Soy obediente. Hago mis deberes. Gracias, Jack White, por volver a poner en circulación la sangre en mis
venas. La sangre del rock y el blues. Debía retomarlo donde lo dejé y así lo he
hecho. Y no solo eso, sino que he vuelto a las páginas anteriores del libro, al
rojo, blanco y negro. Y en ese proceso de rescate de fases desconocidas u olvidadas
he encontrado esto. Sí, esta filigrana, este delicioso homenaje a las seis
cuerdas y a tres generaciones de músicos especiales. Pues eso: que muchas gracias,
Jack.
“It Might Get Loud”
es un maravilloso documental de 2008, firmado por Davis Guggenheim. La idea
básica es la reunión cordial e instructiva de tres guitarristas fuera de serie,
tres mitos de tres épocas muy diferentes en recursos, técnicas y contextos
sociales, tres personajes iguales pero diferentes encarnándose a sí mismos con
sus idiosincrasias y peculiaridades al descubierto: Jimmy Page, The Edge y Jack White. ¿Y qué tienen en común
estos tres tipos? Podría alcanzar a trazar una línea imaginaria que uniera a
Page y White, pero The Edge no entraría en la ecuación. Y sin embargo, ellos
fueron los elegidos. Y no se me ocurre ahora mismo ningún otro que pueda faltar
ni nada que pueda sobrar. Porque “It
Might Get Loud” no es para nada un manual de guitarra, una especie de
“Guitarra para Dummies”, sino mucho más. Es la historia de la música, de la
inspiración, de cómo algunos miran al futuro mientras otros vuelven al origen
para que todo quede bien hilado, para que nada de lo que vale la pena se pierda
por el camino.
Y la cosa comienza con nuestro peculiar amigo Jack
construyendo una rústica guitarra con un trozo de madera, una botella de
Coca-Cola, martillo, clavos y algunos cables. En efecto, ¿quién necesita comprar
una guitarra? Pero ellos tienen y tuvieron sus guitarras favoritas, y esas
guitarras hablan con su voz, como afirma el propio The Edge: “El sonido de
mi guitarra son mis propias palabras”. Jimmy dice que hay que acariciarlas
y mimarlas como a una mujer. Jack opina que hay que doblegarlas y vencerlas. Y
ante nuestros ojos desfilan instrumentos que quizá no sean los más bellos, los
mejores ni los más caros, pero que han militado al servicio de sus capitanes
con asombrosa eficiencia. Como la Airline roja de plástico de la era The White Stripes o esa Kay de sonido
bluesero espeluznante que Jack cazó en la tienda de segunda mano de su hermano.
Como la mítica Gibson Explorer que The Edge compró en un viaje a Nueva York,
artífice del sonido inconfundible de aquellos U2 primerizos tan añorados. O como la icónica guitarra de doble mástil
de Jimmy que indefectiblemente nos teletransporta a “Starway To Heaven”. Guitarras construidas, compradas, prestadas,
modificadas. Una lección: no importa la guitarra que tengas, lo que importa es
lo que puedas sacar de ella.
Y no solo hay guitarras y guitarristas, en el fondo hay mucho
más. Jimmy, el entrañable Jimmy, nos lleva al Londres de los 60, a los tiempos
locos del skiffle, al shock del rock en un mundo estancado en aburridos
prototipos pop. Jack, el aprendiz de tapicero, el superviviente de familia
numerosa, el blanco solitario en un barrio lleno de negros e hispanos, nos
lleva de viaje al Detroit sur de los años 90. The Edge, el discreto y práctico
The Edge, nos lleva al Dublín desamparado de los 70 y al recuerdo de un
convulso Ulster. Mientras Jimmy nos muestra orgulloso Headly Grange y nos
explica por qué algunas canciones de “Led
Zeppelin IV” (71) sonaban así, The Edge nos enseña el aula de ensayo de
unos imberbes U2 en la Mount Temple
Comprehensive School o la casa de Howth donde vio la luz “War” (83). Y entretanto, Jack se permite dar unas cuantas clases de
rock and roll a su alter ego de 9 años. Y en medio hay confesiones que
nos muestran a los mitos como seres de carne y hueso. Porque Jimmy no quería
ser el obediente músico de estudio dedicado a manufacturar la dudosa gloria de
los demás, quería algo más, quería furia, quería rock. Y Jack no quería tocar
la guitarra, solo quería aporrear sus baterías, esas que ocuparon el lugar de
una cama en el minúsculo cuarto de su casa. The Edge se debatía entre la parte
y el todo, entre limitarse a interpretar o lanzarse a componer.
Afortunadamente, la ambición, la inquietud o la simple casualidad derivaron en
grandes festejos para la melomanía; festejos como The Yardbirds, Led Zeppelin,
The White Stripes o “Sunday Bloody Sunday”.
Pero además del fondo está la forma, casi tan importante. Porque
“It Might Get Loud” está lleno de
imágenes, escenas y momentos de una emotividad turbadora. Mirad si no el
entusiasmo de Jimmy escuchando “Ramble”
de Link Wray, el respeto religioso
de Jack oyendo “Grinnin´In Your Face”
de Son House (su canción favorita
confesada; curiosamente una canción sin guitarras ni baterías) o la emoción de
The Edge recuperando sus primeras grabaciones en cuatro pistas. Cortes
impagables y casi inéditos con actuaciones de The Yardbirds, Led Zeppelin,
U2, The White Stripes o The
Raconteurs. Videos rescatados de extrañas hemerotecas, como ese que muestra
al Jimmy colegial tocando skiffle. Fotos sacadas de álbumes de familia en las
que Jack tapiza, Jimmy dibuja o The Edge simplemente piensa.
Pero hemos dicho que estos tres se habían reunido para hablar,
¿no? Para enseñarse sus guitarras y compartir experiencias. Bueno, sí, también
hablan, se hacen revelaciones, interactúan y se arrancan juntos a tocar “I Will Follow”, “Dead Leaves and The Dirty Ground” o “In My Time of Dying”. Y al final se permiten montar e improvisar sobre
la marcha un legendario tema prestado que nos brindan entre créditos. ¿Qué tema
es? Mejor no destriparlo todo, guardemos un poco de misterio. Digamos que es un
tema que une definitivamente a los tres, transformando el triángulo en una maciza
pirámide, y convirtiendo este inmenso documental en un mágico e inesperado
regalo para ojos, oídos y mente.
Lo dicho: un millón de gracias, Jack.