26 octubre 2024

CONCIERTOS

NICK CAVE & THE BAD SEEDS. Madrid. Wizink Center. 25-10-2024. 

Ver en directo a Nick Cave con sus malas semillas es toda una experiencia. Esto se ya se ha dicho un millón de veces, pero conviene recordarlo periódicamente. Por si a alguno se le ha olvidado. Por si todavía queda alguien que no lo ha vivido. Lo de anoche en el Wizink fue otra maravilla, otra demostración de fuerza e inspiración, el opus interminable de un hombre que no parece tener los 67 años que dice su DNI, un brujo que jamás pierde el poder de su magia y sabe gestionarla para crecer sin control. Y ni él ni su banda necesitan que nadie vuelva a reivindicarlos, porque ya lo hacen ellos solos. Y todas las frases que podamos inventar resultan un mantra pegajoso. Y todos los elogios que podamos verter sobre ellos carecen de originalidad, porque ya se ha dicho todo, y todo bueno. Pero vaya, algo hay que escribir, al menos para nuestro propio recuerdo, aunque la horda trajeada volviera, como siempre y sin excepción, a dejarnos huérfanos de palabras. 

Veamos que sale entonces. Por lo pronto, la excusa de la cita era “Wild God” (2024), su último trabajo, no tan incidente en la tristeza y la oscuridad, más cercano a la redención y el regocijo. Y por eso sonaron nueve de sus diez temas. Y por eso había un cuarteto de voces negras acompañando a la banda (sumando once el número total de efectivos, como una alineación balompédica), que dieron el toque soul y gospel del que se nutrió el grueso del recital. Un cóctel menos rock, menos punk, más espiritual, pero para nada exento de los números estrella: “From Her To Eternity”, “Tupelo”, “Red Right Hand”, “The Mercy Seat” y “The Weeping Song” eran obvias, y ahí es donde el tío Nick se transforma realmente, de predicador a bestia, de ángel a demonio (de los buenos), interactuando con ese público que ahora es un elemento más en su actuación, esas manos que van y vienen, que vuelan, que lo tocan o le sostienen el micro. Hablando de transformaciones y/o demonios, la resiliencia de este tipo es digna de estudio. Coger la desgracia y usarla para mejorar, en beneficio propio, del arte y del prójimo. Un ejemplo de ardor y amor por la música y la vida. Y cuanto más viejo y más jodido, más entrañable, simpático y cercano. 

Volviendo al repertorio, “Jubilee Street” también se ha convertido ya en otra hostia sagrada. Un ejemplo de manejo de las progresiones instrumentales, con el “I´m transforming, I´m vibrating, look at me now!” convertido en sublime grito de guerra. Si hay una canción en la que Nick Cave se luzca, quizá sea esta, haciendo todo, absolutamente todo (incluido solo al piano) lo que un músico suicida puede hacer. Y qué gusto da verlo campar por su pasarela favorita, bailón, confiado, convencido de que lo que dice es la pura verdad. Y qué placer es también verlo sentadito al piano, haciendo que canciones como “Long Dark Night” o “Cinnamon Horses” se conviertan en himnos que parecen tener mil años. Pues sí, “Wild God” el álbum es nuevo, pero muchos de sus temas parecen haber vivido con nosotros siempre. Muy especiales resultaron “Wild God” la canción (“bring-your-spirit-down”), “Song of The Lake” (“nevermind, nevermind”) y “Final Rescue Attempt” (“with the wind and the wind oh the wind in your hair”). E increíblemente emotiva fue “O Wow O Wow (How Beautiful She Is)”, dedicada a Anita Lane, con hermosas palabras de introducción y evocadoras proyecciones. 

Como siempre suele hacer, el autor intentó recorrer gran parte de sus cuarenta y tantos años de carrera, cosa que se antoja dificilísima. Porque, ¿qué elegir entre tanto y tan excelso? Los rescates de esta vez tuvieron más que ver con el mensaje y el contexto, y de la lira de Orfeo surgió “O Children”, precedida de un sabio discurso sobre la obligación de cuidar a nuestros niños; y de los fantasmas surgió “Bright Horses”; y del árbol esquelético cayó “I Need You”. Lo dicho, todo muy soul. También hubo dos concesiones a ese álbum conjunto Cave-Ellis más allá de las bandas sonoras, el estupendo “Carnage” (2021), con la bellísima canción que le da título y con “White Elephant”, que convirtió el final del show (antes de los bises) en un delirante jolgorio gospeliano. 

¿Y qué pasa con el semillero? Siempre nos ha gustado indagar en él, que aquí no campa cualquiera, aquí solo están los mejores. Como Warren Ellis, el mejor de los más grandes, receptor merecido de una de las mayores ovaciones de la noche (la gente coreó su nombre y él lo vale). Como Jim Sclavunos, que ahí sigue dando el do de pecho a las percusiones. Como George Vjestica, que ya es una semilla con pedigrí, pura elegancia a las seis cuerdas. Pero había cambios, caras nuevas y sorpresas en el elenco. Larry Mullins sustituía a Thomas Wydler a las baquetas, rebosante de ímpetu y revoluciones. Colin Greenwood (sí, sí, el de Radiohead, el mismo) suplía la ausencia de Martyn Casey al bajo y lo bordó. Y una refrescante noticia la de ver a una semilla femenina por primera vez en siglos; Carly Paradis a los teclados le da a la banda el toque sofisticado total. De las cuatro voces corales ya hemos hablado, vibrantes, sutiles, majestuosas. De nuevo la máquina funcionando a todo pistón. Damas y caballeros: The Bad Fucking Seeds. 

Into My Arms” cerró la noche convirtiendo el Wizink en una sola voz, con todos coreando ese estribillo cálido y nostálgico (hasta un niño de diez años a mi lado la cantaba). Instantes inolvidables, sensacional latido de vértigo, fuego y agua, el espectáculo total. A la espera de la siguiente quedamos. Porque el tío Nick, por lo que se ve, se dice y se cuenta, morirá matando. O, mejor dicho, cantando. 

