27 diciembre 2010

REPORTAJES

2010: DESPEDIDA Y CIERRE.

Recapitulando los discos del año (parte 1).

Como todos los años por estas fechas, aquí llega el pertinente trabajito de Navidad. Un minucioso ensayo que incorpora la revisión, previa audición compulsiva, de aquellos discos editados en 2010 que no tuvieron un hueco en el apartado correspondiente. En líneas generales, el 2010 no ha sido un año muy boyante. Pocos discos deslumbrantes, cuantiosas decepciones, algunos resbalones. ¿O quizá unas exigencias que crecen de manera exponencial?. ¿O quizá que cada vez hay menos sangre en las venas?. Pese a todo, es una pena pasar de largo. El sombrío y cataclísmico 2010 pide a gritos un final decente. Así que allá vamos.

!!!. Strange Weather, Isn´t It?.
Las múltiples y significativas bajas de los últimos tiempos han hecho mella en el combo de Sacramento. De su jefatura como reinventores del rock bailable ya no quedan ni las raspas. Los síntomas de agotamiento se hacen alarmantes en este álbum, vacío, lineal y con mínimos momentos de gloria. Solo el estribillo de “The Most Certain Sure” y los guiños funky de “Jamie, My Intentions Are Bass” salvan de la quema una entrega condenada al montón de los prescindibles. ¿Dónde están las fabulosas sombras de Can y Liquid Liquid?. Aniquiladas, parece.


ARCADE FIRE. The Suburbs.
A muchos kilómetros del notable “Neon Bible” (2007) y a años luz del espectacular “Funeral” (2004), el disco a priori más laureado del año es un movimiento sin fuelle. Y no precisamente por cantidad: dieciséis cortes se agradecen, cuando lo común hoy por hoy es plantarse en nueve. Pese a todo, aquí falta algo: la pegada de antaño, el punch irrefutable, el viejo desorden. Ha habido un trueque entre su personalidad más felina y el vicio de la perfección. El resultado es mediocre, anquilosado, lleno de obviedades y con un incómodo tufillo a pop comercial. Si no fuera por la exquisita “The Suburbs” y el latigazo punkarra de “Month of May”, ni valdría la pena el esfuerzo de unas líneas.

AVI BUFFALO. Avi Buffalo.
Han sido uno de los descubrimientos del año. Por marcarse un gran debú, aunque el sobresaliente del principio se deslice por una suave pendiente hasta un notable final. Por ese pop de encaje de bolillo con contoneos hacia el folk, la americana o el rock atmosférico. Y no son canadienses, pese a acercarse bastante a la tipología de sonidos de aquel país. Maravillas como “Truth Sets In”, “Coaxed” o “One Last” ya valen el disco entero. Igual de brillantes son haciendo espirales con las melodías como pintando estribillos tan accesibles como el de “What´s In It For?”. Mentira parece que sean tan jóvenes. El dulce porvenir.

CARIBOU. Swim.
Daniel Victor Snaith ya flirteaba discretamente con la electrónica en sus anteriores trabajos, pero en este “Swim” (2010) se desposa con ella definitivamente. Encajado en muchos de los top de fin de año por sorpresa, no pasa de ser un tratado más que correcto de música de baile. Canciones como “Odessa”, “Sun” o “Found Out” llevan colgada la vitola de joyas del género, pero hay otras que solidifican en el oído como el cemento. El bizarrismo y la inquietud desplegados en “The Milk of Human Kindness” (2005) o “Andorra” (2007) han abdicado, cediendo el trono a otro clon de Royksopp o Hot Chip.

DEERHUNTER. Halcyon Digest.
La capacidad de creación de Bradford Cox está alcanzando ya cotas que asustan. Y con su proyecto madre ha vuelto a dar certeramente en la diana. El espectacular comienzo con la lisérgica “Earthquake” apunta al cielo. Y en el mismo queda situado el que quizá es su disco más cohesionado, sesentero y, haciendo honor al título, digestivo. Como siempre, hay canciones que no admiten réplica: “Revival”, “Desire Lines”, “Helicopter” y “Coronado” serían las estrellas de este nuevo firmamento. Y después de un atracón bendito llega el postre con la delicatessen “He Would Have Laughed”, dejando el cuerpo mucho más que satisfecho. Sin rival.

