04 enero 2018

DISCOS EN RESCATE

La música que sonó en 2017 (1ª parte)

BECK “Colors”

Muchos meses estuvo en barbecho este disco, y todo por culpa de Donald Trump. Superado el disgusto y el luto, Beck decide que no hay mejor manera de combatir al enemigo que con una buena juerga. Porque su nuevo trabajo no es otra cosa que una fiesta supina, una auténtico jubileo de funk y dance. Cuidado: “Colors”, “Seventh Heaven”, “I´m So Free” o “Dreams” son corrosivamente adictivas. Aquí no hay nada que no hayan hecho antes los más modernos del lugar, aunque tratándose de quien se trata es más fácil prestar atención y asumir el resultado. Haga lo que haga, su imponderable itinerario artístico y su prestigio lo avalan. A bailar se ha dicho.

BENJAMIN CLEMENTINE “I Tell a Fly”

Poeta, bohemio, músico autodidacta, ex sin techo y ex artista callejero, la biografía de este británico es sin duda un cuento de película. De ahí que su música resulte tan particularísima y no deje indiferente. Cita como sus héroes a Nina Simone, Tom Waits y Nick Cave, así que no es casualidad que el espíritu de los tres deambule por este “I Tell a Fly”, un álbum sinuoso, ambicioso y elegíaco. Piano y clavecín (o algo parecido) son las herramientas más empleadas, aunque el protagonismo se lo lleve nuevamente la voz del bardo y su infinidad de recursos vocales. Ungido por las sombras de sus héroes, de ancestros soñados y de clásicos como Satie, Debussy o Chopin, compone una obra inclasificable y atemporal, puente entre el pasado y un futuro aún intangible, solo imaginable.

COLIN HAY “Fierce Mercy”

A veces hay discos que entran por los ojos. Este lo hace a través de su preciosa portada. Músico y actor, veterano en la sombra, lento pero constante, Hay lleva componiendo desde los ochenta y ha participado en multitud de proyectos musicales y televisivos. Su último trabajo se estrena sobrado de poderío y esperanzas, con dos joyas como “Come Tumblin´Down” y “Secret Love”. Después todo se estanca en un diccionario country-pop de medios tiempos, correcto pero pantanoso. Un disco que, a pesar de todo, lo convierte en pariente lejano de dos monstruos como Ray Davis o Paul Weller.

FLEET FOXES “Crack-Up”

El disco del año. Indudable e intocable. Seis años para concebir y alumbrar una obra que, por dedicación y obstinación, estaba obligada a ser lo que se esperaba que fuera: otra hermosísima epopeya onírica y pastoral. Sumamente valiente es la apertura con “I Am All That I Need/Arroyo Seco/Thumbprint Car”, un triple movimiento que bien puede enganchar por el cuello o tirar de espaldas. Una vez superado el trance, “Crack-Up” fluye y refulge a su antojo. Afincado definitivamente en las más altas cimas compositivas e interpretativas, Robin Pecknold vuelve a demostrar que lo que llamamos folk no es sinónimo de simplismo: es todo un mundo y aún no está agotado. Delicada y decorosa obra maestra lograda ensartando pequeñas labores orfebres, del calado y la belleza de “Cassius,-“, “Kept Woman”, “Mearcstapa”, “On Another Ocean (January/July)” o “Fool´s Errand”. Un disco monumental.

MODERN ENGLISH “Take Me to The Trees”

Pequeño homenaje merecido para esta banda, grandes de los 80, gregarios de lujo en la escena británica new wave. Difícil seguir la estela de un grupo que aparece y desaparece como el Guadiana. Por casualidad atrapamos “Take Me To The Trees” a mediados de año, un álbum que ni pintado para rescatar destellos ochenteros. No los artificiales años 80 de pega que se fabrican ahora, no; los auténticos 80, la economía de sonido, la gravedad y la claustrofobia. Con pelotazos como “Moonbeam”, “Sweet Revenge” o “Flood of Light”, o con melodías como las de “I Feel Small” o “Trees” (un guiño presuntamente involuntario al “Heroes” de David Bowie), es fácil echar de menos cualquier tiempo pasado. Aunque esto sea el presente.  

MOGWAI “Every Country´s Sun”

¿Quién dijo que Mogwai fueran cosa fácil? Hay que dedicarles tiempo y paciencia. El tiempo y la paciencia que requiere su último álbum, mayormente neutro en las primeras escuchas. Pero qué bueno es vivir la música en directo, pues no hay directo como el suyo para asentar conceptos. No es un disco relevante, pero a base de tenacidad “Coolverine”, “Brain Sweeties” o “Crossing The Road Material” se transforman en clásicos concienzudamente macerados, “Old Poisons” desbanca a “Glasgow Mega-Snake” y “Batcat” como filón diabólico, y “Party in The Dark” consigue introducirlos en el universo pop por la puerta grande.