Setlist: “Frogs”, “Wild God”, “Song of The Lake”, “O Children”, “Jubilee Street”, “From Her to Eternity”, “Long Dark Night”, “Cinnamon Horses”, “Tupelo”, “Conversion”, “Bright Horses”, “Joy”, “I Need You”, “Carnage”, “Final Rescue Attempt”, “Red Right Hand”, “The Mercy Seat”, “White Elephant”//”O Wow O Wow (How Beautiful She Is)”, “The Weeping Song”//”Into My Arms”.   


12 octubre 2024

CONCIERTOS

VISOR FEST 2024. Murcia. Espacio Nueva Condomina. 27 y 28 septiembre 2024. 

Concluida con éxito otra edición de Visor Fest que empezó accidentada por el cambio acelerado de recinto. El Espacio Nueva Condomina sustituyó a La Fica en el último suspiro, y el descontento de muchos se tornó satisfacción una vez finiquitado el evento. Porque los hay que saben organizar festivales, y aunque este sea más manejable que la mayoría, las soluciones adoptadas son de buenos profesionales. Y de buenos amantes de la música son el espíritu y filosofía de esta cita, que más que de festival podría catalogarse de lance nostálgico, reunión de veteranos o exhibición de cátedras escénicas. Aunque el cartel no resultara a priori tan atractivo como en años anteriores, al final hay que poner punto en boca y generar ese aplauso tan generalmente merecido. Porque la organización curró, el público empujó y las bandas cumplieron con solvencia aplastante. 


Empezaba el viernes con SAD LOVERS & GIANTS, unos (cierta e injustamente) esquinados en el inmenso universo post-punk. Y fue una inauguración esperanzadora, lanzando fuegos artificiales de vibración ochentera al son de ritmos hipnóticos, punteos sinuosos y la excelente voz de Garçe. Viajando en la máquina del tiempo. Qué grandes temas tiene esta gente. “Alice (Isn´t Playing)”, “Lope” (¿quién dijo que el saxo no es puro rock and roll?), “Your Skin and Mine” o “Colourless Dream” deberían estar en cualquier recopilación o enciclopedia del post-punk o la new wave. Pero ojo, que también tienen joyas más recientes como la magnífica “Beauty Is Truth”. Fueron de menos a más, atrapando a la audiencia con melodías y riffs cada vez más reconocibles y pegadizos. Y dejaron “Imagination” y “50:50” para el provechoso postre, con la masa ya entregada entonando el “lalalá lalalalá, lalalá lalalalá” sin filtro.
 

A CAMERA OBSCURA estuvimos siguiéndolos en los noventa, incluso podría decirse que nos gustaban. Eran aquellos años en los que dabas una patada a una piedra y aparecían cien canciones pop. Ellos fueron el colmo de lo inmaculado, quizá como sus paisanos Belle & Sebastian (no se puede evitar la mención conjunta). Y hay canciones que todavía mantienen su planta, perfectas en hechura y hechizo, como “Lloyd, I´m Ready to Be Heartbroken”. Pero los años han pasado y los tiempos han cambiado, y nuestras cabezas se han llenado de otras cosas y nos hemos dado cuenta de que la vida no es de chicle. Quizá por eso bandas como esta ya no nos sugieren lo mismo de antes. Aún así, aunque estén un poco demodé y no sonaran en su mejor ecualización, nadie puede reprocharles su oficio y fe en su arte. 

THE MISSION son otro cantar. Siempre en modo siniestro y visceral, haciendo cosas que dejan a uno patidifuso. Como clavarse una versión de Neil Young (“Like a Hurricane”) y otra de Depeche Mode (“Never Let Me Down Again”) adaptadas a su gusto y maneras. Todo ello en medio de sus canciones fundamentales, las “Wasteland”, “Swoon”, “Garden of Delight”, “Afterglow”, “Severina”, “Butterfly on a Wheel” o “Tower of Strenght”, sonando a volumen rabioso. Por cierto, “Tower of Strenght” conformó uno de los momentos más memorables y adictivos vistos sobre un escenario en años, bestial comunión entre los electro-acústico y lo super eléctrico. 

THE CHARLATANS suelen ser una apuesta segura. Pese a no haberlos visto en más de una década, siguen manteniendo toda su apostura sónica y efectividad. Tim Burguess está hecho un chaval (aunque ya no lo sea), y sabe cómo espolear al personal. Lo mismo que ese Hammond que, cuando mete la quinta marcha, te hace volar de verdad. No se dejaron en el tintero casi ninguna; se hicieron un auto homenaje rotundo seleccionando “Then”, “Can´t Get Out of Bed”, “Crashin´In”, “North Country Boy”, “Just When You´re Thinking Things Over”, “One to Another”, “Opportunity”, “Weirdo”, “Here Comes The Soul Saver”, “Blackened Blue Eyes” o “The Only One I Know”. Se fueron y volvieron, nos dieron de propina “You´re So Pretty, We´re So Pretty” y “Sproston Green”, y volatilizaron de nuevo los malos rollos, sumiéndonos en el hedonismo y la felicidad. 

Llegado el sábado prescindimos de IMMACULATE FOOLS por pura necesidad de dosificación, que estamos en un festival de categoría senior. Y no sabemos qué hicieron, pero no cabe duda de que sonarían cosas como “So Sad”, “Another Man´s World” o “Immaculate Fools”, y que su concierto sería una delicia, como tantas otras veces que los hemos probado. 

