Pues ya se nos ha
marchado otro. Y perder a este es como perder a un padre, a un tío o a un
abuelo cascarrabias. Los que no viven la música nunca entenderán este
sentimiento. El sentimiento de que se te encoja el corazón cuando te enteras en
el telediario de las nueve de que Lou Reed ha muerto. Hace tiempo,
cuando este blog no existía todavía y yo colaboraba para otras gentes y medios,
describía su concierto en el FIB 2004 de esta forma:
“Shiny, shiny, shiny boots of leather… Han
pasado treinta años desde aquellos primeros paseos por los bulevares del lado
oscuro; pero a pesar del tiempo y del importante cambio de las cosas, hay imágenes,
momentos, palabras, ideas que siguen arañando, hiriendo y arrasando. Presente y
pasado circulando en sentido opuesto y cruzándose en el camino. Es algo tan
complicado de expresar... Es inútil e injusto contar algo de Lou Reed a
aquellos que no lo vieron. Se puede intentar. La liturgia del angustioso solo
de cello en “Venus in Furs”, las versiones con aristas de “Sweet Jane”,
“Blue Mask”, “Jesus” o “Satellite of Love”, esas ganas de
arrancarse la piel del alma cuando “Ecstasy” llegaba a su fin, ese
apretado nudo en la garganta que nos puso la siempre maravillosa “Perfect
Day”… Pero no se han inventado palabras suficientes. Los que estábamos allí
tuvimos la sensación de que, de repente, se había levantado un nuevo muro de
Berlín, había una oscuridad inmensa delante de nuestros ojos, un peso terrible
en nuestro pecho y una lluvia de lágrimas amenazando con inundarlo todo. Sin
duda, fue como pegarse el ya mítico paseo por el lado más salvaje de las cosas
(“Walk on The Wild Side”, inmejorable punto final) y darse cuenta de
que, lamentablemente, todo sigue igual de jodido que entonces”.
Ahora no es que esté
igual de jodido, es que está peor. Pero por lo menos seguiremos teniendo la
música de Lou para llenar los eternos vacíos. De maestro a leyenda en un
minúsculo paso.
“Oh, it´s such a perfect day, I´m glad I spent it with
you”