CONCIERTOS
SPIRITUALIZED + SOULSAVERS FT. MARK LANEGAN + MISHIMA. Madrid. Joy Eslava. 12-10-2007.
La noche litúrgica.
La gira presentación del Wintercase 2007 ha sido una ocasión única para cubrir tres objetivos. Primero: para celebrar de un modo abierto y alternativo el día de la Hispanidad. Segunda: para inaugurar la temporada de conciertos. Tercera: para sacar las espinas clavadas en Primavera Sound y Summercase en un mismo lote. Una noche para recordar por los siglos de los siglos. El escenario de la Joy Eslava se iluminaba con puntualidad exquisita para acoger a Mishima, que no fue solo sino dúo. Presentando las canciones del que pronto será su nuevo disco (singular manifiesto en catalán para abortar rencillas en una fecha tan señalada), David Caraben y su partenaire hipnotizaron con la lluvia dulce de sus guitarras. Solo hubo una concesión al inglés, con Caraben haciendo trompetas con la boca y mutando por momentos en el mismísimo Richard Hawley.
El plato fuerte llegaba a continuación. “Esto va a ser orgásmico” decía alguien mientras los pipas colocaban diligentemente las set-guías en cada atril. Fue más que eso. Fue de una sutileza, elegancia y buen gusto que tiran de espaldas. Economizando hasta el último milímetro de la escasa superficie disponible, las líneas acústicas de Spiritualized brillaron hasta causar una ceguera irreversible. El cuarteto de cuerda, el trío de voces negras, el teclado-armónica y las guitarras acústicas crean un nuevo polvo de estrellas, fruto del desvanecimiento lento y sosegado del halo psicodélico. Y Jason Pierce (o J Spaceman), más serenidad, menos arrogancia, repite eso de “there´s a little time to do something, anything more” o “lord can you hear me when I call” con la credibilidad (y la contagiosa emoción) de alguien que ha sentido en sus carnes la amenaza del más allá. Y cuando digo más allá no me refiero a la flotación en el espacio, sino al otro barrio, visto de reojo a causa de una grave (y misteriosa) enfermedad.
El repertorio fue toda una celebración marcada por el signo de los tiempos. Recuperaciones de Spacemen 3 (“Amen” o “Walking with Jesus”), el “True Love Will Find You in the End” de Daniel Johnston o los himnos más “espiritualizados” de la creación reciente (“Lord Let It Rain on Me”, “Cool Waves”, “Broken Heart”, “Stop Your Crying”). Aunque hubo varios momentos de esos que se llaman especiales, que suspenden las agujas del reloj: la cristalina reconstrucción de “I Think I´m in Love”, que derivó en todo un festín gospel; el medley de “Anything More”, virando sorprendentemente hacia “Ladies and Gentlemen We Are Floating in the Space” y coronado con “I Can´t Help Falling in Love” de Elvis; o la eclesiástica “Lord Can You Hear Me”, el cenit mayúsculo de la agitación pagana. El éxtasis terminó con la revisión pintiparada del clásico “Oh Happy Day”, con un Jason Pierce agasajado y relamido de satisfacción, y con una de las gentiles violinistas regalando setlists a los de las primeras filas. Ah, y menuda experiencia tener acceso visual al cuaderno de Jason, con sus acordes, símbolos y notas escritos a mano. Fue como colarse en su universo íntimo intergaláctico.
Después de algo así, hacía falta un postre ligero y digestivo, pero los Soulsavers rompieron los esquemas de lo esperado. Nada de atmósferas suaves ni de bucles repetitivos. Músculo, garra y rock afincado en algún lugar entre el cañón del Colorado y los presbiterios sureños. El sutil inicio de “Ask the Dust” fue un mínimo espejismo hasta que estallaron el bajo y las tres guitarras, haciendo retumbar el suelo como no se recuerda. Y claro, faltaba la voz de Mark Lanegan para avivar la lumbre. Un Mark Lanegan que (comentario recurrente pero inevitable) cada día se parece más a Tom Waits, en todos los sentidos. “Ghosts of You & Me”, “Paper Money” y “Spiritual” queman el esófago como un buen trago de bourbon. El momentazo total fue, cómo no, “Kingdoms of Rain”, ese diamante rescatado del “Whiskey for the Holy Ghost” (94) y pulido para la ocasión. Tras “Revival” y casi sin despedirse, Lanegan dejó los minutos finales para exhibición de los salvadores de almas y sus dos coristas negras; minutos que cundieron y de qué manera, con un guiño al desaparecido Lee Hazlewood (“Some Velvet Morning”) y retirada gradual.