Alcanzamos la Condomina justo en el arranque del histórico y sentido set de GIGOLO AUNTS. Era su último acto, la cita de despedida tras una impecable carrera de cuarenta y tres años. Sí, 43, que quede claro. Así que era la ocasión de oro para sus fans, que compraban vinilos como churros en el merch antes y después del recital, que se emocionaron, los ovacionaron hasta el éxtasis y les agradecieron su perseverancia y su legado. Y también fue, por qué no, la ocasión para los no tan fans, que acabamos prendidos de ellos, embrujados por su simpatía y quizá también un poco tristes por el adiós. Evidentemente, en un momento así debían sonar “C´mon C´mon”, “Half a Chance”, “Everything Is Wrong”, “Where I Find My Heaven”, “Everyone Can Fly”, “Mr. Tomorrow” y todas sus grandes melodías. Y evidentemente, estando en España, tampoco podían olvidarse de “The Girl from Yesterday”, su estilosa versión de Nacha Pop. Era obvio que ofrecerían bises, con la comunal “Super Ultra Wicked Mega Love” (sentimiento dedicado a la afición) y el homenaje a Cheap Trick (“Surrender”), una de sus inspiraciones mayores. Se fueron como verdaderos toreros. 

Y entonces llegaron dEUS como un huracán, invadiendo Murcia, arrasando y quemando las naves. Los belgas están en el apogeo absoluto de su madurez y virtuosismo, suenan como un trueno y dieron un concierto de los que no se olvidan (otro más). Sin interrupción, sin bises, todo empaquetado en una hora y pico de frenesí, ritmos imposibles y melodías pegadizas que se ensamblan y enroscan por arte de una magia muy oscura y ensayada. Se agradece que sean fieles a su pasado, porque en el pasado está el quid de su valía, que sigan insistiendo con unas “Instant Street”, “Fell Off The Floor, Man”, “Bad Timing” o “Suds and Soda” que clavan con lujoso exhibicionismo, regalando momentos febriles a las audiencias. Esta vez rescataron también “Nothing Really Ends”, “Little Arithmetics” y “Hotellounge (Be The Death of Me)”, por si ya llevaran poco peso en la mochila. Asombraron y convencieron a todos, incluso a los más escépticos o despistados. A nosotros ya nos tienen como socios desde hace un cuarto de siglo, y seguimos comprando acciones. 

A KULA SHAKER nos quedamos sin verlos en aquel FIB del 99, primero de nuestros macrofestivales. Se cayeron del cartel del domingo y nos llevamos el disgusto del siglo. Andábamos enamorados de “K” (96), de aquella cosa tan extraña que mezclaba rock psicodélico con música india. Pues bien, 25 años después pudimos sacarnos la china del zapato. Y cuando ya no se esperaban milagros, Crispian y sus tres regios acompañantes brindaron una soberana lección de pop, rock and roll, psicodelia y músicas del mundo. Otro Hammond que marca a fuego en hierro, como el de los charlatanes. Una guitarra que en modo wah-wah vuelve del revés. Como toda buena banda veterana debe hacer, pasaron por todos los capítulos de su historia, y gracias a ello pudimos recordar la grandeza de “Hey Dude”, “Infinite Sun”, “Greatful When You´re Dead/Jerry Was There”, “Into The Deep” o la impepinable “Hush”. Por supuesto, sus momentos más espirituales debían aparecer, y aparecieron: “Exorcism/Narayana”, “Tattva” y “Govinda” marcan la diferencia entre una banda del montón y una banda auténticamente original. Nos llevaron a donde quisieron. 

Mención especial también para todos esos DJ que animaron los interludios, que nos hicieron recordar quiénes somos y de dónde venimos, que nos hicieron bailar, disfrutar y soñar al son de todos esos grupos y canciones que nos han ido formando el oído y el corazón en tantos y tantos años. Gracias a Pepe Lee, Muñeca Rusa, Amable, Medj, Alesa y Kutxu. Gracias a toda la familia Visor, por hacer un fin de semana a nuestra medida.

19 septiembre 2024

REPORTAJES

MARK LANEGAN: “CANTAR HACIA ATRÁS Y LLORAR”/”EL DIABLO EN COMA” 

La noticia de la muerte de Mark Lanegan hace un par de años nos dejó en shock. Nos habíamos acostumbrado a recibir sus nuevos discos periódicamente, a desmenuzarlos recreándonos en una voz que se había convertido en un ítem balsámico para la vida. No habíamos abandonado el sueño de poder verlo de nuevo en vivo con su increíble banda, en formato protagonista, y no como simple colaborador. ¿Lanegan se ha ido? Imposible. ¿Por qué? 

Sabíamos que había salido de aquel infierno en el que vivió durante muchos años, enganchado a las drogas y los problemas, embutido en una etiqueta de músico enfermo y conflictivo que se había ganado a pulso. Pero aquello era el pasado. Desde hacía bastante tiempo vivía en un nuevo presente, no exento de traumas y dudas, pero nada remotamente parecido a lo anterior. En ese presente nos iba enamorando más y más con su prolífica y regular creación, cada álbum más hermoso e ingenioso que el anterior. Se había empeñado en dejar de ser un monstruo para volcarse en su verdadera pasión y su auténtico don, y estaba cumpliendo con creces. Cuando la vida se le había enderezado un poco, habiendo alcanzado el camino artístico deseado, recién mudado a la tranquila Irlanda, el COVID-19 lo cazó. El puto virus chino se propuso hacer un sucio trabajo: el que no habían conseguido el alcohol, la violencia, la depresión, la heroína, el crack y otros muchos enemigos. Y lo hizo, vaya que sí. O al menos le arrojó la primera piedra. Una injusticia. El mundo lloró una pérdida inesperada. En medio del estupor y la tristeza, decidimos que ya no podíamos volver a escuchar esa voz que tanto nos había inspirado. Guardamos sus discos en la vitrina de los inmortales y echamos el candado. 

Un año después supimos de la publicación en castellano de sus dos últimos libros: “Sing Backwards and Weep” (2020) y “Devil In a Coma” (2021). Todavía en medio de la negación y con un deje de melancolía, los compramos. Ambos se quedaron en el estante de lecturas pendientes a la espera. No nos atrevíamos con ellos. Nos miraban desde su balda desafiantes y palpitantes, pero aquello era demasiado. Sabíamos que la memoria y postreros días de Lanegan nos iban a destrozar, que sus palabras nos iban a machacar. No era el momento. Ya llegaría. 

