Y en 2016 también hubo algunos agradables descubrimientos. He
aquí los más notables.
ANGEL OLSEN “My
Woman”
Tras colaborar con pesos pesados como Bonnie “Prince” Billy,
Wilco o Cass McCombs, esta guapa mujer confirma su carrera con un disco que se
ha colado entre lo más destacado del año pasado por derecho propio. Quizá por
su catálogo exquisito de voces o por su versatilidad para abordar diferentes
tempos y energías, “My Woman” es un álbum de etapas. Abre con sintetizadores
(“Intern”), sigue con rock (fantástica “Shut Up Kiss Me”) y hacia el ecuador se
sumerge en una intensa quietud folk y soul (espectacular “Woman”). No es su
primer álbum (hay tres trabajos anteriores) pero sí la catapulta a un merecido
titular.
No todo es alegría. En el mundo del rock hay apartaderos
tétricos, sinuosos y tristes. Las grandes bandas del grunge, el post-rock y el
shoegaze en los noventa pusieron de moda la tribulaciones más oscuras del alma
humana. Ella actúa en ese escenario y el título del álbum habla por sí solo.
Canciones que anuncian si no un fin del mundo, sí un mundo cascado e
irreparable. Su espléndida y límpida voz contrasta con la agonía de su mensaje
sonoro. Y las detonaciones eléctricas subrayan esa rabia reprimida que hay que
soltar para no morir de hastío. Ya nos lo revelaron los poemas de Baudelaire:
también existe luz en las sombras.
KEVIN MORBY “Singing
Saw”
Y si amo a Cass McCombs, ¿cómo no voy a amar a este tipo? Como
que dos más dos son cuatro. Kevin Morby se suma a la ola de jóvenes músicos borrachos
de nostalgia, como el mencionado Cass, M.Ward o Elvis Perkins. Su tercer disco
requiere plena atención, el estudio de cada fraseo y cada nota. Un fluir de
temas con aroma clásico, simples pero íntimos, y llenos de arreglos soterrados
que los ensanchan como toques de pincel maestro. Trompetas, un piano, unas
cuerdas, una coral, un saxofón. ¿Por qué será que el recuerdo de Dylan late
desaforado en “Drunk and On a Star” o “Black Flowers”? ¿Por qué será que
“Ferris Wheel” suena a una versión alternativa de “Blowin´In The Wind”? Quizá
porque el ex bajista de Woods se declara fiel admirador del vigente Premio
Nobel. Y los amores platónicos condicionan nuestro destino.
A la hora de definir a esta tropa británica la gente suele
mencionar nombres como REM o The Smiths. Todo se queda corto. Hace falta un
índice de muchas páginas para ilustrar las influencias presentes en su música.
De difícil encasillamiento, libérrimos, funambulistas e impredecibles. Piensas
que a continuación vendrá un fa sostenido o una repetición, pero… ay ingenuo de
ti, todo son sorpresas desde el minuto uno de esa frenética y gigantesca
“High/Aflame”. Este disco, efectivamente, no ha salido del Edén, sino de una
fiesta loca de jazz, punk, psicodelia, calipso y rock progresivo, una de esas
bacanales que solo son capaces de orquestar los inigualables Phish. Bingo: he
aquí unos dignísimos y fehacientes discípulos de Phish.
No puedo evitar pirrarme por estos grupos, artistas de ahora
que parecen resucitados de los sesenta. Sugar Candy Mountain son de esos;
suenan como si hubieran estado crionizados largas décadas. “666” revive el ABC
de la psicodelia, el rock lisérgico de aquellos Electric Prunes, el pop de los
Beach Boys o de aquellos Beatles o Byrds que se dejaron seducir por los
alucinógenos (a la ilustrativa “Time” me remito). Y qué destreza para dibujar
la melodía eléctrica más adictiva (“Window”, “Tired”, “Eye on You”, "Summer of Our Discontent") o el
estribillo más categórico (“666”, "Who I Am"). Sí, la música original se acabó hace tiempo,
pero aún existen magníficas posibilidades de exprimir las herencias.