25 junio 2006

REPORTAJES



MATTHEW STREET: EL SIMBOLO DE UNA CIUDAD.

Fab Four Culture.

Hace unas semanas tuve la ocasión de darme un paseo por el corazón de Liverpool. Ciudad extraña, anquilosada, oscuramente estática y curiosamente desierta. Jamás la imaginé así. Pero entre sus muros de hormigón, sus zanjas y sus lugares malolientes, se puede respirar un cierto aire a historia, a diversión. Todo empieza en Matthew Street, la calle por excelencia. Un callejón bohemio, estrecho y recóndito convertido en símbolo de una ciudad. Un centro de negocios para avispados y de regocijo para melómanos. La entrada al callejón da la bienvenida al “birthplace of The Beatles” con total cordialidad. Y cientos de farolillos se encienden cada noche para convertir el espacio en una fiesta de recuerdos y homenajes, tratando de que el mito nunca se apague.


Sin duda, Matthew Street y alrededores es lugar de confluencia de la juventud liverpooliana. Agradables tabernas (como The Grapes, espacio muy frecuentado por Lennon y compañía, según versiones) y sofisticados pubs (algunos con aspecto de clausura, como The Tube) carecen del ambiente de los jueves nocturnos que conocemos, pero siempre hay alguien tomándose una pinta o tarareando una canción. Y atravesando la calle, finalmente te encuentras en el enclave deseado. Un icono mod en forma de estatua (que no se parece a ninguno de los cuatro Beatles) flanquea la entrada a The Cavern Pub, el garito que creemos estar buscando. Pero un curioso señor que ha detectado nuestro acento mediterráneo decide practicar su español con nosotros, y amabilísimamente nos explica que el sitio que hay que visitar está en otra parte, justo en la esquina de enfrente: The Cavern Club, con sus letras de neón y su imponente agenda de conciertos programados para las noches sucesivas en la puerta. El hombre nos cuenta que allí fue donde empezó todo, que hay que bajar unas escaleras pronunciadas hasta llegar al corazón de la beatlemanía, que muchos grupos de la zona hacen sus pinitos sobre sus míticas tablas, y que pedir una consumición en el bar nos costará bastante caro si osamos hacerlo. Pero lo que no nos cuenta es que The Cavern Club no es más que una réplica (bastante exacta y algo más salubre) del inmundo antro en el que cuatro muchachos con flequillo empezaban a hacer ruido a finales de los cincuenta. Dicen que en la reconstrucción se emplearon más de 10.000 ladrillos de la estructura original, pero saber estas cosas tampoco consuela mucho. Sin embargo, dejemos volar la imaginación…
Y decidimos entrar. Aunque en la puerta se anuncian las tarifas de cada sesión de conciertos, allí nadie nos cobra entrada. Bajamos las escaleras claustrofóbicas hasta el final, y ya estamos dentro, frente al escenario (a la copia) tantas veces visto en documentos, videos y postales. Un reducidísimo chuchitril de arcos y bóvedas lleno de mesas en las que se intercambian risas, cervezas y pasión por la música. En escena, unos rockeros incipientes cerrando su actuación con una versión de “Don´t Let Me Down” muy apropiada (y seguro que absolutamente premeditada). Hay que sacar una instantánea para inmortalizar el momento. Y enseguida un guiri de una mesa vecina se levanta como un resorte y se nos ofrece como fotógrafo, alentado por el alcohol, la música y las ganas de hacer amigos.

Pero la caverna no acaba ahí. A la derecha, más allá de la barra del bar y del rincón de la memorabilia, junto a la cabina de teléfono roja, hay otra puerta minúscula con una indicación: “Room 2”. De repente la puerta se abre, y de dentro mana ruido de guitarras punk. Hay otro espacio, y otro concierto. Pero el fornido tío que custodia la sala tiene el símbolo de la libra grabado a fuego en el bíceps; así que decidimos no explorar más, disfrutar de lo que tenemos a mano y bebernos algo.

Y tiene su gracia llegar hasta el corazón del Reino Unido y los subsuelos de Liverpool para luego pedirte media pinta de San Miguel. Pero así es la vida. Con todos los respetos, vivan las rubias (nota: a fin de cuentas no fue tan caro, solo una libra y algunos peniques).

A la mañana siguiente regresamos a Matthew Street, para descubrirla a la luz del día y respirar por última vez sus aires celebérrimos. Una buena ocasión de plantarse frente a la fachada de The Cavern Pub (junto al amigo mod) y descubrir todos los nombres inmortalizados en sus ladrillos. Nombres que están porque sí: The Who, Jimi Hendrix, The Stooges, The Animals, Wilson Picket, The Jam. Otros nombres patrióticos más recientes: Embrace, Travis. Y otros que nos resulta muy curioso leer: Family, Manta Ray. Y en el corazón de este emocionante santuario del rock, los nombres de los cuatro (Paul, Ringo, John y George), incluso del quinto y el sexto (Stu y Pete).

Matthew Street: la cuna de los fab four. Y el rincón más interesante de una ciudad que parece languidecer. Algunos dirían que prefieren Anfield Road; pero yo me quedo con este viaje apasionante por la historia. Sí, a lo mejor no es más que una parafernalia de marketing agudo, una estrategia de explotación de minas agotadas o un parche contra la falta de imaginación. Pero ojalá todas las ciudades del mundo construyeran su propio museo dedicado al rock and roll. Muchos nos haríamos turistas de profesión.



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