Y ese momento llegó hace poco. Y decidimos empezar por el final, por “El Diablo en Coma”, esa obrita tan breve como capital, el libro que el músico aún tuvo ganas de escribir para recopilar las ingratas experiencias y oscuros pensamientos en sus más crudos días de enfermedad. Una agónica sinfonía de ideas que, alternando la prosa y el verso, muestra la desesperación y rabia de un alma frente al abismo. En sus últimos coletazos, el poeta maldito nos relataba su impotencia frente a la invalidez y sus sueños cataclísmicos, llevando la mente puntualmente a ese pasado que siempre le pasó factura, esclavo de un remordimiento perpetuo. En un acto heroico donde los haya, Lanegan nos dejaba un regalo más, retorciéndose como un pez en el anzuelo, resistiéndose a marchar sin decir la última palabra. Este pequeño compendio se ha convertido por derecho propio en un tesoro de valor incalculable; no solo es el suspiro final de un artista que peleó durísimo para lidiar con la puñetera vida, sino también el testimonio del estrago de la odiosa pandemia desde un punto intermedio entre el más acá y el más allá. Una píldora muy amarga. Un hachazo directo al corazón. 

Pero, en su vibrante impulso creativo, Lanegan ya había dejado otro documento de armas tomar: “Cantar Hacia Atrás y Llorar” (2020), su libro de memorias. El título proviene de la letra de “Fix”, una de las canciones de su álbum “Field Songs” (2002). Y es un título acertado, porque la vida de este tipo cantada hacia atrás es para echarse a llorar. Él mismo lo sabía. Por eso se comparaba habitualmente con el diablo, con un animal, con un perdedor o un infame, porque era consciente de haberlo sido, y en el examen de conciencia y el reconocimiento de los propios pecados está la absolución. Estas memorias, escritas con una sinceridad y detallismo brutales, dibujan los diez duros años que vivió en la ciudad de Seattle. La historia abarca desde su desdichada infancia hasta el momento de la inflexión, esto es, su proceso de desintoxicación tras llegar al auténtico fondo del agujero más negro jamás visto. Este no es otro típico relato del mítico “rock & roll way of life”; es la trágica historia de un hombre con mala suerte desde el minuto cero de su vida. Madre sádica y maltratadora, padre alcohólico, infancia infeliz y disfuncional, ambiente opresivo y ultraconservador, entumecimiento mental, falta de estímulo, todo eso hizo mella en el carácter de un chico de la América profunda enredado en una espiral autodestructiva. La música era el único salvoconducto para poder huir, y eso fueron precisamente Screaming Trees: un paquete de viaje para escapar del odioso mundo del día a día. No hay artista que haya aborrecido más a la banda que lo dio a conocer. Lanegan jamás se ha cortado a la hora de confesar su descontento dentro del proyecto, pero en estas páginas lo deja absolutamente cristalino. Los Trees eran una especie de trabajo vacío e insatisfactorio. Y aun así publicaron siete discos y giraron en bastantes ocasiones. Giras que en algunos momentos llegaron a ser un tormento para su vocalista, obsesionado por no poder encontrar en destino lo que tanto necesitaba para funcionar: un buen chute de lo que fuera. 

Estamos ante una autobiografía incompleta; el autor se centró en el verdadero quid de su viaje por el Hades, el periodo de su existencia más penoso y grotesco, mostrando una foto escalofriante del Seattle más inmundo en los 90. Sus manías, adicciones, conflictos y contradicciones. Su facilidad para estar en el lugar más chungo en el momento menos adecuado. Su descontento y descontrol, su pronto sanguinario y su falta de decoro. Tropezar una y otra vez en la misma piedra. Él lo expele todo sin arrepentimiento impostado, simplemente como narrador de un cuento de terror que debe airearse para no repetirse. Esto es lo que hay. Y es muy de elogiar que no le diera vergüenza retratarse como un auténtico despojo humano; porque hay que reconocer que lo fue, a veces por culpa de los demás, casi siempre por la suya propia. Los últimos capítulos de la obra lo muestran en el más terrible escalón de la dependencia toxicológica y la descomposición física y mental, enfangado hasta el cuello en la más sórdida nada. Sin techo, herido, desnutrido, mendigando y robando para poder consumir, perseguido por fantasmas, autoridades y acreedores, al borde de la locura como poco y de la muerte como máximo. Afortunadamente para él y para todos, consiguió esquivar la sombra del cuervo en la recta final. Y lo consiguió gracias a la bondad de la persona más sorprendente e insospechada. 

El libro también narra sus experiencias como inquilino poco modélico del mundo del rock. Habla con gratitud de su amistad con gente como Dylan Carlson, Mike McCready, Layne Staley o Josh Homme, de su admiración y acercamiento a ídolos como Jeffrey Lee Pierce o Johnny Cash. Especialmente entrañable resulta su cercana relación con Kurt Cobain, y el papel circunstancial de culpabilidad que le tocó asumir tras su pérdida. Están los relatos de la tortura que suponía grabar un disco con Screaming Trees, y su arduo trabajo autodidacta cuando quiso emprender la aventura en solitario. Por supuesto, hay anécdotas de giras y conciertos que resultan trágicas, pero también las hay muy cómicas. Entre la tragedia y la comedia está esa gira que los unió a los recién encumbrados Oasis, su toma y daca con un Liam Gallagher que se dedicó a tocarle las pelotas reiteradamente. ¿Sabía con quién se la estaba jugando? Probablemente no, y se libró por poco de lo que siempre se ha merecido: que alguien le parta la cara en tres. 

