CASS McCOMBS “Mangy
Love”
Amo a Cass. Lo amo
desde “Lionkiller” y “Dream-Come-True-Girl”. Lo he seguido amando desde
entonces y lo amaré mientras siga creando discos como este. Discos que capturan
todas las músicas del universo, el jazz, el soul, el folk, el rock´n´roll, el blues, el funk, sujetándolas entre los
brazos con respeto y devoción. Pues “Mangy Love” está lleno de todo eso.
Delicias como “Bum, Bum, Bum”, “Laugther Is The Best Medicine”, “Opposite
House”, “Low Flyin´ Bird”, “In a Chinese Alley” o “Switch” abanderan una
colección exquisita de cabo a rabo, deleite para paladares de alcurnia y colmo
del buen gusto. No hay límites: incluso es el momento de coger trenes de largo
recorrido y montar una fiesta a ritmo de cumbia (“Run, Sister, Run”) a la que
se apuntarían Calexico si el tren pasara por Tucson. Amor incondicional y cita
el próximo 2 de febrero.
Si “Champagne
Holocaust” (2013) era un excitante caleidoscopio, un loco viaje de Pink Floyd a
Lou Reed, de The Cramps a Daniel Johnston, de The Monks a The Stooges, parece que
en este nuevo trabajo han encontrado su sitio y su sonido. Sitio al que se atan
con cadenas y no se mueven un milímetro. Sonido que se asienta en un punto a
medio camino entre Pere Ubu y The Velvet Underground. Dicen que la experiencia
es un grado y la madurez una virtud, pero a estos chicos demenciados e
irreverentes el amateurismo les sentaba mejor. Aún así, rompamos una pequeña
lanza a favor de “Whitest Boy on The Beach”, “Tinfoil Deathstar” o la macabra
“We Must Learn to Rise”.
A caballo entre Here
We Go Magic y sus andanzas particulares, el de Brooklyn sigue siendo la eterna
promesa en la sombra. Si con su proyecto-banda se dedica a hacer malabarismos
con cualquier género musical que se le antoje, sus viajes en solitario están
llenos de latidos de intimismo e instrospección. Cronista, ensayista, filósofo
o poeta, ocho canciones bastan para mostrar un fastuoso desfile de cuentos y
reflexión. Las tremendas historias sobre Marianne, Louis Warren o los complicados
hombres de los años 40, plenitud de inspiración y dominio del registro vocal,
así lo atestiguan. Una pequeña joya.
MICHAEL KIWANUKA “Love & Hate”
Había sido tan ensalzado por los medios que había que dedicarle
al menos una audición. Una que se ha convertido en muchas, pues en este caso la
publicidad hace justicia. ¿El nuevo hijo del soul? Sí, ¿por qué no? “Love &
Hate” es mágico, magistral. Viaja de la sumisión a la energía con sutilidad. Se
mira en el espejo del pasado sin despreciar un presente cada vez más sometido a
lo vintage. Este británico de ancestros ugandeses tiene voz, tiene
talento, y desde luego, tiene alma. Contingencia de largo recorrido o flor de
un día, ¿quién sabe? Pase lo que pase, temas como “Black Man in a White World”,
“Place I Belong”, “Love & Hate”, “One More Night” o “Father´s Child” tienen
madera para camuflarse entre los clásicos del género en la historia, a la vera
de Otis Redding, Curtis Mayfield, Bill Whiters o Al Green.
No hacen nada que no
hayan hecho antes The Clash, Wire o The Fall, pero el caso es que su sonido
garage de corte sofisticado es ideal para recargar baterías. Canciones directas
que desafían la simplicidad de los tres acordes y reivindican la guitarra
eléctrica como manantial inagotable de posibilidades. Y tan fácil para ellos es
bordar una canción de menos de dos minutos (“Outside”) como otra de media
docena (“One Man No City”, hija engendrada de una relación furtiva entre
Talking Heads y The Velvet Underground). No, no son nada nuevo, pero son justo
el tipo de banda que le gustaría fichar a Richie Finestra para American Century
Records (nota: ver la serie de televisión “Vinyl”).
Retrospectiva. Quizá
ya no queda mucho de aquellos Piano Magic que nos encandilaron con “Low Birth
Weight” (99), “Artists´ Rifles” (2000), “Writers Without Home” (2002) y “The
Trouble Sleep of Piano Magic” (2003). Después lo electrónico subyugó a lo
eléctrico y sus discos se convirtieron en meros trámites. Pero en cada uno de
ellos había una canción, sí, buscábamos esa canción que valía el disco entero.
“Deleted Scenes” en “Disaffected” (2005), “Cities & Factories” en “Part
Monster” (2007) o “You Never Loved This City” en “Ovations” (2009). Ahora llega
este nuevo álbum y lo enfrentamos con el ánimo de hallar esa única canción. Y
el prólogo “Closure” nos advierte que quizá la hemos encontrado; suenan los
Piano Magic de antaño, la explosión de la guitarra que llora y los graves que
retumban. Aleluya. El resto es un disco modesto pero esperanzador: lo eléctrico
vuelve a la carga.
Wilco se han convertido en el verso libre del rock americano.
Logrado todo lo soñado, ¿para qué estresarse y autoexigirse? ¿Para qué morir de
éxito cuando hay tanta vida (musical) por delante? La sensación es que Tweedy y
compañía ya están de vuelta del mainstream y el bla, bla, bla, y han
decidido hacer lo que les pide el cuerpo. Por eso este “Schmilco” vuelve a
sonar más analógico, anticuado pero bien guarnecido, a lo Sargento Pepper. Música que sigue siendo
grande en el fondo pero en la que ya no importa la forma. Porque, que quede
claro: lo importante es la esencia. Y temas como “If I Ever Was a Child”,
“Nope”, “Shrug and Destroy” o “We Aren´t The World (Safety Girl)” están llenos
de ella. Pura esencia. Esencia de Wilco.
Próxima entrega: descubrimientos de 2016
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