La afinidad, la empatía y el sortilegio a veces (casi siempre)
condicionan la objetividad. Pero ¿a quién debemos
objetividad? A nadie. La música no es un problema científico, pese a los
intentos infértiles de poner piezas en orden para tener algo que contrastar,
algo que contar. Con la música de Cass McCombs es muy difícil no solo
encajar esas piezas, sino detectar su individualidad. Y eso es lo hermoso de la
música, su heterogeneidad, su longevidad, su insólita permanencia. Puedes
escuchar a un músico en la cuarentena y evadir la trinchera del tiempo, sumergirte
en un riff de guitarra y no saber datarlo, no saber de qué remoto rincón de la
tierra ha salido. Llámenlos caducos, nostálgicos o anacrónicos, pero estos
artistas son los que de verdad portan la bandera de la probidad. Con este tipo
de músicos la perfección no ha lugar; es el espíritu, la inspiración pagana, el
tacto de la experiencia lo que va cimentando su aportación.
Y ofreció lo esperado. Errante por naturaleza y discreto por vocación,
no es de Cass McCombs de quién quiere que se hable, sino de su arte. Y
esa es la clave del artista que gana por mérito ese término, el de “artista”,
usado a menudo tan falaz y gratuitamente. Lo que importa no es quién o cómo,
sino el qué. Cuando una obra de arte nos emociona, sea canción, pintura,
película o libro, el instinto siempre nos lleva a darle un título, ubicarlo en
una casilla y pintarle un anagrama. Y en ese obsesivo afán clasificatorio nos
olvidamos de prestar atención a lo que de verdad importa: el alma de la obra. Y
así fluyen las canciones de Cass McCombs Band (sí, no olvidemos a la
banda), como pequeños arroyos de sonidos, frescos y abundantes, danzantes y
perennes. La disertación o el canto de una garganta con un potencial no del
todo explotado, porque, volviendo a la filosofía, la voz no importa. Solo importa
lo que se dice. Canciones como “Big Wheel”, “That´s That” o “Cry”
retumban a golpe de grave, mientras otras como “Medusa´s Outhouse” o “County
Line” embaucan y congelan el aire, y en todo momento está presente la
huella de una Stratocaster que es capaz de volar entre los rascacielos de Nueva
York, sobre las calles empinadas de San Francisco o en la servil sala de un
estudio en Nashville. Hay que ser muy bueno para sacar un sonido tan
maravilloso de un cacho de madera y metal. Marca de casa para subrayar esa
reliquia popular que ya es “Dreams-Come-True-Girl”, seguida por
deconstrucción e improvisaciones muy kraut y el turbador canto “Witchi
Tai To” del free spirit Jim Pepper. Una secuencia esta que
conquista el galardón a la mejor jugada del partido, aunque todo él fuera de
altísima competición. No digan música, digan Cass. A fin de cuentas es lo justo.
El repertorio: “Bum Bum Bum”, “Opposite
House”, “Big Wheel”, “Robin Egg Blue”, “Medusa´s Outhouse”,
“Brighter!”, “That´s That”, “Cry”, “Dreams-Come-True-Girl/Witchi
Tai To”, “Run Sister Run”, “County Line”// “I´m A Shoe”
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