RYAN ADAMS “Prisoner”

De Ryan Adams ya se dijo todo lo que había que decir en las crónicas de su paso por España el pasado verano. De “Prisoner” cabe decir que es su vigésimo trabajo (solo, con Whiskeytown o con The Cardinals), parido a lo grande como siempre, con un reverso de caras B adicional que lo multiplica más que por dos. Canciones de extremada corrección, rígidos moldes del estilo americana-para-todos-los-públicos, deudoras a veces de Dylan, a veces de Sprinsgteen. Demasiado insulso en su global, pero salvado por “Do You Still Love Me?” y “Anything I Say to You Now”. Dos canciones épicas y contundentes que sonaron y sonaron sin descanso en el 2017.

SHADOW BAND “Wilderness of Love”

El folk sigue estando de moda. No fue una vorágine de un día; sigue habiendo muchos músicos que buscan su inspiración y su camino en el sonido hedonista y psicodélico de los 60. Y nosotros, amantes de aquella década, encantados. La oferta es amplia y hay de todo, dentro de la comúnmente denominada escena neo-folk. Esta banda de Filadelfia aporta la parte lúgubre y funeraria al legado; “Wilderness of Love” suena lánguido, soterrado y perezoso, como una fotografía desenfocada, como un jugoso guiso a medio cocinar. Y qué buenas serían “Green Riverside”, “Indian Summer”, “Mad John” o “Darksiders´ Blues” con un poquito más de cocción. Con algo más de luz, el efecto sería mucho más amable.

SLOWDIVE “Slowdive”

Qué elocuente y bienvenido regreso. Qué placer que bandas como esta vuelvan, se crezcan y mantengan el orgullo intacto. Slowdive han renacido tras 22 años de aquel inclasificable “Pygmalion” (95). Y esta ha sido quizá una de las mejores noticias de 2017. Sobre todo porque, lejos de perder su esencia original, reivindican no solo su nombre, sino también su estilo. Un estilo que parecía andar en horas bajas, defenestrado o simplemente malinterpretado. Ocho canciones que vuelven a poner en valor el poder del ruido, y la capacidad ingénita de convertirlo en algo bello. Maremágnum de guitarras y susurros que vuelven a sumergirnos en un océano de prodigioso bienestar. “Star Roving”, “Sugar for The Pill”, “No Longer Making Time” y “Go Get It” conforman la columna vertebral de un álbum que camina erguido, y bien erguido.

SPOON “Hot Thoughts”

El aparente vuelco electrónico de Spoon ha dado sus frutos y los ha puesto en el punto de mira tras largos años de meritorio esfuerzo y rácana atención. Una pena o una alegría, según se mire. Nunca es tarde para hacer justicia. Y sí, quizá este sea su disco de influencia más digital, pero Britt Daniel es hijo del rock y no lo puede evitar. Por eso “Hot Thoughts”, “Do I Have to Talk You Into It” y “Can I Sit Next to You” despuntan sobre el resto. Un disco que va de más a menos, que se desinfla levemente a la altura de “I Ain´t The One”, culminando con el enésimo quiebro estilístico de la banda en la experimental, jazzística y muy, muy sorprendente “Us”.

TEMPLES “Volcano”

Con un debú absolutamente perfecto, ¿qué queda para después? Rezumando psicodelia por cada poro, alzando escaleras melódicas sinuosas, pisando el pedal del falsete hasta el derrape y tirando de sintetizador hasta el hartazgo, “Volcano” es superable e irregular. Cosas que arraigan pero no a la primera (“Oh The Saviour”, “Born into The Sunset”, “Open Air”), pasajes inofensivos (“Certainty”, “How Would You Like to Go?”) y desechos huérfanos de inspiración (“Celebration”, “Mystery of Pop”). En cuanto a “Roman God-Like Man”, alguien está robando algo en alguna parte, pero no sé dónde ni el qué. Larga vida al intocable “Sun Structures” (2014).

THE FLAMING LIPS “Oczy Mlody”

Símbolo consolidado de actos lúdicos, de humor negro y cultura naif, la madurez   sigue arrastrando a The Flaming Lips a nuevos test de laboratorio. Otro experimento de bucles, ecos y fanfarria, sobredotado de efectismo y grandilocuencia, y sin embargo menos sedante que aquel “The Terror” (2013). Ensamblado todo dentro de un mismo hilo argumental, escasean las piezas acreedoras del término “canción”, y en aquellas que lo parecen (“Sunrise”, “The Castle”, “We A Famly”) rozan peligrosamente el autoplagio. Su extravagancia y osadía tienden a infinito.

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