10 agosto 2009

RETROSPECTIVAS

SILVER APPLES. Contact.

Joyas de los sesenta (4ª parte).

Tras un breve paréntesis, vuelve la serie de homenaje a los años 60, que no había culminado con Crosby, Stills & Nash ni mucho menos. Y en este caso cabe hablar de uno de los nombres más singulares de la década, surgido a finales de la misma, pioneros de lo que se viene a entender como los nuevos sonidos electrónicos al servicio del rock. Silver Apples cortaron la cinta inaugural de muchas de las cosas que sucederían a continuación: el estallido del rock progresivo (King Crimson, Soft Machine, Yes, Van der Graaf Generator), el imperio de las máquinas (Kraftwerk, Cabaret Voltaire) y el krautrock (Can, Neu!, Faust, Cluster). Influjo que no se ha detenido nunca, alcanzando con su onda expansiva a artistas de la actualidad como Portishead, Tortoise, Tarwater, Stereolab o Spectrum, entre otros muchos ejemplos. Simeon y Danny Taylor parieron un curioso engendro de sonidos espaciales, basado en el caos organizado, a través de dos herramientas: la percusión metronómica y los ruidos exprimidos en ese extraño aparato oscilador creado por el propio Simeon en un alarde de ingeniería gamberra. Sorprendentemente de todo ello brotaron canciones. No tanto en su debú, “Silver Apples” (68), que fue un ensayo bruto de lo que podría dar de sí el invento, como en este espectacular “Contact” (69), en el que ya se saborean melodías. Además, el dúo incorporó el banjo como tercer elemento, dotando a “Ruby” y “Confusion” de genuinos aires blue grass.

Encuadrar este disco en una corriente o estilo determinado es como sembrar en barbecho. El oído sucumbe a multitud de experiencias, atrapando símiles sobre ideas que se expanden en todas direcciones: rock psicodélico, electrónica, bebop y topetazos funky, así como un misterioso y diabólico sabor a blues, alimentado por una voz de negrura manifiesta. En él el movimiento queda atrapado, introducido en una probeta para experimentos y arrojado en pequeñas dosis invertebradas, que abocan al trance inactivo (“Water”, “Gypsy Love”) o al baile (“A Pox on You”) y que en determinados casos promueven el ejercicio reflexivo (“You and I”, “I Have Known Love”). Porque no solo de industria vive el hombre: algunas de las letras contienen profundos mensajes sobre la existencia y el amor fallido. Un espacio común para la ciencia y el sentimiento, para el frío y el calor, para marcianos y terrícolas.

www.silverapples.com

09 agosto 2009

DISCOS

ELVIS PERKINS. Elvis Perkins in Dearland.

De música, películas y la muerte.

Atrás quedan aquellos tiempos en los que a menudo hablábamos de música, de películas y de la muerte. Tres asuntos que embadurnan la historia de Perkins hijo, bautizado como el rey del rock más por accidente que como homenaje. Pero el que quiera conocer los cuchicheos de la vida personal de este tipo, con pinta entre erudito decimonónico y hippy ibicenco, más calcado a Lennon que a su propio padre, está en el sitio equivocado. Que busque en otra parte, que alimente su sed de tragedia en otros foros. Porque lo que hay dentro y alrededor de este nuevo Elvis nada tiene que ver con el pasado; es más bien un presente rutilante y asombroso, el nacimiento de una nueva voz que habla en clave sobre la vida, escondida en un bosque artístico tan tupido que abruma: el nuevo folk-rock norteamericano. “Ash Wednesday” (2007) fue un estreno que, sin pasar a los anales, revelaba las exquisitas maneras de un músico plúmbeo y poético, enraizado en la tierra de los ancestros. Comparativas con Van Morrison y Bob Dylan empezaron a oírse por doquier. Pero es este “Elvis Perkins in Dearland” (2009) el disco de la fortuna, el de la fruta madura. Tan arrebatadoramente puro y a la vez tan lleno de aristas que cuesta digerirlo a la primera. Como las novelas de Nabokov o de Philip Roth, hace falta sumergirse en él con tiempo y paciencia. Elvis se ha soltado la melena; a golpe de contrabajo, pandereta y bombo, sus canciones atrapan la esencia del festín agridulce de la vida, de las preguntas sin respuesta y de las oportunidades perdidas, exhibiendo nuevamente ausencia de recato en el minutaje ("I Send My Fond Regards to Lonelyville"), licencia necesaria para su lluvia torrencial de versos. Y a la rebelión de los instintos, abandono de la vergüenza y transfiguración mesiánica, se une una nueva forma de cantar, más ambigua y desgreñada, nacida de impulsos viscerales. “Shampoo”, “I Heard Your Voice in Dresden”, “Chains, Chains, Chains” o “123 Goodbye” son pura apología de la tradición, el cogito ergo sum de un artista potencial. La leyenda cuenta que en directo el potencial se multiplica hasta la visión de fanfarria callejera o combo cimarrón. Oportunidad habrá de comprobarlo en septiembre.

www.elvisperkinsindearland.com

02 agosto 2009

DISCOS

WILCO. Wilco (The Album).

Continuidad, comodidad.

Tengo el síndrome de la contraria, lo reconozco. Con “Sky Blue Sky” (2007) coincidía en la apreciación general: traspiés perdonable de una banda consagrada, si bien con ciertos pasajes dignos de mención. Pero la crítica mundial se empeña en definir casi unánimemente el nuevo trabajo de Wilco como uno de los mejores de su carrera: desacuerdo total. Es verdad que la sensación cambia con cada nueva escucha. Cuando sabes que puede ser magnífico se queda en flojo. Cuando ya sabes que es flojo, se torna pasable. Cuando sabes que es pasable, acaba sonando incluso correcto. Wilco son Wilco, y su solvencia como banda eminentemente de directo no admite debate a estas alturas. Y posiblemente bautizar el disco y una de sus canciones de forma homónima no signifique nada, pero existe el riesgo de asimilación a relajación, déficit de ideas o una afirmación chulesca de “somos Wilco, somos grandes, no necesitamos calentarnos los cascos porque os tenemos en el bote”. A veces la exactitud milimétrica en el mundo del rock es sinónimo de aburrimiento.

Dentro del contexto de su carrera, “Wilco (The Album)” (2009) no se desmanda, sino que aporta la continuación del anterior. No escatiman en baladas y medios tiempos, tolerables en el caso de “Deeper Down”, “Solitaire” y “Everlasting Everything”, vacuos y obvios en el de “You and I” (pese a la aportación de Leslie Feist) y “Country Disappeared”. El resto del álbum está cortado con un patrón manido hasta el extremo, apuntando no a la tradición sino al desgaste. “Wilco (The Song)”, “I´ll Fight” y “Sonny Feeling”, aunque bien construidas e impecablemente ejecutadas, atufan a déjà vu. Claro que, como ocurría en “Sky Blue Sky”, también hay trozos altamente aprovechables: “One Wing” no expone novedad alguna pero agrada, “You Never Know” reivindica el lado extrovertido del grupo y “Bull Black Nova” queda a años luz de todas las demás, en una apocalipsis creciente que hace recordar aquella esplendorosa “Spiders”, símbolo de mejores tiempos. Tiempos gloriosos que no quedan lejos en la teoría, pero sí en la práctica.

www.wilcoworld.net