Después de una noche así, lo único que queda decir es: podemos ir en paz.
www.wintercase.com
La noche litúrgica.
La gira presentación del Wintercase 2007 ha sido una ocasión única para cubrir tres objetivos. Primero: para celebrar de un modo abierto y alternativo el día de la Hispanidad. Segunda: para inaugurar la temporada de conciertos. Tercera: para sacar las espinas clavadas en Primavera Sound y Summercase en un mismo lote. Una noche para recordar por los siglos de los siglos. El escenario de la Joy Eslava se iluminaba con puntualidad exquisita para acoger a Mishima, que no fue solo sino dúo. Presentando las canciones del que pronto será su nuevo disco (singular manifiesto en catalán para abortar rencillas en una fecha tan señalada), David Caraben y su partenaire hipnotizaron con la lluvia dulce de sus guitarras. Solo hubo una concesión al inglés, con Caraben haciendo trompetas con la boca y mutando por momentos en el mismísimo Richard Hawley.
El plato fuerte llegaba a continuación. “Esto va a ser orgásmico” decía alguien mientras los pipas colocaban diligentemente las set-guías en cada atril. Fue más que eso. Fue de una sutileza, elegancia y buen gusto que tiran de espaldas. Economizando hasta el último milímetro de la escasa superficie disponible, las líneas acústicas de Spiritualized brillaron hasta causar una ceguera irreversible. El cuarteto de cuerda, el trío de voces negras, el teclado-armónica y las guitarras acústicas crean un nuevo polvo de estrellas, fruto del desvanecimiento lento y sosegado del halo psicodélico. Y Jason Pierce (o J Spaceman), más serenidad, menos arrogancia, repite eso de “there´s a little time to do something, anything more” o “lord can you hear me when I call” con la credibilidad (y la contagiosa emoción) de alguien que ha sentido en sus carnes la amenaza del más allá. Y cuando digo más allá no me refiero a la flotación en el espacio, sino al otro barrio, visto de reojo a causa de una grave (y misteriosa) enfermedad.
El repertorio fue toda una celebración marcada por el signo de los tiempos. Recuperaciones de Spacemen 3 (“Amen” o “Walking with Jesus”), el “True Love Will Find You in the End” de Daniel Johnston o los himnos más “espiritualizados” de la creación reciente (“Lord Let It Rain on Me”, “Cool Waves”, “Broken Heart”, “Stop Your Crying”). Aunque hubo varios momentos de esos que se llaman especiales, que suspenden las agujas del reloj: la cristalina reconstrucción de “I Think I´m in Love”, que derivó en todo un festín gospel; el medley de “Anything More”, virando sorprendentemente hacia “Ladies and Gentlemen We Are Floating in the Space” y coronado con “I Can´t Help Falling in Love” de Elvis; o la eclesiástica “Lord Can You Hear Me”, el cenit mayúsculo de la agitación pagana. El éxtasis terminó con la revisión pintiparada del clásico “Oh Happy Day”, con un Jason Pierce agasajado y relamido de satisfacción, y con una de las gentiles violinistas regalando setlists a los de las primeras filas. Ah, y menuda experiencia tener acceso visual al cuaderno de Jason, con sus acordes, símbolos y notas escritos a mano. Fue como colarse en su universo íntimo intergaláctico.
Después de algo así, hacía falta un postre ligero y digestivo, pero los Soulsavers rompieron los esquemas de lo esperado. Nada de atmósferas suaves ni de bucles repetitivos. Músculo, garra y rock afincado en algún lugar entre el cañón del Colorado y los presbiterios sureños. El sutil inicio de “Ask the Dust” fue un mínimo espejismo hasta que estallaron el bajo y las tres guitarras, haciendo retumbar el suelo como no se recuerda. Y claro, faltaba la voz de Mark Lanegan para avivar la lumbre. Un Mark Lanegan que (comentario recurrente pero inevitable) cada día se parece más a Tom Waits, en todos los sentidos. “Ghosts of You & Me”, “Paper Money” y “Spiritual” queman el esófago como un buen trago de bourbon. El momentazo total fue, cómo no, “Kingdoms of Rain”, ese diamante rescatado del “Whiskey for the Holy Ghost” (94) y pulido para la ocasión. Tras “Revival” y casi sin despedirse, Lanegan dejó los minutos finales para exhibición de los salvadores de almas y sus dos coristas negras; minutos que cundieron y de qué manera, con un guiño al desaparecido Lee Hazlewood (“Some Velvet Morning”) y retirada gradual.
Después de una noche así, lo único que queda decir es: podemos ir en paz.
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