Como ya he dicho, esta es una biografía incompleta. De nuevo limpio de miseria, Lanegan empezaba otro verso de su epopeya. ¿Qué ocurrió después? No tendremos segundo volumen para saberlo, pero hay múltiples piezas que permiten hilvanar el puzle, al menos en lo que a la música se refiere. Lo que realmente quería Mark en términos artísticos era expresarse en su propia frecuencia. Admiraba a músicos como Nick Drake, Tim Buckley, Tim Hardin o Nick Cave, y ellos le mostraron la senda por la que discurrir. Los primeros discos bajo su propio nombre, con la forma de experimentos de novel, mostraban una sensibilidad marcada por la ingravidez existencial de un ser ahogado en la desgracia y enfadado con el mundo. Pero su oído privilegiado y buen gusto musical le fueron aportando los ingredientes para cocinar a fuego lento ese catálogo increíble e intachable que nos ha dejado como recuerdo. Su interés por estilos diferentes (post-punk, new wave, electrónica, krautrock), alejados de los cánones del sonido americano de siempre (R&R, blues, country, folk), lo llevaron a convertirse en uno de los mejores intérpretes y letristas de su generación, volcando su vastísima cultura y tacto especial en una serie de álbumes antológicos. Quizá “Bubblegum” (2004) fuera el pistoletazo de salida a su periplo de gloria, tras formar brillante sociedad con el músico y productor Alain Johannes. Luego llegaron “Blues Funeral” (2012), el disco de versiones “Imitations” (2013), “Phantom Radio” (2014), “Gargoyle” (2017), “Somebody´s Knocking” (2019) y “Straight Songs of Sorrow” (2020). Este último, publicado a la vez que su libro de memorias, supone una deliberada adenda al mismo, cerrando algún que otro círculo abierto. Entretanto, su legado se veía salpicado por incontables trabajos corporativos (Queens of The Stone Age, Isobel Campbell, Soulsavers, Greg Dulli, John Cale, Duke Garwood, etc, etc). Todos querían tenerlo entre sus filas. Por algo sería. Como él mismo solía decir, con un fino citerio y ningún egoísmo, cooperar es la mejor manera de aprender. 

La historia nunca fue bonita, pero es una lástima que acabara tan pronto. Existe la intuición de que este hombre aún tenía mucho que ofrecer. Porque, aunque siempre anduviera entre el sí y el no, con sus alergias duramente contenidas a los medios y al oficio, en eterno conflicto con la fea imagen de sí mismo, la música era la verdadera droga de la que no podía desengancharse. Y la persona que al principio nos intimidaba y repelía, al final consiguió emocionarnos intensamente. Y el lobo que durante mucho tiempo nos daba miedo, ahora lo único que nos causa es una honda y dolorosa pena. Descanse en paz.  

“Y el sufrimiento que padezco

Y todo el dolor que he causado

Algún día serán mi lamentable final

Así que pido disculpas ahora

 

Y aunque he fallado muchas veces

Y volveré a hacerlo

Dios conoce mi lado bueno”

(extracto del poema “La parte más oscura”- “Devil in a Coma”)


15 septiembre 2024

CONCIERTOS

THE PSYCHEDELIC FURS. Madrid. Sala La Paqui. 13-09-2024. 

Las pieles psicodélicas eran una asignatura pendiente. Quizá una de las bandas culpables del amor caníbal por el post-punk que se nos desató allá por los 90. No obstante, “Pretty in Pink”, “Heaven” y “A Ghost in You” estaban en aquellos recopilatorios que alguien me grabó alguna vez, prometiéndome el descubrimiento del nuevo mundo. Así fue. Esas canciones me machacaron el cerebro y los Furs se convirtieron en grupo obligatorio en conversaciones y fiestas ochenteras. Habíamos tenido otras ocasiones de verlos en vivo, pero todas se frustraron por unas u otras razones. Era el grupo gafe por excelencia. Hasta el viernes. Nos quitamos la espina, aunque quizá en uno de los escenarios menos afortunados. Con todo el papel vendido y un estado de forma excelente, con la sorprendente presencia de Richard Fortus (sí, el mismísimo guitarrista de Guns´n´Roses), la sala que les tocó era demasiado poco para algo de tanto peso. Así que sus enormes canciones se quedaron en mitad de potencial y no precisamente por su culpa; ellos lo dieron todo, clavaron hasta el último tempo y acorde, pero la acústica del lugar, la cháchara de los típicos charlatanes y la impotencia de los chicos de la mesa de sonido restaron brío y emoción a un show que en otras condiciones lo habría petado a lo bestia. 

Pero bueno, ahí están los hermanos Butler, resistiendo, atrapando al vuelo con fruición cada vapor de juventud que aún se mueva en el ambiente. La voz de Richard rotunda y categórica, como de costumbre, contándonos la historia de lo que está cantando a través de su danza singular. La presencia de Tim, majestuosa, marcando el compás de unos temas que en profundidad no son nada fáciles. Y alrededor de ellos un equipo de figurones; el ya mencionado Fortus, deslumbrando en su alterne guitarra-cello eléctrico; el superclase Rich Good a la guitarra; la elegante Amanda Kramer a los teclados; y el imbatible batería Zach Alford, poseedor de un currículum vitae de vértigo. 

Evidentemente, la gente esperaba los clásicos fetén, y no faltaron demasiados (quizá solo “Sister Europe”). Por supuesto que los momentos más celebrados del set fueron la dupla “A Ghost in You”-“All That Money Wants” en los inicios, la preciosa “Love My Way” en el ecuador, o el deleitoso encadenamiento de “President Gas”, “Pretty in Pink”, “Mr. Jones”, “Heartbreak Beat” y “Heaven” en los finales. Pero también resultó un placer rescatar algunas gemas perdidas como “So Run Down”, “Only You and Me”, “No Easy Street” o “Pulse”. Del último trabajo “Made of Rain” (2020) solo hubo un par, menos celebradas en general. Seamos lógicos: “The Boy That Invented Rock & Roll” y “Wrong Train” son dos temazos, pero a la gente le gustan las rentas. Porque con rentas como las de estos tipos uno puede vivir holgadamente toda la vida sabiendo que ha hecho historia. 

Setlist: “The Boy That Invented Rock & Roll”, “So Run Down”, “The Ghost In You”, “All That Money Wants”, “Only You and I”, “Wrong Train”, “Love My Way”, “All of The Law”, “No Easy Street”, “President Gas”, “Pretty in Pink”, “Mr. Jones”, “Heartbreak Beat”, “Heaven”// “Pulse”, “Forever Now”. 