JEREMY JAY. Splash.
Por tercer año consecutivo y gracias a su fertilidad, Jeremy vuelve a aparecer en el resumen de discos del año. Más liviano que sus antecesores, aunque de sonido más nítido y guitarrero, “Splash” (2010) vuelve a contonearse por los bulevares del pop de los ochenta y la new wave. La escasez de recursos es de nuevo el santo y seña, y Morrisey y Jonathan Richman sus honorables mentores. “Just Dial My Number”, “It Happened Before Our Time” y “Splash” vierten su jugo, pero no deja de ser la misma cantinela. Ideas que en su día nacieron como buenas pero que no son eternas. Un disco que empieza insuflando grandes esperanzas y acaba con el motor a medio gas.

JOHNNY FLYNN. Been Listening.
Sin duda, uno de los discos del año. Poeta, actor y cantautor, el londinense alcanza en su segundo trabajo una madurez insultante. Canciones que beben del country, del R&B, de la música irlandesa, que evocan a Paul Simon (“Kentucky Pill”), a Johnny Cash (“Agnes”, “The Prizefighter and The Heiress”), a The Pogues (“Sweet William, pt 2”) o a Tom Waits (“Howl”). Ukeleles, pianos, vientos y violines adornan unas canciones mágicas, con la extraordinaria lírica y la voz de Flynn levantándose poderosas, amenazantes e invencibles. Y los dúos con Laura Marling (“The Water”, “Amazon Love”) son pura miel en los labios. Rotundo y soberbio trabajo.

JULIAN LYNCH. Mare.
He aquí otro alquimista del sonido. Comparado con creadores de su generación como Noah Lennox o Sufjan Stevens, son más bien los insondables universos de Jim O´Rourke o Bark Psychosis los que expelen el hálito sobre este trabajo. Para el músico de Nueva Jersey todo vale: folk por acá, drones por allá, ritmos étnicos por acullá, un pellizco de electrónica, una pizca de jazz. Arriesgadísima propuesta donde la palabra no pinta nada, solo la textura, alcanzando cotas cenitales en “Just Enough” o “Ruth, My Sister”. Una defensa estoica de la indefinición y el collage. Disco de arte y ensayo para mentes sin fronteras.

LCD SOUNDSYSTEM. This Is Happiness.
Dicen que este quizá sea el álbum despedida de James Murphy como LCD Soundsystem. Si ello se confirma, a sus espaldas queda una radiante trilogía basada en el arte del pastiche. “This Is Happening” (2010) podría ser el honroso epitafio a una vida de fusión de estilos y homenaje a ídolos, pues pocos han conseguido reunir el dance y el rock en una misma cosa con tanta brillantez. Y si esto es un supuesto adiós, ¿para qué cambiar los argumentos?. Murphy aniquila el factor sorpresa para ofrecer más de lo mismo. Canciones que, como “Drunk Girls”, levantan sospechas de plagios ajenos o que, como “I Can Change” o “Pow Pow”, refrescan la memoria de los viejos éxitos propios.

MAIKA MAKOVSKI. Maika Makovski.
Oportunidad nacional. Que no es oro foráneo todo lo que reluce, y a veces nuestras puertas se abren para dejar entrar la luz. La producción de John Parish es todo un regalo, un lujo al alcance de pocos. Las comparaciones con PJ Harvey (por relaciones) o Patti Smith (por alusiones) quizá pesen a la mallorquina, pero son inevitables. Sus acercamientos al weird folk (“Friends”), el pop (“City Life”) o el country (“The Bastard and The Tramp”) son toda una delicia, pero la Maika más grande es la que hace ruido. Como el ruido de “Lava Love”, “Ruled by Mars” o “No Blood”, haciendo arder los oídos. Nada que envidiar a sus (presuntas) maestras.

MENOMENA. Mines.
Con las expectativas cotizando por las nubes, los de Portland ponían en la calle la continuación de aquel majestuoso “Friend and Foe” (2007) haciéndose de rogar. Pequeña decepción. Su nueva entrega no alcanza ni de refilón la contundencia de sus anteriores trabajos, y el remonte que se atisba a partir de la categórica “Bote” no es más que un mero espejismo. En “Taos” o “Lunchmeat” aparecen sombras de aquellos Menomena minuciosos y tangenciales, pero los Menomena de hoy son más soft, más predecibles y menos sorprendentes. Pena, penita, pena.

