de cine.

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