20 julio 2024

CONCIERTOS

MOGWAI. Bolonia. Sequoie Music Park. 15-07-2024.

A raíz del pasado Big City Festival de Glasgow surge por casualidad una excitante oportunidad: la de viajar a la preciosa Bolonia y, de paso, volver a meternos en la boca del volcán. Si ellos me dicen ven, lo dejo todo. El grado de respeto profesado y el de satisfacción obtenida es tan alto que resulta imposible desperdiciar la ocasión de volver a saludar a nuestros amigos. Y si es en un entorno tan magnífico como el Sequoie Music Park boloñés, con ellos como únicos protagonistas del lunes, tanto que mejor. Porque Mogwai es una banda fácil de seguir por el mundo; puedes encontrar el lugar recoleto y especial para disfrutarlos (dos días antes habían tocado en el Valle de los Templos de Agrigento, en Sicilia). Siempre puedes pillar entradas si estás atento, y no tendrás que sudar ni darte de tortas con nadie para verlos decentemente. A menudo hallarás un público fiel que los conoce bien o un público expectante en busca de la constatación del pandemónium sónico. Es más que seguro que ese público cerrará la boca en el primer compás, entrará en trance y se rendirá a sus pies. No habrá palabras, quizá solo un “fucking amazing” (si estamos en Glasgow) o un “grandi e bravissimi” (si estamos en Italia). Y lo más asombroso de todo: no será el mismo concierto que has visto otras veces. Sonarán otros temas, eso seguro. Sonarán algunos de los de siempre, desde luego, pero con otro telón cromático y otra tormenta de luz no apta para epilépticos. 

La curiosidad era poder verlos sin una de sus piezas clave. Este año Barry Burns no viaja; solo apareció (como ya contamos) en la cita en su ciudad. En su lugar está Maria Sappho, pianista excelente, encargada de las teclas, coros y vocoder, y su intachable aportación le da a temas como “I´m Jim Morrison, I´m Dead”, “I Know You Are But What Am I?”, “Dry Fantasy”, “Summer” o “Ritchie Sacramento” la entidad original. El Young Team tiene banquillo de sobra. A Barry solo se le echa de menos cuando suena “Hunted by a Freak”, que Maria defiende con honor, pero que es un tema que llama a gritos a su autor. Y resulta increíble que la apisonadora ni siquiera se resienta en formato cuarteto. Suenan “Rano Pano” y “Drive the Nail”, rugiendo incandescentes aún con una guitarra de menos. Cierran el cuerpo del set unidas “Like Herod” y “Old Poisons”, hirviendo, estremeciendo y despertando el instintivo gesto de llevarse las manos a las orejas. Lo dicho: una guitarra menos, pero ni pizca de brecha. Como quiera que lo hagan, es un misterio. Quizá sea simplemente la magia de la varita por la que están tocados o la pericia de saber sacar petróleo de sus instrumentos. Vuelven a ser fuego y neutrones. 

Mogwai Fear Satan” cierra de nuevo la partida, con la clásica manifestación de ritmo y repetición, quebrado por ese interludio en el que nadie chista ni pestañea, con todos (hasta Dominic, Martin y Alex) pendientes de la mirada de Stuart, su paso adelante, la pisada y la explosión. Cuando finalmente se van, te quedas medio huérfano, expelido a la fuerza del vórtice. Sales como puedes de ese estado de inmersión profunda, y de ese sueño que empezó en la primera canción (sea cual sea), con el bajo golpeándote el estómago y las guitarras haciéndote cosquillas en la nuca. Te cuesta asentarte de nuevo en la realidad, volver a oír el canto de los grillos y caminar en línea recta. Y cuando ya estás volviendo a ser de nuevo una persona, lo único que piensas es: quiero más.  

Pero ahora habrá que parar un poco y tener paciencia. Llega el tiempo de mezclar y fabricar su nuevo álbum de estudio, el undécimo, que posiblemente no vea la luz hasta 2025. No ha trascendido gran cosa, salvo que John Congleton está a los mandos. Qué ganas de escucharlo. 

Setlist: “I´m Jim Morrison, I´m Dead”, “Kids Will Be Skeletons”, “Take Me Somewhere Nice”, “Rano Pano”, “Drive the Nail”, “I Know You Are But What Am I?”, “Dry Fantasy”, “Hunted by a Freak”, “Summer”, “Like Herod”, “Old Poisons”//”Ritchie Sacramento”, “Mogwai Fear Satan”. 

CONCIERTOS

PEARL JAM. Madrid. Mad Cool. 11-07-2024. 

Hace poco, quizá como preparación inconsciente a la cita en Madrid, nos empapamos del libro “Not for You. Pearl Jam, vivir en presente”. Escrito por Ronen Givony, periodista y fan confeso, retrata a la banda desde el punto de vista de sus giras, su evolución compositiva y su papel en el entorno sociopolítico. No obstante, este tipo puede presumir de haberlos disfrutado 57 veces, amén de haber leído, visto y oído todos los artículos, bootlegs, videos de YouTube y demás documentos campantes por el mundo mediático. Es decir, que los conoce bien. Y a través de esos conocimientos nos abre la puerta a la intimidad de una banda a la que siempre hemos querido, que nos enseñó a dar los primeros pasos en nuestra lactancia roquera. Pueden extraerse varias conclusiones de este libro. La primera, que Pearl Jam son una bestia de directo, como vienen demostrando desde hace treinta años. La segunda, que sus discos nuevos ya no son tan decisivos, pero se agradece su resistencia a vivir de las rentas. La tercera, que es una banda que crea comunidad. Con millones de seguidores por todo el mundo, han sabido capturar a espectadores y admiradores de toda edad, ideología o condición. Y eso se nota cuando vives uno de sus shows. El público se convierte en una masa homogénea de cántico, ilusión y devoción. 