NEIL YOUNG. Le Noise.
El abuelo regresa a las andadas. Ha vuelto a hacer lo que le ha dado la gana. Que no es otra cosa que un disco a su manera: un micro, un amplificador y una guitarra. Así nace su trabajo más desnudo, crudo y frugal, posiblemente su obra shoegaze. Obra que a muy pocos ha convencido pero que no busca excusas. De la música de Young siempre se pueden sacar restos de petróleo, aunque el pozo no rebose. “Walk With Me”, “Someone´s Gonna Rescue You” o “Angry World” son grandes, aunque podrían ser gigantes con un respaldo completo. Las acústicas “Love and War” y “Peaceful Valley Boulevard” no incomodan, pues son la misma voz de la historia. Riesgos asumidos en época de vacas flacas. Pura valentía.

SHEARWATER. The Golden Archipielago.
Para muchos, el otro grupo de Jonathan Meiburg (ex Okkervil River) no es más que un sucedáneo barato de Radiohead. Pero qué va, hombre: “The Golden Archipielago” es un viaje temático de lo más entretenido. Sonido épico, inmaculado y perfectamente calibrado para un disco que se mueve entre el folk, el rock fronterizo, el rock gótico, la música de cámara o el ambient. Canciones que van de lo íntimo a lo intenso, escaparate perfecto para el lucimiento vocal del protagonista. Lo mejor: el puntillo arenoso a lo Calexico de “Landscape at Speed” y el vahído frenético a lo Nick Cave de “Corridors”. Y de Radiohead, solo un rastro minúsculo en la postrera “Missing Islands”.

TIM ROBBINS & THE ROGUES GALLERY BAND. Tim Robbins & The Rogues Gallery Band.
Sería injusto tildar la nueva incursión de Tim Robbins en el arte de la canción como oportunista. La ley de la casta y su pasado aficionado lo avalan. Su primer trabajo oficial, bajo la batuta amiga de Hal Willner, clava las raíces en el suelo de sus orígenes: la América profunda y la Irlanda dicharachera dándose un apretón de manos. Hay ráfagas de blues (“Time to Kill”) y sal de taberna (“You´re My Dare” y “Queen of Dreams”), pero el denominador común son las baladas y el reposo de larga duración. En esta aventura apasionante de nuevos vientos y carretera el californiano no está solo: lo acompañan Roger Eno, Kate St. John, David Coulter, Rory McFarlane y la dulce voz de Joan Wasser.

THE CORAL. Butterfly House.
De los muchos palos a los que apuntaban en sus primeros pasitos, ya no hay dudas sobre el posicionamiento definitivo de los de Liverpool: rock psicodélico, soleada California, finales de los sesenta. Darían el pego junto a Crosby, Stills & Nash, Love, Strawberry Alarm Clock o Quicksilver Messenger Service en una fiesta de la época. El desenlace galáctico de “Butterfly House”, la calidez de “Falling All Around You”, el magistral estribillo de “1000 Years” y el riff electrizante de “North Parade” resaltan en negrita, pero el disco es irresistible de principio a fin. Confirmados como maestrillos contemporáneos de lo retro.


Y este es el fin de la primera parte. La semana que viene, más.

4 comentarios:

Fede Sánchez dijo...

Si, la verdad es que este año no ha sido excesivamente fertil, cosa que podríamos aplicar a la década y expecialmente a este último lustro.
A principios de año ya decidí ir bastante por libre y explorar por otras vías. Quizá me descolgué demasiado por el underground, pero es lo que más me satisface últimamente.
Mi colección de discos se está convirtiendo en un heterodoxo y extrañísimo galimatias muy alejado de las "listas oficiales".

Mary dijo...

Y haces bien, Fede. Mira que cuesta que un disco me enganche últimamente, ufff... A lo que yo me dedico ahora es a coleccionar antigüallas; años sesenta y setenta, básicamente.

Quim Q dijo...

Me encanta ver en esta lista a Johnny Flynn, al que descubrí gracias a la página de Fede ¡peaso disco que se ha sacado!

Al final resulta que en internet también hay un mainstream que encumbra a un determinado tipo de grupos y a gente como Johnny Flynn es que ni se los menta, sencillamente no existen.

Otro disco que podría perfectamente estar es el de Phosphorescent, o el de Munly & The Lupercalians, y tantos otros que no hacen pop surfero. Es lo que hay. Pero bueno, al final el que busca... encuentra.

Mary dijo...

Para mí el de Johnny Flynn es casi, casi el disco del año. Espectacular. Y tranqui, Joaquim, que el de Phosphorescent estará en la segunda parte...