A veces ocurren milagros, casuales rituales de magia negra que
hacen que tus manos se llenen de cosas con las que jamás habrías soñado y tus
narices se entrometan en asuntos que no son de especial gusto o incumbencia
personal. He aquí una de esas sorpresas del destino. ¿Cuándo me he comprado yo
una novela gráfica o similar? Jamás. Cierto es que disfruté de lo lindo con ese
préstamo que fue “Persépolis”, la
gran obra de Marjane Satrapi. Pero he
aquí que en mi vida se cuela una divertida y muy personal historia del rock en
formato viñeta, y los ojos se salen de mis órbitas. Sobre todo porque la
historia nace en 1915 y se extiende hasta 2012: un abanico casi completo. Sobre
todo porque al hojear esas páginas encuentro recreadas las portadas de discos
que cambiaron mi vida y los remedos de aquellos artistas que marcaron mi
devenir musical. Sobre todo porque la retrospectiva, nada enciclopédica y muy paródica,
es en blanco y negro. Adoro el blanco y negro. Y además estoy harta de leer
historias del rock cuasi-científicas, documentadas y altamente técnicas. “El Pequeño Libro del Rock” es exactamente
el libro que yo concebiría si tuviera ganas, si hubiera explotado mis dotes
para el dibujo debidamente y no las hubiera abandonado hace ya tantos y tantos
años. Pero claro, el pequeño libro de Hervé
Bourhis (francés, dibujante, ilustrador, coetáneo y sobre todo, melómano
empedernido) no es el mío ni el vuestro, sino su propio libro. Y puede que
muchos de sus gustos, anecdotarios y opiniones coincidan con los nuestros, nos
hagan sonreir o nos aporten datos desconocidos, pero insisto: es su libro.
Porque los artistas que han sido relevantes para él quizá no lo hayan sido en
absoluto para nosotros, aunque hay artistas que deben ser relevantes por
definición, independientemente de sexo, religión, color o nacionalidad. Es su
mundo, articulado en imágenes artesanales y comentarios divertidos, un mundo a
disposición del resto del mundo. Y el resto del mundo (grupo en el que me
incluyo) abraza esta obra con gran júbilo y gratitud, porque hacía falta algo
así, alegrar la vista rememorando leyendas mientras la música adyacente late,
suena y resuena en tu cabeza.
Insisto: el viaje comienza en 1915 con la creación del primer
sucedáneo de jukebox y se extiende hasta
2012. Están los grandes pioneros, los transformadores y los transgresores. Hay
una estrofa o estribillo letal transcrito para abrir cada año, adivinad: “love,
love me do”, “girl, you really got me goin´”, “everybody must get
stoned”, “say it loud! I´m black and I´m proud”, “well
it´s 1969 okay, all across the USA”, “Jesus died for somebody´s sins but
not mine”, “I am an antichrist, I am an anarchist”, “hey hey my
my, rock´n roll will never die”, “you´re gonna fight for your rights to
party”, “don´t believe the hype”, “I feel stupid and contagious,
here we are now, entertain us”, “I´m a loser baby, so why don´t you kill
me?”. También están muchas
de las portadas más legendarias e icónicas de la historia, como “Sgt. Pepper´s”, “Astral Weeks”, “Forever Changes”, “Ziggy
Stardust”, “In the Court of Crimson King”, “Dark Side of The Moon”, “Raw Power”, “London Calling”, “Ramones”, “Rumours”, “The Man
Machine”, “Remain in Light”, “Meat Is Murder”, “Nevermind”
y, por supuesto, el plátano de The
Velvet Underground. Y luego están esos singulares duelos abiertos a
análisis y debate entre pesos pesados: Chuck
Berry vs Little Richard, The Who vs The Kinks, Lou Reed vs David Bowie, Michael Jackson vs Prince,
Serge Gainsbourg vs Brigitte Fontaine, Nirvana vs Pixies,
Radiohead vs Grandaddy. Además
de todo lo anterior y bajo la premisa de que no solo de discos vive el hombre,
“La Pequeña Historia del Rock”
también se detiene en acontecimientos músico-político-sociales importantes, publicaciones
de relevancia en el género y otras artes tangenciales a la música, con
singulares referencias a consagrados mitos cinematográficos (“Easy Rider”, “La Naranja Mecánica”, “This Is Spinal Tap”, “Pulp Fiction” y más).
Sí, en la (irónicamente incluida) carta de rechazo el potencial
editor lleva razón: no están todos los que son y faltan algunos indefectibles,
léase Grateful Dead, Cream, The Allman Brothers Band, Eagles,
Steve Winwood, Donovan, Santana o el recientemente
desaparecido Joe Cocker, entre otros. Pero es que es imposible contentar
a todos. Harían falta litros de tinta y toneladas de papel. Mejor dejarlo así,
incompleto, imperfecto. Porque como decía William
Shakespeare: “Procurando lo mejor a
menudo estropeamos lo que está bien”.