Pues bien, no fue menos en el Mad Cool. Eran el gran manjar del jueves (y del festival entero, vaya). Volvieron a las tablas después de haber cancelado citas en Londres y Berlín un par de semanas antes por cuestiones de salud. Ya veíamos que nos los perdíamos, pero no. Ahí estuvieron regios y explosivos, renacidos, y todo lo eficaces que se puede ser tras tantos años de experiencia. Sin embargo, no fue el show arriesgado que se deseaba, con esos temas que aparecen por sorpresa en el repertorio para albricia del más fan y desconcierto del menos. Todo estuvo sutilmente calibrado hacia la voluntad del satisfecho general. Porque no faltaron “Corduroy”, “Why Go”, “Small Town”, “Given to Fly”, “Daughter”, “Even Flow”, “Black”, “Porch”, “Better Man”, “Alive” o la populachera “Rockin´in the Free World” de Neil Young. Tampoco faltaron las del reciente “Dark Matter” (2024), del que quizá hubo demasiadas (nada menos que seis). Sí que se marcaron un tanto con el rescate de “Unthought Known” (del disco “Backspacer” de 2009), que teníamos completamente olvidada y agradó recordar. Pero quizá se echaron de menos algunos de esos temas menos habituales que van salpicando sus apariciones en giras mundiales de repertorios impredecibles, como “In my Tree”, “I Got ID”, “Satan´s Bed”, “Present Tense”, “Oceans”, “Of the Girl” o “I Am Mine”, por poner algunos ejemplos de nuestro muestrario favorito personal. Aún así, cumplieron, contentaron y triunfaron. No podía ser de otra manera. 

Porque es un verdadero placer ver tocar a esta gente. Músicos convencidos del poder salvador de lo que hacen (salvador para ellos y para nosotros), se dejan la piel en un espectáculo que coquetea con los clichés del gran rock de estadio sin caer en la purrela. Canciones auténticas interpretadas con una contundencia de mastodonte y una precisión de reloj suizo. Los solos vertiginosos de Mike McCready, la riqueza melódica de Stone Gossard, los ritmos poderosos de Jeff Amen y Matt Cameron, y cómo no, la presencia mesiánica de un Eddie Vedder que estuvo simpático y cariñoso, que se divirtió hasta el punto de la emoción, y que se dejó las amígdalas sin escatimar. 

Algunos momentos especiales fueron: “Daughter”, genialmente solapada con “W.M.A.”; “Even Flow”, con McCready subiéndose la guitarra a la chepa para clavar un solo antológico; “Black”, con su intensidad habitual, creando comunión; “Better Man”, dedicada nada menos que a Miguel Ríos; “Do the Evolution”, con su diseño visual apocalíptico. 

Pasado y presente del rock dándose la mano bajo un mismo nombre. 

Setlist: “Lukin”, “Corduroy”, “Why Go”, “Elderly Woman Behind the Counter in a Smaill Town”, “Given to Fly”, “Scared of Fear”, “React, Respond”, “Wreckage”, “Daughter”, “Dark Matter”, “Even Flow”, “Upper Hand”, “Unthought Known”, “Black”, “Running”, “Porch”//”Better Man”, “Do the Evolution”, “Alive”, “Rockin´in the Free World”, “Yellow Ledbetter”.  

06 julio 2024

CONCIERTOS

BIG CITY FESTIVAL. Glasgow. Queen´s Park. 29-06-2024. 

Que nos gustan los festivales, es un hecho. Que ya no encontramos festivales que nos llenen plenamente, es otro hecho. Que a Mogwai les gustan los festivales, es un hecho. Que también se sienten un poquito huérfanos de eventos con criterio, otro hecho (palabra de Stuart Braithwaite). ¿Solución? Do-it-yourself. Es decir, organiza tu propio festival. Y qué maravillosa idea, qué generosa iniciativa y qué afortunada oportunidad. Si tu banda favorita de toda la vida se pone en marcha, no puedes hacer otra cosa que seguirlos. Si te ofrecen un cóctel de música escogida y/o apadrinada por ellos mismos con un fin de fiesta en primera persona, cómo te vas a resistir. Me creo lo que me digan. Me lo creo con fe divina. En veintimuchos años nunca nos han fallado, así que no hay razón para dudar. Volemos a Escocia otra vez. Acudamos a los cantos de sirena del Young Team. 

Que tiene mucho mérito ponerse a organizar un festival a estas alturas de la vida, con todo lo que ello conlleva. Y aunque ya tengan experiencia en montar carteles interesantes (lo hicieron en el pasado para el ATP, por ejemplo), el equipo joven ya no es tan joven. Sin embargo, hay un mecanismo que los mueve automáticamente en su incansable cruzada: su amor desmesurado por la música. Es historia conocida que a menudo se camuflan entre las audiencias para degustar y disfrutar los conciertos de otros. También se ha hablado de las demenciales colecciones de discos que tienen en sus casas. Todo el mundo sabe que montaron su propio estudio de grabación-ensayo y su sello discográfico en Glasgow. Son unos supervivientes de la escena independiente de su ciudad, íntegros, alérgicos a las modas y a las interferencias artísticas. Así que, ¿por qué no? ¿Por qué no organizar un festival para animar, promover, alegrar y disfrutar? ¿Por qué no montar una fiesta invitando a un montón de amigos, pupilos, promesas y realidades? ¿Por qué no dar un poco de color a esa ciudad suya tan gris, pero tan intensa? Venga, vamos allá. Y de paso demos una oportunidad también a la literatura y la acción solidaria. Enorme aplauso para ellos. 

El cartel del Big City reunía un diverso elenco que, de un modo u otro, se da un largo abrazo con los propios procuradores. Fichajes del sello Rock Action Records (Sacred Paws, Kathryn Joseph, Cloth, Bdrmm), artistas de la familia (Elizabeth Elektra), colegas reconocidos (Slowdive, Beak>), apuestas personales (Goat Girl, Nadine Shah, Free Love) y mitos reverenciados (Michael Rother). Y por supuesto, los papás del evento cerrando una jornada que ofreció todo lo que prometía. De todo esto capturamos una parte, siendo imposible abarcarlo todo por razones logísticas o impedimentos fisiológicos. Pudimos asistir a unos cuantos temas de Kathryn Joseph, esa joya de la lírica pop escocesa, desplegando su pericia a las teclas y seduciendo con su intensidad vocal. Vimos a Elizabeth Elektra, esa figura misteriosa con voz de terciopelo, musa incomprendida del electro-pop, entonando a las tres de la tarde temas como “Broken Promises” o “The Dream”, y con su señor esposo (Mr. Braithwaite) acompañando a la guitarra. Viajamos hacia un tiempo en el que aún llevábamos chupete para rescatar las audaces creaciones de Neu!, de la mano del incombustible Michael Rother; dirigiendo la orquesta desde su atrio digital (Stuart se sumó a la fiesta en “E-Musik”, la pieza final), capturó a la audiencia con “Neuschnee”, “Isi”, “Hallogallo” o “Negativland”, demostrando que el krautrock tampoco se pasa de moda. Y si no que se lo digan a Beak>; del krautrock añejo beben sus discos, amén de otras influencias, como el rock psicodélico y el drum´n´bass. Geoff Barrow, Billy Fuller y Will Young conforman una imparable locomotora rítmica, suavizando la solemnidad de su música con ácidas dosis de humor (campaña electoral incluida). “The Seal”, “The Meader”, “Allé Sauvage” o la postrera “Wulfstan II” marcaron las cimas de su breve show, en el que no tuvo ya cabida (una pena, la ensayaron en la prueba de sonido) la genial “Blagdon Lake”. 

Si algo hemos de agradecer a Mogwai en concreto (aparte de todo lo demás), es que nos hayan descubierto a una artista como Nadine Shah. Con cinco álbumes grabados, la británica no es nueva en la escena pero, por causas desconocidas (e injustas), no ha sido debidamente empujada. Estamos ante una mujer brillante, excelente compositora e intérprete sideral, una lengua de fuego en el escenario, émula de grandes féminas como Patti Smith, PJ Harvey o Anna Calvi. Su forma de cantar (y las cosas que canta) impactan como un obús. Su magnetismo y energía en las tablas dejan sin aliento. “Fast Food”, “Fool” o “Greatest Dancer” son canciones de manifiesto. Que el mundo salga de la inopia y le dé el titular y la ovación que se merece. 

A continuación llegaban Slowdive, y sabiendo que iban a ofrecer lo mismo (o parecido) que en febrero, recibimos eso mismo con los brazos abiertos. De nuevo la magia de “Star Roving”, “Skin in the Game”, “Crazy for You”, “Sugar for The Pill”, “Slomo” o “When the Sun Hits”, trazadas con escuadra y cartabón, hipnóticas, magníficas. Sonido perfecto y envolvente en la Big City Tent, perfecto aperitivo de distorsión y nebulosa sonora para lo que viene seguidamente. Y lo que viene entonces es un aluvión de ítems, focos, cables y amplis titánicos que poco a poco van invadiendo el escenario. Es el arsenal de Mogwai, plato fuerte, y esos sintes y ese ampli Orange a mano izquierda nos revelan que sí, que hoy vamos a volver a ver a Barry trajinando, ausente en las últimas citas por cuestiones familiares. Y cuando vemos al propio Barry, a Martin, Dominic, Alex y Stuart esperando su turno, preparados, tranquilísimos, sabemos que se avecina algo grande. Épicos, rotundos, brutales, bestiales, apoteósicos, imperiales, grandiosos, majestuosos. Se han empleado muchos adjetivos para calificarlos, siempre hacia lo grandilocuente y sin medias tintas. Pero esos adjetivos ya se van agotando. Porque esta gente habita en una plataforma sin techo. Volvieron a demostrar su categoría, en otra exhibición de sonido prodigioso y luminotecnia fulgurante. Cuando piensas que ya no pueden ser mejores, dan otro paso más hacia el cielo. Cuando juras que hoy no sacarás el móvil, que hoy vivirás atentamente el momento, explota “To the Bin My Friend, Tonight We Vacate Earth”, empiezan a temblarte las piernas y ya estás con la mano en el bolso buscando el aparato: esto se merece un testimonio. Cuando crees que no te sorprenderán, porque has estado siguiendo los setlist que han manejado en sus últimos conciertos, arrancan los primeros acordes de “Tracy” (que no tocaban desde hace casi una década) o una “Every Country´s Sun” que ahora reinterpretan con piezas intercambiadas (Alex McKay a la guitarra solista y Barry a las teclas). Cuando apenas las esperas, relucen “Rano Pano”, “How to Be a Werewolf” y “We´re No Here”. Suena “Ritchie Sacramento” y te encuentras coreando “dissapear in the sun, all gone” junto a otras tantas almas arrebatadas (Ojo: coros en un concierto de una banda eminentemente instrumental). Y temas que has oído y/o visto mil veces en shows, grabaciones o videos varios (“I´m Jim Morrison, I´m Dead”, “Drive the Nail” o “Summer”) alcanzan una nueva cota, metros por encima de la anterior. Por supuesto, “Mogwai Fear Satan” se preveía el broche final y así fue. Su gran clásico, interpretado si cabe con más furia y pasión que nunca, brilló al rojo vivo. Y se fueron tan campantes, con el ojo puesto en el reloj porque al día siguiente había otra cita en Amberes (que dicen que también fue espectacular). Unos máquinas. 

Después de todo esto lo único que cabe es dar las gracias, por este festival selecto y pequeñito, lleno de propuestas estimulantes, lleno de gente sana y (cosa importante) absolutamente respetuosa con el arte. Gracias a Mogwai y a todos (bandas, artistas, voluntarios, currantes, fans) los que estuvieron allí. Ojalá esta entrañable Mogwaicon se convierta en una cita anual, como sus propios inventores sueñan y pretenden.

Fotos (por orden): Kathryn Joseph, Elizabeth Elektra, Michael Rother, Beak>, Nadine Shah, Slowdive, Mogwai.